Lunes, 19 de noviembre de 2012 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA CON EL MúSICO HUGO FATTORUSO
El prestigioso artista uruguayo comenzará hoy en La Trastienda su renovada serie de recitales en la Argentina. Presentará el espectáculo Piano Forever, que tendrá que ver con el disco que entrará a grabar el mes que viene en Circo Beat.
Por Cristian Vitale
Hugo Fattoruso va y viene como un boomerang entre orillas, y cada vez que le toca Buenos Aires, va a un hotel llamado River. Puede asociarse al River Plate (Río de la Plata) que lo vio nacer y se imbricó naturalmente en sus músicas, pero lo descarta. O puede, también, ser cosa de futbolero. Pero tampoco. “Nada de eso, che, simplemente que me tratan bien”, chivea él. Y ríe. Nada de River, Boca, Peñarol o Nacional, entonces. Todo, por las mismas razones –y otras que devienen de su ajetreada y rica historia– que lo tornan un uruguayo un tanto atípico. No le gusta el fútbol, o al menos no como marca la ley del Río de la Plata. “No tengo cuadro. Me gusta el deportista que se entrega y va para adelante, que no es sucio ni mal intencionado, Miro fútbol, sí, le bajo el volumen al aparato de televisión y miro cualquier partido, pero no tengo cuadro. No sé qué es eso”, sorprende.
–Se le debe complicar, entonces. ¿Qué pasa, o pasaba, en los ensayos o las giras con Jaime Roos, un tremendo futbolero?
–Soy como un sapo de otro pozo, porque no sé lo que hablan entre ellos (risas). No conozco los nombres de los jugadores, los equipos, nada, y ellos saben las posiciones, por qué entró uno y salió el otro, que si gana un cuadro tiene chances y el otro no... no entiendo nada de eso, lo juro, no festejo un campeonato, no me hierve la sangre, sólo me gusta la dinámica del deporte. Mi viejo era súper hincha de Peñarol, me llevaba a la cancha, pero la semilla no me germinó.
Clarísimo: Fattoruso no se pone la camiseta de nadie. E incluso se acaba de sacar, bien transpirada por cierto, la del seleccionado uruguayo de la música que Jaime Roos armó para surcar el presente. Ya no forma más parte de él. Una etapa, tal vez de las más importantes de su largo trayecto por el mundo de los sonidos (ver recuadro) llegó a su fin. “No soy más parte de su grupo, en esta era”, confirma, y alude razones relacionadas con sus viajes permanentes junto al dúo Dos Orientales, que integra junto a Yahiro Tomohiro, y a proyectos personales que no condicen con la exigencia del hombre del bigote a la Sargent Pepper. “Esta banda no es como la anterior, que tocaba los grandes hits, y yo podía no estar pero tocar igual. Ahora hay que estar sí o no. Y ninguno de los dos tuvo opción. Por mi parte, no pude dejar lo que estaba haciendo para tocar con Jaime, aunque me encante.”
El giro está relacionado, además del trabajo extenso e intenso con el dúo nipón-celeste, con múltiples quehaceres: a principios de diciembre entrará a grabar su tercer disco al piano (Canciones sin fin) en el estudio Circo Beat, en abril de 2013 tiene pautada una gira por Italia, y se le vienen encima varios recitales en Argentina, cuyo capítulo más cercano será hoy en La Trastienda (Balcarce 460). “Me encanta tocar en Argentina, me tratan como un amigo o como un novio”. dispara.
–Cuánta energía ¿Qué edad tiene?
–69. Y, sí, claro, la música sí que me hacer hervir la sangre.
–En este caso, a través de Piano Forever, el nombre del recital que presentará y que, seguramente, está relacionado con el disco por venir...
–Totalmente. El repertorio está dividido en tres partes: temas instrumentales míos o versionados (“Mano a mano”, “Arrabal amargo”, “Tierra virgen”); canciones con letra de Rubén Rada, Eduardo Mateo, Jaime Roos y Fito Páez; y piezas con acordeón, que fue mi primer instrumento.
