Martes, 18 de diciembre de 2012 | Hoy
MUSICA › BALANCE 2012 DE ROCK, REGGAE, POP Y MúSICA URBANA ARGENTINOS
El repaso de lo ocurrido en el año muestra otra vez contrastes profundos, desde el perenne dolor que provocó la muerte de Luis Alberto Spinetta hasta la alegría de saber que los creadores e intérpretes tendrán el apoyo del Instituto Nacional de la Música.
Por Luis Paz
Se fijaron las condenas por la causa Cromañón, pero Mauricio Macri vetó la jubilación para los músicos. El reggae alcanzó su techo y el under se eyectó del piso. Litto Nebbia y Daniel Melero apadrinaron a los músicos jóvenes; Alejandro Medina denunció que al rock lo asesinaron las empresas. Fito Páez volvió a la primera plana y los festivales ocurrieron con claros en el público. Sellos y espacios estatales apoyaron al under, mientras que los músicos se sumaron a causas sociales, solidarias y de derechos humanos. Nuevas generaciones aportaron a la supervivencia del rock y el pop; los artistas mainstream se acomodaron. Hubo recitales de bandas internacionales tres veces por semana, pero aparecieron sólo un par de espacios locales. Se sumaron a la zapada en el cielo demasiados; regresó Illya Kuryaki. León Gieco se llevó un montón de premios Gardel; no hubo Grammys para rock local. Explotaron el uso de redes sociales y las herramientas web para la transmisión de conciertos; apareció Vorterix y FM La Mega dejó de pasar “puro rock nacional”. Los precios de discos y tickets argentinos se inflaron; algunos artistas intentaron el financiamiento solidario. Discos por cientos, noticias por miles, eventos por docenas, vivencias notables. Pero el año que se va con escasa épica pasará a la historia de la música popular del país por dos hechos inmanentes. Fue sancionada la creación del Instituto Nacional de la Música. Pero se fue Luis Alberto Spinetta.
El amor después del amor
Todo empezó con otro verano horrendo; como el de 2006, cuando Pappo se apagó. En febrero, Spinetta falleció en su casa, rodeado por sus cuatro hijos. No sólo fue una de las noticias más dolorosas, también será una de las más irremontables. Comunidades culturales y personas públicas lo tributaron: en la Biblioteca Nacional se celebró una notable exposición con un ciclo de charlas con músicos y amigos. Pero el más horizontal de los hechos fue la actuación, dos días después, de su hijo Dante y Emmanuel Horvilleur en Cosquín Rock. Dante se calzó la guitarra para hacer una encendida versión de “Post-Crucifixión”. Illya Kuryaki & The Valderramas fue uno de los regresos del año, con disco y todo (el desparejo Chances, que replica la despedida e intenta el reencuentro con su padre en “Aguila amarilla”). De los homenajes de los artistas del festival cordobés (Calle 13, Massacre, Catupecu Machu) destacó el gesto de Juanse: dio su concierto en silencio pero, al finalizar, arrojó al público una flor por cada banda eterna de Spinetta. Charly García cerró la jornada coscoína tocando “Rezo por vos”.
En las vísperas del primer trimestre sin el Flaco, Fito Páez clausuró el Quilmes Rock –primer festival local del año en mostrar claros grandes en el público– estrenando “La vida sin Luis” y participó del ciclo en la Biblioteca, con una charla y un recital en base a La La La, su disco conjunto. El rosarino fue la figura central del rock y el pop local del año, en parte por su constancia pero también debido a las ausencias, por causas distintas, de sus contemporáneos Andrés Calamaro y Gustavo Cerati, y del Indio Solari de la lupa pública; y con los locales más movedizos (La Renga, Ciro, Divididos y Almafuerte) fuera de los medios.
En abril, con Canciones para aliens aún girando, Fito anunció una gira celebración por los 20 años de El amor después del amor. Lo tocó en orden y gratis en el Planetario para 35 mil personas y acabó el año publicando un CD y un DVD de esa noche. El coletazo de su opinión pública acerca de los resultados de la pasada elección en Buenos Aires, desde la contratapa de este diario siguió rondando y Páez se hizo más cargo de que es “un habitante de esta Ciudad” opinando sobre otras medidas de la gestión PRO.
