MUSICA › TRES DíAS PARA EL II ENCUENTRO FEDERAL DE TANGO
En Comodoro Rivadavia, músicos de todo el país protagonizaron una serie de cruces que no quedaron sólo en las performances de escenario, sino que también abarcaron el intercambio de conocimientos y experiencias. Hubo una puesta de la operita María de Buenos Aires.
› Por Cristian Vitale
Al pie del cerro Chenque, entre el mar y elevaciones que apenas superan los doscientos metros de altura, se extiende Comodoro Rivadavia. Larga, angosta y sinuosa, la meca del petróleo argentino es un poco hostil: el viento, poderoso, atenta contra el buen caminar y el frío es frío no porque el termómetro –al menos a esta altura del año– dé muy bajo, sino porque el aire sopla bien fuerte. El paisaje tiene cierto encanto. De un lado, caletas, golfos y cabos, con el puerto como epicentro. Del otro, molinos de viento –generadores de energía no convencional–, barrios obreros, meseta árida y equipos de bombeo que representan algo así como una metalurgia del espacio. Y en el medio, una ciudad serpenteada, llena de desniveles, viviendas de alto y curvas cerradas, que alberga unas 200 mil personas, según el último censo.
Un paisaje, al cabo, que poco y nada tiene de tango. De ahí que el Encuentro Federal del género, impulsado por la Secretaría de Cultura de la Nación, que tuvo a tal ciudad como sede durante todo el fin de semana, cumpla con su misión base: federalizarlo. Fomentar su desarrollo lejos de su núcleo duro. Hacer que letristas, cantantes, músicos y bailarines de varias provincias se vean las caras, compartan situaciones e interactúen en escena, a 1800 kilómetros de Corrientes y Esmeralda. “No puedo creer que esté cantando con estos monstruos atrás”, determina, sintético, César Musachi, cantor correntino, a quien le toca en suerte ponerle voz a “Melodía de arrabal” en una de las tres noches en el Cine Teatro Español, y sustentado por un quinteto de lujo: Pablo Agri en violín, César Angeleri en guitarra, Pablo Mainetti en bandoneón, Daniel Falasca en contrabajo y José Colángelo en piano y dirección.
La situación se multiplica por tres (viernes, sábado y domingo), y en varios tipos de ensamble: en charlas que dan otras figuras del tango –Osvaldo Piro, Guillermo Fernández, Alberto Podestá o el mismo Colángelo– en el Centro Cultural de la Ciudad ante comodorenses interesados por los estilos fundamentales del género, el canto, la danza o las bondades de cada instrumento. También en conferencias sobre la industria del género –Juan Libertella, hijo del gran Pepe, diserta sobre la producción de discos, y María Inés Flores, sobre la producción de shows– y cada músico del quinteto que reunirá a la grey tanguera patagónica para revelar misterios de cada instrumento. “Vino el único profesor de contrabajo en la ciudad con todos sus alumnos, fue una experiencia maravillosa”, dirá Falasca, el domingo al mediodía, consumada su intervención.
A cada clase, conferencia o charla le sucede –dicho está– su correlato musical, de puesta nocturna. La presentación del quinteto ocurre por dos (sábado y domingo) en el Cine Teatro Español. La primera, con el 70 por ciento de las butacas cubiertas, arranca con “Todos los sueños”, inspirado instrumental de Colángelo, y deriva en una pasarela de bailarines y cantantes de varias provincias del país: Isabel Laborde, crédito femenino del pago, canta “Los mareados”; Norberto Vilchez, de La Pampa, “Pasional”; Miguel Angel Barcos, gran pianista de Río Negro, interpreta “Nocturna” y “Adiós Nonino”, la cantante porteña Gabriela Rey hace doblete con “Desencuentro” y “Honrar la vida” y Alberto Podestá le pone el broche de oro a la noche a través de tres clásicos: “Percal”, “Pedacito de cielo” y “El bazar de los juguetes”. La segunda función –el domingo y a sala llena– presenta la misma dinámica, con cantores y bailarines de Tucumán, Río Negro, La Pampa y Mendoza, y el plus de dos voces pesadas del tango de hoy: Lidia Borda –su interpretación de “Fruta amarga” conmueve– y Guillermo Fernández.
Fue el cierre de tres días intensos que además incluyó una nueva puesta de la operita María de Buenos Aires, de Piazzolla y Ferrer, con un anclaje temporal: los 20 años de la muerte de su hacedor musical. Y un elenco que coincide con el eje principal del plan: la presencia de músicos, actores y bailarines de Córdoba, Chaco, Corrientes, Chubut y Buenos Aires, con Guillermo Fernández como cantor central, y Alicia Vignola en el papel de María, “esa pequeña que nació un día que estaba borracho Dios”. La puesta es sensual, intensa y la orquesta suena impecable. Alcanza, pese a las dimensiones algo escuetas del escenario y el exceso de información que implica agregar demasiados actores a textos y músicas cargadas de por sí, para teñir de mística porteña a la Patagonia petrolera, ya no tan lejana del adoquín, los faroles y las brumas del Riachuelo... el duende, los fueyes y el aura de Gardel pueden sobrevolar, también, entre los pozos de petróleo.
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