–¿Su primer instrumento?
... llamativo: si bien hay una prehistoria personal que lo liga al jazz y a experiencias familiares con su padre Antonio y su hermano Osvaldo, muchos, cuando piensan en el primer Hugo Fattoruso, piensan en aquel guitarrista y cantante de Los Shakers.
–Sí, eso está muy instalado en la gente, pero antes fue el acordeón... la verdad es que la guitarra es el instrumento que menos puedo tocar, toco un acorde mayor, uno menor, y ya está. No sé nada. Lo que pasó con el acordeón fue que lo empecé a estudiar y después lo dejé de lado durante mucho tiempo, hasta que, más de 40 años después, Jaime me invitó para tocarlo en “El hombre de la calle” y, luego de grabarlo en ese tema, me propuso tocarlo en cuatro temas más, en vivo. Así fue que me compré uno, y me reencontré con este instrumento de mis amores juveniles. Empecé a componer y a versionar, y grabé el disco Acorde On que, visto desde Piano Forever, sería como una cana al aire (risas).
–¿Referentes en el rubro?
–No tengo un referente, porque si escucho a los que tocan muy bien, que son una cantidad tremenda, me da mucha vergüenza y dejo de tocarlo, entonces no escucho... hago lo mío y se terminó. A ver, si veo tocar al Chango Spasiuk, o a un chamamecero que no sé ni el nombre porque está por allá atrás en el grupo acompañando a un cantante, me emociona mucho y sí, puede ser un referente, pero yo no lo puedo aplicar en lo mío. No sé. Tendría que vivir diez años en Misiones para mimetizarme un poco con el paisaje y sus músicas, ¿no? Pero me seduce, me seducen los acordeones de las rancheras mexicanas, o los que usan en Colombia para la cumbia y el vallenato, o los que usan en Panamá para los merengues, es impresionante. Pero no tengo músicos puntuales como referentes, porque si no tendría que terminar haciendo un asado con mi acordeón (risas).
–¿Con el piano sucede algo similar? ¿O las referencias funcionan de otra manera, se tornan más “claras”?
–A ver, tuve unos héroes cuando era jovencito. Compraba los discos de Miles Davis, John Coltrane, Art Tatum, que era de la época en blanco y negro, y me quedaba escuchándolos días y noches enteras, meses totales, hasta que salió El cerebro magnético, de Hermeto Pascoal... yo ya sabía de los kilates de su música, pero cuando escuché ese disco me dije: “Se terminó, no compro un solo disco más”, porque ahora sí, también hago un asado con el piano y me dedico a trabajar (risas).
–Alguna vez dijo que el Mono Fontana era el mejor músico del mundo. ¿Lo sostiene?
–Totalmente. Para mí es el mejor músico del planeta y, cuando me invitó a tocar con él, se armó una discusión tremenda porque yo consideraba que no podía tocar él. A ver, el Mono conmigo sí, porque lo mío es simple, pero yo con él no, porque lo suyo es tremendo... yo sé lo que es una madera y lo que es agua pero, bueno, en fin.
–Igual, el final de la película es que terminaron tocando juntos...
–Sí, como somos tan amigos tocamos dos veces y me morí de vergüenza... no pude dar marcha atrás. El otro que es un genio, un capo, es Hernán Jacinto. Siento mucha admiración por esta gente.
–¿Por qué le va a poner Canciones sin fin al disco?
–A ver, le iba a poner Canciones infinitas, pero como hay composiciones mías, no me puedo poner al lado de “Mano a mano” o “Arrabal amargo”, y entonces, para que no quede pedante, onda “las mejores canciones del mundo” (risas), le puse Canciones sin fin, y se me ocurrió, para disimular un poco, empezar a repetir partes al final de cada versión e irme en fade out y la canción, entonces, no termina nunca. Son canciones para siempre, ésa es la onda.
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