Pequeñas anécdotas sobre las instituciones
Hace semanas, luego de la sanción unánime por el Senado de la ley de creación del Instituto Nacional de la Música, el referente de la norma y presidente de la Federación Argentina de Músicos Independientes, Diego Boris, dijo: “La música siempre estuvo en la dicotomía entre el mercado del entretenimiento y la cultura. Es un lenguaje de comunicación”. Así lo entendieron los diputados y luego los senadores. La creación del Inamu es algo notable en materia de apoyo y gestión de industrias culturales, no sólo para el rock, pero también, y a la vez aplica el derecho de músicos a trabajar en condiciones dignas. Esta ley federal contribuirá a organizar la actividad, crear espacios para la música en vivo estables, difundir la obra nacional, formar artística y legalmente a los músicos, y distribuir recursos y herramientas. “Con esta ley se puede transformar la lógica del mercado, que tiene que ver con el lucro y la competencia”, señaló Boris.
El año próximo, los músicos tendrían un organismo estatal que les brinde servicio y capacitación ya en marcha. En la otra vereda, Mauricio Macri vetó una norma que diseñaba una jubilación para músicos. También hubo novedades judiciales en la causa Cromañón: Casación Penal fijó la pena de diez años y nueve meses de prisión para Omar Chabán y de siete para Patricio Santos Fontanet, el cantante de Callejeros. También ordenó ocho años de prisión para el subcomisario Carlos Díaz y seis para Eduardo Vásquez, el ex baterista, y Raúl Villarreal, el socio de Chabán. Hasta que no estén firmes las sentencias, todos permanecen en libertad.
En vivo en Buenos Aires
Las Buenos Aires –la Ciudad y la provincia– son espacios arquetípicos para entender cómo están funcionando legal, comercial e industrialmente las cosas. No por ímpetu unitario sino porque el Riachuelo es también la medianera entre dos maneras de gestionar. Recientemente fue difundido un nuevo proyecto provincial: el Centro de Producción Digital organizará el ciclo Diez Episodios Musicales en la Casa Curuchet de La Plata. Diez realizadores audiovisuales y diez bandas y solistas bonaerenses cruzados en videos filmados por toda la provincia. Es un nuevo paso de lo que fue el Catálogo de Sellos bonaerense, compilado under. En la Ciudad de Buenos Aires, igualmente, resiste en su trabajo el noble lugar Estudio Urbano.
Ante la falta de más espacios para la música en vivo (el porteño La Oreja Negra fue una grata novedad), los músicos subterráneos destinados a arreglos injustos con bolicheros, ofrecer shows clandestinos en casas de particulares (tendencia en expansión), gastar la recaudación por entradas en fletes o dejar de tocar, publicaron igualmente discos notables. Desde los municipios, pocas intendencias cuidaron el estado de lugares y las habilitaciones, ninguna intervino a favor del artista y contadas tuvieron sus festivales y ciclos de conciertos oficiales en este que no fue un año electoral. Lo mismo pasó en la mayoría de las provincias o por lo menos en las que no se busca prohibir la música. Es el caso correntino: Unidos por el Silencio, una organización vecinal, luchó para que las murgas no ensayen en las plazas de la provincia y no haya conciertos al aire libre.
Canción animal
El 25 de octubre, setenta músicos de la Orquesta Académica de Buenos Aires se pusieron al servicio de siete voces masculinas recientes, todas con pasado emocional en el rock: Pablo Dacal, Nacho Rodríguez, Alfonso Barbieri, Pablo Grinjot, Tomi Lebrero, Lucio Mantel y Alvy Singer. El notable espectáculo llevó por título Hay otra canción y tuvo a Fito Páez de padrino (de hecho, la denominación surge del último track de La La La). No sólo fue el corte de manga que esta escena realmente nutrida de nombres, sonidos y sitios le hizo al desaire general, sino también la rubricación de la canción como la forma musical más buscada aquí y ahora.
Desde Kapanga (Lima) a Estelares (El costado izquierdo), entre la unión de Ale Sergi de Miranda! con Marcelo Moura de Virus (Choque) y el rejunte de Bersuit (La revuelta), se trate de Vicentico (5) o La Mancha de Rolando (Los libres), del rescate de Babasónicos (Carolo) o de la segunda vuelta de Ciro (27), el rock y el pop se concentraron en la canción como estructura. No es una novedad, pero sí algo que habla sobre su contexto.
Y si de canciones se trata, hay un disco que atravesó toda la temporada, aunque está fechado a fines de 2011: El desembarco, de León Gieco. El músico de Cañada Rosquín se ganó también los gardeles tocando los temas de este disco durante todo el año, por todo el país.
