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Viernes, 5 de octubre de 2012

MUSICA › HEBE ROSELL PRESENTA SU NUEVO ESPECTACULO, PARTIR EL PAN

“Hay que sentir la voz de las entrañas”

Cantante, musicoterapeuta y escritora, la ex integrante del grupo Huerque Mapu compuso una pequeña sonata que abarca la lucha social y política de los ’70, el exilio en México, la militancia, “los encuentros, el refugio, el amor, la fe, el humor”.

 Por Karina Micheletto

Antes de su exilio en México en 1977, Hebe Rosell era conocida como una de las integrantes de Huerque Mapu, aquella agrupación de la Cantata Montonera que quedó fijada con fuerte peso simbólico en la música popular argentina. Mucha agua corrió bajo el puente desde aquel exilio y en su vida profesional Rosell desarrolló un fructífero camino en el que puso en juego sus oficios de cantante, musicoterapeuta, escritora y formadora actoral, con una dulce marca personal que es, a su vez, la de una profunda búsqueda filosófica, fruto de inquietudes que la han llevado a investigar el zapatismo y la herencia indígena y campesina. Cada tanto Rosell vuelve a la Argentina, con algo para mostrar y con muchas visitas a amigos por realizar. Y lo que trae esta vez es Partir el pan, un espectáculo que tiene mucho de autobiográfico, pero que logra trascender la autorreferencia para intentar ser también reflejo de un pasado y un presente. Lo mostrará hoy a las 21 en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Av. del Libertador 8151, ex ESMA), con entrada gratuita. Y lo repetirá los próximos jueves 11 y viernes 12 de octubre, también a las 21, en el Auditorio de la Comisión Provincial por la Memoria de La Plata (calle 54 Nº 487), y el domingo 14 a las 21 en ElKafka espacio teatral (Lambaré 866).

En Partir el pan, Rosell se anima a poner el cuerpo en escena más allá de lo que implica la canción, con una intervención que es también teatral, además de musical, y que tiene como uno de los puntos de partida la obra de la filósofa española María Zambrano. Rosell compone una pequeña sonata que comienza con un padre ciego y poeta, la música y el mar, y que sigue con un recorrido que abarca la lucha social y política de los ’70, el exilio, la militancia, “los encuentros, el refugio, el amor, la fe, el humor”, hasta llegar al presente y abrir el futuro. “En ese recorrido por la militancia, la clandestinidad, el exilio, lo que voy desgranando es que mi hijo Juan, como hijo de militante, no tuvo la infancia ideal ni deseable, ni normal –advierte la artista en diálogo con Página/12–. Ese es mi gran lamento y el vínculo que me atraviesa y atraviesa la obra. Acompañada de esta deuda con Juan atravieso también México. Está el modo en que nos recibió con los brazos abiertos en todos los sentidos, de escucha, de espacios, de chances de poder habitar y contar nuestra experiencia política. Y está también el descubrimiento de una profunda filosofía indígena y campesina, que descubrí en ese país.” Todo este trayecto va siendo acompañado con fragmentos literarios y poemas, además de las canciones que van enhebrando la obra.

“Tomé los ejes que Zambrano propone para la esperanza y la desesperanza, y para el encuentro”, sigue contando Rosell. “Ella valida que el camino personal es único, pero es también un espejo, un reflejo que permite que el otro se empatice o contraste”, explica. “En un libro muy hermoso dice que la historia tiene un destino trágico, y que la reconstrucción personal es siempre con otros. Para poder cambiar las cosas se necesita de momentos de muchísima profundidad con los otros, un llegar a fondo para poder sentir cuál es la voz de la entrañas, para que con los otros se forme una suerte de coro que trabaje sobre lo esperanza, sobre lo que no está y se ha deseado tanto.”

–¿El nombre de la obra también tiene que ver con esta línea filosófica?

–Así es. Partir el pan, siguiendo la idea de Zambrano, es justamente el destino de lo que nos ha sido dado a cada quien. Esa idea fue como un marco general para esto que surgió como una pequeña cantata sobre lo perdido, sobre lo deseado y sobre el camino para la redención de lo colectivo, a través de ese dolor que fue tan profundo, y que nos partió a tantos.

–¿Cuánto tiene de autobrográfico la obra?

–Mucho, todo. Los datos personales son muy concretos: mi padre Pedro ciego y poeta, los recuerdos de infancia junto a él, la militancia, el exilio, México que nos recibe, todo eso es mi vida misma. Pero a pesar de ello, los episodios están narrados buscando que cualquiera pueda navegar en ellos, más allá de que haya vivido o conocido los extremos de violencia política, desencuentros y exilios que se cuentan, por ejemplo. Cada quien puede encontrar el propio exilio interior, si la propuesta logra llegar a ser resonante. Eso no quiere decir que tenga que ser rimbombante, voluminosa ni vociferada, no. Hablo justamente de una manera de partir y compartir el pan y la historia que se nos dio, que permite que el otro habite la misma mesa que uno tiende.

–¿Estará completamente sola en escena?

–Para esta presentación que es tan especial, en un lugar tan emblemático como la ex ESMA, nos reunimos los Huerque Mapu que estamos por aquí, con Ricardo Munich y Lucio Navarro. Con ellos vamos a hacer una canción de Violeta Parra que hacíamos ¡cuarenta años atrás!, “La lavandera”, que es un talismán para mí. Y también va a cantar conmigo, ¡al fin!, mi hijo Juan, que es ingeniero de sonido, siempre soñamos este momento. Hay una anécdota personal que me permito incluir: Alfredo Zitarrosa fue “padrino de vino” de mi hijo. El había visto la panza crecer cuando estábamos grabando la Cantata de los montoneros, y cuando presentamos el disco en el Luna Park saltaba tanto en la panza que me dijo: “En esa panza hay un machito, y se va a llamar Juan, y yo voy a ser su padrino de vino”. Por eso al final Juancito y yo terminamos cantando juntos “Adagio en mi país”, sumando también voces de juego de mi nieta Olivia. Es un final hermoso.

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Rosell dice que uno de los puntos de partida de su obra fue el pensamiento de María Zambrano.
 
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