MUSICA › OPINION
› Por Eduardo Fabregat
Es un momento de alta trascendencia, tanto que deberá bajar un poco la espuma del festejo para atesorar, paladear, comprender los alcances que tiene. Es trascendente no sólo por lo que se sancionó, sino por cómo se llegó a eso. El miércoles, en la plaza del Congreso, decenas y decenas de músicos de todos los palos estallaron con el 60 a 0 que sancionó en el Senado la primera parte de la Ley Nacional de la Música. En medio del fárrago que suele caracterizar el fin de año legislativo, quizá se pierda de vista que la norma que crea el Instituto Nacional de la Música es una bisagra para la actividad, un antes y después. Otro avance a sumar en materia de inclusión social para estos años fecundos, con un plus sustancial: esta ley no fue iniciativa de ningún político, ni oficialista ni opositor, sino el resultado del concienzudo trabajo de los mismos músicos, que bregaron durante seis años y se bancaron pausas y retrocesos sin bajar los brazos. Los políticos al fin hicieron lo que correspondía, proveer a la música de la misma herramienta que ya poseen el cine con el Incaa y el teatro con el INT.
No es un logro cualquiera: es un giro histórico para los músicos de este país. En primer lugar, por la previa. El modo en que se construyó esta ley es similar al que fue edificando la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual: hubo un profundo debate que contempló todas las voces, que miró bien hacia adentro, a la letra chica, a las complejidades reales del trabajo musical. Nada de letra muerta ni simples declamaciones, pero sobre todo un espíritu colectivo. En la Argentina reciente, el salvajismo de las leyes de mercado empujó a los músicos a un individualismo cortoplacista que produjo más perjuicio que beneficios: un puñado de profesionales con la vaca bien atada, y una multitud condenada a la explotación, a los porcentajes míseros, a pagar por tocar, a hipotecarse para bancar una grabación y luego tener cerrados los caminos a la difusión. A comerse el post Cromañón sin lugares donde tocar, a sufrir la misma transa de siempre por parte de bolicheros e inspectores corruptos. Los músicos comprendieron que sólo de manera colectiva podía encontrarse la manera de escapar a este sistema siniestro. Que con el sálvese quien pueda efectivamente se salvaban sólo los que podían, y eran pocos. La cabeza de los músicos cambió. Si la música es el arte de combinar los sonidos, y los que se dedican a ella saben que es también el arte de combinar los horarios, la Ley viene a demostrar que también se trata de combinar las voluntades.
No fue un camino fácil. Hacía más de tres años que los músicos reclamaban de diferentes maneras al Congreso que tratara la Ley. El año pasado, otra vez quedó sin tratamiento. Pero la potencia y la gimnasia adquirida en la reacción conjunta se mantuvo y quedó demostrada también a comienzos de este año, cuando hubo que luchar contra el veto de Mauricio Macri a la Ley de Reconocimiento a la Actividad Musical, la pensión para músicos sin recursos por la que una multitud se congregó frente al Ministerio de Cultura porteño, y por la que Leopoldo Federico sufrió en persona el desprecio de Hernán Lombardi. El director de orquesta no pedía la revisión del veto para sí, como tampoco los músicos legendarios que apoyaron esta ley lo hicieron por interés personal. En todas estas luchas felizmente asumidas, los músicos afinaron y tocaron juntos sin importar si lo hacen para miles o para diez, si tienen garantizado su trabajo y su jubilación o no. Se defendió algo superior: se defendió la subsistencia de la música, el derecho de todos al laburo digno.
Frente a semejante construcción colectiva, resulta obvio que la Ley viene a reparar distorsiones históricas. En combinación con la Ley SCA, que en su artículo 97 dispone fondos para el funcionamiento del Instituto Nacional, la Ley de la Música crea circuitos de producción y actuación en todo el país (para la letra chica se recomienda repasar las notas de Sebastian Abrevaya y Facundo Gari en Página/12 de este jueves, así como el sitio www.musicosconvocados.com y el de la Unión de Músicos Independientes, www.umiargenti na.com). Pero también contempla cuestiones presentes desde hace tiempo en la agenda. Una de ellas tiene que ver con la difusión: todo el que tiene algo de curiosidad y se pasea por sitios como Bandcamp, Soundcloud o los de infinidad de sellos independientes sabe que hay una enorme cantidad de buena música que nunca llega al gran público. La obligación de programar un 30 por ciento de canciones argentinas, contemplando la producción independiente, significa un buen sacudón a la pereza de musicalizadores que rara vez miran más allá de la lista oficial de los grandes sellos. Muchos deberán salir a explorar un mundo desconocido pero que les dará grandes satisfacciones, a ellos y sobre todo al público, que podrá descubrir muchas propuestas valiosas. Se hará justicia artística, y se hará justicia al sacarles a los monopolios de la música una porción de aire radial y televisivo.
Otro ítem augura posibles tempestades: la Ley también habla de un tema que se menea seguido en las conversaciones privadas, pero no tanto a la luz de los grandes eventos. “Que los músicos nacionales puedan tocar de teloneros de artistas internacionales con resguardo de sus derechos laborales e intelectuales”, plantearon los protagonistas del debate, metiendo el dedo en una llaga conocida, la de los contratos que deben firmar las bandas en ascenso para tocar en grandes festivales con figuras extranjeras. En la UMI y la Federación Argentina de Músicos Independientes tienen claro que las batallas asumidas no terminan en el feliz desenlace del miércoles. Que hay mucho camino por recorrer, que la figura del Monotributo no es la más adecuada para la labor musical, que el estímulo que significa este logro debe ser un combustible para encarar cosas que aún esperan solución. Que hay otros jugadores, y que no se cambian fácilmente años de “usos y costumbres” que acostumbraron usar a la música de manera discutible. Pero es una brega hermosa, y lo saben. Mejor: no piensan abandonarla.
Entre tanta felicidad y satisfacción, el último párrafo viene teñido de melancolía. En el sitio de Músicos Convocados puede verse un demoledor clip en el que enormes figuras del arte argentino expresan su apoyo incondicional a la ley. Allí puede verse a Luis Alberto Spinetta y a Mercedes Sosa: ellos, dos de los músicos más grandes que ha dado la República Argentina, también sufrieron el injusto esquema que al fin empieza a ser modificado. Duele que ellos ya no estén aquí para disfrutar este momento. Pero su música, eternamente viva, también acaba de recibir un baño de justicia.
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