Hace tres o cuatro años que la canción de rock y pop local ha dejado de estar modalizada en rock chabón, canción de protesta o pop experimental. Básicamente, todos los campos que la canción agarraba (el testimonial, el confesional, el contestatario) tienen otro lugar donde realizarse. Si se considera que el barrio fue deconstruido como espacio colectivo, que las confesiones están multimediadas, que para licuar impresiones y anécdotas personales está Twitter, que la participación política se reconstituyó y que a las causas los músicos le pusieron el cuerpo, no es sorpresivo que en los últimos años no haya sido necesario cubrir con canciones a esos ámbitos. Al menos desde el mainstream, donde todos parecen estar cómodos.
De cualquier forma, muchos creadores rubricaron el acuerdo tácito entre arte y ciudadanía reunidos en torno de causas justas. Pedro y Pablo, Litto Nebbia, Man Ray, Raúl Porchetto, Bersuit Vergarabat, Teresa Parodi y Lito Vitale participaron del festival en apoyo a la creación del Inamu. Las Pastillas del Abuelo, Palo Pandolfo, Las Manos de Filippi, Vicentico y Gabo Ferro se sumaron al disco Cuerpo, canciones a partir del asesinato de Mariano Ferreyra, que también tiene a Manu Chao como participante. Y Babasónicos, Leo García, Fabiana Cantilo, Celeste Carballo, El Mató A Un Policía Motorizado, Jauría y Massacre aportaron sus rostros públicos a una galería fotográfica para el reclamo, por parte de los familiares y amigos de las víctimas, de justicia por los 51 muertos la tragedia de Once.
La dicha en movimiento
Otro aspecto importante fue la movilidad social de las bandas. Hubo regresos (Malón) y pérdidas (Los Natas). Y también intercambios generacionales: Litto Nebbia colaboró con Los Reyes del Falsete e Intrépidos Navegantes, y fue eje del homenaje Sinfonías para catedrales vivas; Melero se cruzó con Guerra de Almohadas y Banda de Turistas.
En cuanto a las escenas, el reggae ya da cuenta de haber llegado a sus techos temáticos, poéticos y convocantes. Son otras las escenas en crecimiento que marcan el pulso de las calles. En el área metropolitana, la música más diversa y generosa provino del under rockero –con movidas como el Festipulenta y Music Is My Girlfriend– y de dos generaciones de cancionistas (la de los participantes de Hay otra canción y la más flamante, con nombres como Sofía Viola, Marina Fages o Javier Maldonado). En el interior hubo aportes del movimiento cordobés, algunas nuevas voces rosarinas y una permanente oferta platense desde sellos como Uf Caruf!
Dread Mar I, fenómeno del año pasado, perdió su lugar ante el grupo pop Tan Biónica. Pero debajo de los grandes escenarios, bandas jóvenes como Salta La Banca, Pampa Yakuza, Perotá Chingo o Utopians dieron un salto. Las Pastillas del Abuelo se confirmó como la banda joven más convocante y varios exponentes del under anteriormente signado por el lo-fi apostaron a subir la calidad: El Mató A Un Policía Motorizado y Kumbia Queers, los dos paradigmas, encabezaron escenas movedizas en las que Los Reyes del Falsete, El Perrodiablo, La Perla Irregular, La Patrulla Espacial, Los Umbanda y Sara Hebe se ubicaron mejor gracias a notables discos nuevos. Hasta la cumbia digital (Mati Zundel) y la nueva psicodelia joven (Morbo & Mambo, Mompox) asentaron sus bases para un posible próximo crossover.
Consumación o consumo
Según Capif, a noviembre sólo había un disco argentino entre los diez más vendidos: Almendra, de 1969. Este año, los lanzamientos discográficos tuvieron precios de entre 60 (discos sencillos) y 100 pesos (dobles o con DVD); más o menos los mismos de discos internacionales en esos formatos. Las entradas para shows en espacios medianos oscilaron entre los 40 y los 80 pesos y las de los masivos (teatros Gran Rex y Luna Park, estadios y festivales) arrancaron desde los 120 pesos y llegaron hasta los 400 para jornadas locales en festivales. En tanto, ver shows internacionales, por más desconocidos fueran los artistas, no fue posible por menos de 200. Los festivales, desde el Quilmes Rock al Pepsi Music y el Personal Fest, no ocurrieron con tanta convocatoria como en años anteriores, en su justa medida porque no ofrecieron carteles tan importantes como los de antaño.
