Martes, 18 de diciembre de 2012 | Hoy
TELEVISION › CáMARAS DE SEGURIDAD SE BURLA DE QUIENES SUFREN DELITOS
El programa que emite América se abastece de material registrado por cámaras que los municipios ponen por seguridad; expone todo tipo de situaciones violentas acompañadas por inserts en pantalla, sonidos y musicalización ad hoc para reírse de las víctimas.
Por Emanuel Respighi
El concepto “televisión basura” no es nuevo, aunque tampoco es tan viejo. Surgió a fines de los ’80, cuando el conductor portorriqueño Geraldo Rivera incluyó en uno de sus programas de chismes de la TV estadounidense una sección que consistía en husmear, cámara en mano, en las bolsas de basura de los famosos. Esa “idea”, sostenían, tenía como fin conocer a través de los desechos de las distintas celebridades su vida “real”, esa que aparece una vez que las cámaras se apagan. Ese concepto, que está a punto de cumplir 25 años, fue el que luego se popularizó para describir aquellos contenidos televisivos que exponen de manera descarnada y sensacionalista la falta de humanidad y respeto de los productores y conductores por los protagonistas y televidentes. Los programas de chimentos y ciertos reality shows de hoy en día bien podrían ser exponentes de la “TV basura”, que no tiene que ver con la calidad técnica, sino con la carencia de sentido ético de sus propuestas. Un mal que se extiende sin detenerse y que cruza, incluso, a ciertos programas que se dicen periodísticos.
Nunca ajena a las transformaciones que ocurren en el resto del mundo, sin importarle en muchas ocasiones si esos cambios aportan algo bueno o no a la sociedad o al mismo medio, la TV argentina suele ser permeable a las tendencias que se generan fronteras afuera. Mucho más si esas tendencias provienen del Primer Mundo. En efecto, la industria televisiva local probablemente sea, hoy en día, la actividad cultural en la que más claramente se expresan los efectos de la globalización. Sea por cuestiones aspiracionales, por cierto cipayismo o por su enorme capacidad de adaptabilidad a los más diversos formatos, lo cierto es que la pantalla chica local suele correr detrás de lo nuevo. Y en esa carrera, desenfrenada e infinita, la TV se alimenta de todo aquello que pueda generar rating, con cada vez menos tiempo para contrastar otro tipo de valoraciones. En ese punto, la “TV basura” tiene en el país suelo fértil para atrapar a productores ávidos de “éxito” fácil y barato.
A grandes rasgos, puede definirse a la “TV basura” como aquella televisión que todo lo muestra. Es una televisión que, camuflándose en que lo que hace es “reflejar la realidad”, no tiene reparos éticos, morales, humanos, de ningún tipo: todo puede ser mostrable, todo debe mostrarse. Los programas de chimentos y ciertos ciclos “periodísticos” forman parte de esa TV que vomita desechos sin parar. En esa búsqueda de atrapar al televidente como sea, el impacto visual se transforma en lo único que importa. Generar en el espectador la tensión necesaria para que no cambie de canal, tocando su fibra morbosa, es la clave de un formato que se expande por la pantalla sin importarle nada más. La exposición de escenas violentas o en las que la “gente común” muestra sus miserias resulta ser cada vez más usual, en una utilización de lo “real” que no tiene que ver con la falta de recursos económicos, sino más bien con la carencia de ideas y límites de quienes lo producen o emiten.
El último eslabón de esa cadena en la que la TV se convierte en un mero difusor de imágenes, sin asumir ningún tipo de responsabilidad ni sentido estético –mucho menos humano–, es Cámara de seguridad, que se emite por América. El programa, como su nombre lo indica, se vale de las imágenes que captan las cámaras que distintos municipios colocaron en la vía pública con el objetivo de monitorear sus calles y brindar atención inmediata en caso de que haya algún problema. A la falta total de recursos y producción que el programa requiere para su puesta al aire, ya que se abastecen de material registrado por cámaras solventadas por los estados municipales con –supuestamente– fines de seguridad, el “periodístico” expone todo tipo de situaciones violentas sin ningún tipo de mediación más que Ronen Szwarc –cara visible del programa– y el secretario de Seguridad de turno describiendo lo que las imágenes registran. Que, básicamente, es siempre lo mismo: brutales accidentes de tránsito, peleas callejeras, robos, incidentes...
Como si la simple exposición de ese recorte de lo peor de la realidad no bastara, Cámaras de seguridad le suma un ingrediente más a la perversión: las escenas de ciudadanos sufriendo delitos o viviendo todo tipo de situaciones violentas son acompañadas por inserts en pantalla, sonidos y musicalización ad hoc, que tienen el único objetivo de burlarse de lo que las cámaras registran. Sin tener en cuenta la realidad de los hechos y las consecuencias que tuvieron en la vida de quienes los protagonizaron, editan las imágenes para hacerlas “más televisivas”. O sea: utilizan ese material con el único fin de provocar impacto, banalizando desde la edición las traumáticas situaciones que padecen las víctimas. En ningún caso los hechos son acompañados con campañas de prevención o de educación respecto de lo que se muestra.
Es esta utilización comercial, despreciable, la que hace de Cámaras de seguridad un programa desechable, que refleja el peor aspecto de la televisión argentina. Lo que tampoco debe dejarse pasar por alto es el servilismo con el que algunos municipios del conurbano o la ciudad de Buenos Aires alimentan este tipo de productos. En cierta forma, los intendentes resultan ser cómplices de Cámaras de seguridad, al entregarle las filmaciones grabadas por las cámaras instaladas en la vía pública para fines televisivos. Inclusive, corriendo el riesgo de demandas de parte de los ciudadanos, ya que tanto la Ley 11.723 como la 1071 bis del Código Civil contemplan que el uso y difusión, sin consentimiento, de la imagen da derecho a indemnización, dado que el protagonista puede sentir vulnerado su derecho a la intimidad o a la imagen. No hay razón alguna, entonces, para que el Estado permita que se use una herramienta de contención social con una finalidad tan miserable como la que persigue el programa de América. Ni siquiera la búsqueda de posicionamiento político.
La pregunta que rodea a este tipo de programas inaugura el debate: ¿es legítimo el uso de parte de los canales del material generado por las videocámaras de seguridad, buscando un fin netamente lucrativo y sin contar con el permiso de los protagonistas para exhibirlo públicamente? La respuesta se halla en el artículo 31 de la Ley 11.723, de propiedad intelectual, que dice que “es libre la publicación del retrato cuando se relacione con fines científicos, didácticos y en general culturales, o con hechos o acontecimientos de interés público o que se hubieran desarrollado en público”. Ese párrafo muchas veces es el esgrimido por los canales y productoras para eximirse de responsabilidad. Está claro que, más allá de interpretaciones, el uso de imágenes de parte de muchos programas no sigue una finalidad “científica”, “cultural” ni “didáctica”. Prueba de ello es que Cámaras de seguridad no acompaña el material con ningún tipo de información adicional de prevención. Y el hecho de que las situaciones se den en la vía pública no debería permitirle al programa burlarse del damnificado y propietario de la imagen. Mucho menos ofenderlo en torno de sorna.
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