Sáb 01.12.2012
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MUSICA › MARIANA CINCUNEGUI Y SU ULTIMO DISCO, QUE MAÑANA SALE CON PAGINA/12

“El desafío de hoy es cómo abordar la diversidad”

La artista y docente señala que trabaja para una infancia que, como la sociedad toda, “está muy segmentada”. En Alasmandalas, un álbum hecho de “canciones circulares”, propone un modo original e interesante de acercarse a los chicos.

› Por Karina Micheletto

“Música para pintar y soñar”, propone Mariana Cincunegui en su último disco, Alasmandalas, pensado especialmente para los chicos. Está hecho de “canciones circulares”, de trabajos a partir de mandalas, pero sobre todo de bellas obras que pueden ser propias, o adaptaciones de Lennon y McCartney, o de Eduardo Mateo, o de la belga Marie Daulne. Para hacer este disco, Cincunegui supo rodearse de artistas como Daniel Maza, Juan Cruz de Urquiza, Ernesto Jodos, Ricardo Nolé, Mario Gusso y Daniel Johansen. Y también de los chicos que asisten a su taller de música experimental, que se tomaron en serio el trabajo –fueron dos meses con jornadas extensas, cuenta la cantante y pedagoga–, y suenan “sin sobregrabaciones ni retoques”. Página/12 reedita este disco con su edición de mañana (compra opcional a 15 pesos), como una suerte de continuidad del exitoso Piojos y piojitos, que hace unos años movió las estanterías de la música para chicos.

Cincunegui vuelve al comienzo de este disco, a cuando empezó a soñarlo: aquellas noches acunando a su hija, meciéndola y arrullándola, cuando apareció de manera muy natural la idea de la circularidad, la repetición mántrica, de la que parte este trabajo conceptual. De esto hace casi ya ocho años y a su hija no la acuna más, pero el recorrido hecho con Alasmandalas, cuenta, fue todo un crecimiento personal y colectivo.

–Un momento muy lindo para un artista que hace cosas para chicos debe ser el de las devoluciones. ¿Cuáles fueron, en el caso de Alasmandalas?

–Los nenes tienen esa capacidad de reapropiarse de todo, también de los sonidos y las canciones: pueden ver una peli doscientas veces, escuchar una canción otras doscientas y seguir pidiendo más. Y además lo que les pasó a los 2, no se lo acuerdan como a los 4. Eso ocurre mucho con los discos y con los cuentos: imprimen los distintos momentos de la infancia. Y eso me pasó con este disco: se copaban con una canción y pedían: Mariana, ¿me das mandalas para dibujar? Una y mil veces. Eso siempre es muy lindo, pero a partir de allí mi trabajo fue ir al sentido más profundo: acá hay realmente un trabajo de recentramiento del ser, un ejercicio de mucho oxigenamiento. Esto que parece una idea de autoayuda, de digestión rápida, es algo muy profundo que ocurre en los shows y en los talleres. La fuerza de la circularidad es realmente muy potente.

–¿Y en lo personal, cuáles fueron las satisfacciones?

–Me di cuenta con el tiempo de que es un disco conceptual, y ese concepto se puede extender mucho más. Yo no lo había pensado así, pero tiene una llave que sigue abriendo puertas: puede ir llenándose con otros mandalas y otros momentos circulares. Es un disco raro, experimental, también a nivel sonido, y eso me gusta porque aporta, no busca plantar una verdad, sino sumar a lo que vamos todos tratando de producir como corriente, pensando en los chicos.