A la mano invisible se le vieron los hilos: no es que los discos sean productos más escasos, sino que toda la cadena ajena (en la mayoría de los casos) a los artistas subió los precios para acolchonar la caída de las ventas en formatos físicos, que igual se ralentizó. EMI, que en 2011 había firmado a un artista argentino nuevo por primera vez en diez años, fue absorbida por Universal, por lo que ya sólo quedan tres grandes sellos mundiales. En el plano local, PopArt sigue siendo la discográfica omnipresente y esta vez miró al under con el proyecto Geiser: discos curados por referentes de escenas (Leo García, Walas de Massacre, Richard Coleman) que compilan a nuevos artistas de ámbitos alternativos. De todos modos, los “chicos” están bien: crecen pequeñas casas editoras como Sadness, Scatter, Crack, Ultrapop y Triple RRR.
Ante este panorama, músicos y productoras se concentraron en los shows, casi siempre dotados de algún tipo de curiosidad o causalidad en miras de atraer al público: acústicos (Attaque 77), multimedias (Massacre), de tono familiar (la kermés de Las Pastillas del Abuelo) o íntimos (Catupecu Machu). Hubo conciertos suspendidos, pospuestos y mudados a espacios más pequeños que los anunciados, en tanto que la asistencia a los recitales de artistas extranjeros detonó al comienzo del año en la galería de nueve River de Roger Waters y llenó líneas en los resúmenes de las tarjetas de crédito con recitales pequeños, de culto o medianos de otros visitantes.
Clics modernos
Frente a esta situación, pero no debido solamente a ella, los músicos locales se subieron al crowdfunding o financiamiento colectivo. Para La piedra en el aire, Flopa Lestani y Ariel Minimal invitaron a “productores del corazón” a colaborar con dinero para la fabricación de su disco, a cambio de una copia y un show privado. Daniel Melero usó el mismo sistema de venta anticipada para la aún inédita caja Cuadro y también Richard Coleman lo hizo para su disco de versiones A Song Is a Song - Volumen 1.
Pero la herramienta digital de 2012 fue el streaming o la transmisión audiovisual a través de Internet, en directo o diferido. Vorterix, la radio de Mario Pergolini, ofreció el más resonante servicio de este tipo, pero también lo hicieron el portal Terra, la empresa Coca-Cola con su ciclo In Concert y el sitio local Vivo Conectado, que busca acercarles este servicio a bandas chicas pero también hace shows grandes.
Otros músicos, como Fito Páez, Los Cafres y Poncho, probaron las mieles del desembarco del iTunes Store de Apple, importante servicio mundial de venta legal de música digital. El segmento creció hasta representar poco más de un diez por ciento del mercado fonográfico argentino, una tercera parte de la cuota que tiene en la región. De todas maneras, los artistas que trabajan por fuera de la industria siguieron dando uso a herramientas de distribución y comercialización como SoundCloud o BandCamp, con modos de descargas gratuita o “a la gorra”. Fue un nuevo paso en la puesta de las redes sociales al servicio de la supervivencia musical, especialmente resonante en un año en el que el servicio MegaUpload fue cerrado por el FBI, a nivel internacional se intentó establecer las leyes SOPA y PIPA, en contra de la “piratería” online y la violación a derechos de autor; Napster volvió como negocio legal y muchos dudaron sobre subir a Spotify.
Aquelarre
Con más ganas que dinero y mejores ideas que lugares donde mostrarlas, la música underground urbana (rock, pop, reggae, tropical y electrónica) acaba así otro año de crecimiento en diversidad, calidad y bondad. Las novedades en materia legislativa aportarán también a la sustentabilidad de esas escenas, cada vez más convocantes y preferidas por los públicos del palo. Los exponentes del mainstream poco hicieron más que confirmar sus andariveles estéticos y temáticos en un año sin materiales flamantes de los grupos que habitualmente ayudan a correr esos límites (Catupecu Machu, Massacre, Carajo). Babasónicos recuperó los lados B de Jessico en Carolo y Páez, pese a ser figura de excepción este año, lo hizo montado a su célebre disco de 1992. Almafuerte sacó el imponente Trillando la fina e Illya Kuryaki el celebrado Chances. Pero todo siguió más o menos igual.
El sino de 2012 estuvo en la preparación de un nuevo mapa de medios, de empresas y de espacios, así como de colectivos y proyectos alternativos. Se trató de una música urbana líquida que se diluyó, se estancó o corrió por una superestructura en cambio permanente, que este año encontró en las nuevas tecnologías y en la interacción y la colaboración directa unas formas posibles de pervivencia. La música tuvo así otra oportunidad para la emoción, la rebelión y la ascensión. Pero sin contenidos, por más obra de infraestructura nueva que aparezca o que el rock y el pop se apropien, no habrá más que nuevas formas de seguir contando lo mismo de siempre.
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