La edición de Página/12, sigue contando Cincunegui divertida, ya sumó otras satisfacciones antes de salir: “Hoy fui a comprar el diario y había una señora adelante mío encargando el disco. ‘Qué lindo, gracias, lo hice yo’, le dije. Y ella se rió: ‘Te digo la verdad... ¡me lo voy a comprar para mí!’. Los grandes se copan y eso es hermoso”, dice. La cantante considera esta edición como un gran cierre de etapa, en un momento en que ya está pensando en un nuevo disco y acumula experiencias sin grabar: su trabajo con el destacado pianista y compositor de jazz Guillermo Klein, o con la Babel Orquesta, o con la Orquesta Sudamericana que dirige Nora Sarmoria. “Como todos los artistas, sigo pensando cómo encontrarle la vuelta a la edición de discos... ¡O que la vuelta nos encuentre!”, se ríe. “Porque los discos llevan tanto tiempo para hacer, los músicos tienen tantos años que estudiar para sonar como suenan, hay tanto detrás... Pero los discos, que llevan tanto trabajo, no se venden, y seguimos pensando cómo llegar a los chicos que hoy bajan sus canciones favoritas de la compu, que se manejan con YouTube. Es muy difícil sostener estos proyectos que no tienen una estructura atrás.”

“Los maestros también están trabajando mucho con este disco, y con el concepto de mandalas, que es algo que se puso como de moda, de figurita de kiosco, pero que tiene una idea conceptual muy fuerte detrás. Ya hay hasta una universidad en París que la trabaja”, sigue entusiasmada Cincunegui.

–¿Y esa potencia la comprueba también en las presentaciones en vivo?

–Sí, claro. Realmente el trabajo con mandalas genera todo un recentramiento, y cuando un chico está recentrado, tiene una capacidad de concentración diferente, por eso se toma como herramienta pedagógica, que también tiene todo un desarrollo simbólico con los conceptos de centro, borde, etcétera. Todo esto que yo ya venía trabajando en mis talleres, lo pasé ahora a la música. En los shows tomamos los mandalas proyectados y animados, como un caleidoscopio, y eso genera un estado de introspección, de mucha calma y encuentro con uno mismo, algo que es valioso en este tiempo de saturación, donde los chicos tienen tantos estímulos y tantas opciones a la vez que al final no pueden elegir ninguna.

–Y de aquel Piojos y piojitos que editó en 2003 Página/12 y que mereció varias reediciones, ¿qué recuerdos guarda?

–Hermosos. Fue un disco muy laburado en mi estudio, en la escuela, con una búsqueda por los distintos autores de la música para chicos, tomando otros idiomas, y siguiendo dos sellos del primer Piojos y piojitos: invitar a músicos de otro palo a hacer canciones para chicos, y a los mismos chicos a cantar, con sus voces naturales. En el que salió por Página, a diferencia del primero, yo ya estaba firme en este camino: tenía diez años de estudio de canto, instrumento y composición, también había estudiado pedagogía y tenía la experiencia de Mariana y Los Pandilla.

–¿Y en el primero?

–¡Era la pinche del Jardín de la Esquina! (risas). Tenía 18 años y era la hija de la dueña, lugar difícil de ocupar. Me las rebuscaba como biliotecaria del jardín. Pero ya entonces tenía mi grupo de música, animaba cumpleaños y cuidaba pibes. Estudiaba diseño gráfico, después mi camino fue otro, aunque también sumó aquella pasión. Me acercaba con total timidez y decía: hice este arreglito, anoche escribí esto...

–Y en ese camino, ¿qué nuevos desafíos se le plantean hoy?

–Un desafío muy concreto es hoy para mí cómo abordar la diversidad. Al salir con Pakapaka a los festivales por todo el país se me abrió toda otra mirada, más amplia. Comprobé que la infancia, como la sociedad toda, está hoy muy segmentada. Es difícil pasar de hablarle a un nene que está muy conectado con una pantalla a otro que tiene un potrero cerca y puede dar la vuelta de manzana en bici, tiene autonomía para ir a hacer las compras solo. Mi hija no puede hacer eso, le pasan otras cosas que les pasan a los niños que viven en las grandes ciudades. Tiene otros tiempos, tiene una agenda que un pibe que vive en un lugar más chico no tiene. Entonces, ¿a qué niño le canto? ¿de qué hablo, para quién hablo? No tengo del todo claro cómo es esto de trabajar con la diversidad, me está costando descubrir por dónde. Y a la vez me parece lo más rico, un desafío hermoso. En eso estamos.

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