MUSICA › CHESTER THOMPSON
Esta noche en el Maipo, los fanáticos de platos y bombos podrán tomar contacto con una verdadera leyenda del instrumento. Pero Thompson está lejos de comportarse y expresarse como tal. Aquí habla de todo, hasta del lejano día en que tocó con Arco Iris.
› Por Gloria Guerrero
Resulta difícil creer que el público local no haya visto en persona a Chester Thompson hasta ahora. Pero después de la visita en octubre pasado del insigne Jack Bruce, ex bajista de Cream, la Argentina –tan amable anfitriona de cualquier insecto internacional– parece estar queriendo saldar sus deudas para con los verdaderos maestros que nunca habían pisado este suelo. Chester Thompson es un baterista estadounidense que durante sus 63 años (cumplidos la semana pasada) les puso tambores a Frank Zappa, a Weather Report y hasta al mismísimo Genesis cuando Peter Gabriel se fue y Phil Collins tuvo que hacerse cargo del micrófono dejando su propio instrumento –precisamente, la batería– en manos de otro. Ese “otro” fue Thompson, hoy profesor de profesores, con una historia tan rica y extraordinaria que hasta incluye exotismos como haber tocado, hace más de treinta años y sobre un mismo escenario en Los Angeles, con los argentinos Arco Iris. “Fue hace mucho tiempo...”, sonríe el grandote. “Su música me resultó muy rara, tan distinta de lo que hago, pero era muy linda, me encantó. Ellos tenían hermosos ritmos y melodías; era música de raíces, raíces latinoamericanas que por entonces yo no comprendía”, dice.
Pero ahora sí las va comprendiendo. Durante este último mes, Thompson está ahíto de América latina. Viene bajando por Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y Perú (habla con Página/12 desde su hotel en Lima, horas antes de viajar a Buenos Aires), dando clínicas (clases magistrales) de batería, en el marco de un tour auspiciado por DW (Drum Workshop, su auspiciante desde 2000).
En cada escala hay una sorpresa. “En cada clínica hay algo nuevo: creo que fue en Honduras donde hice una zapada preciosa con una chelista”, se deleita. En Buenos Aires lo acompaña la banda Intrépidos Navegantes, a quienes aún no conoce. Y su sitio web (chesterthompson.com) arranca diciendo: “Bienvenidos a mi mundo: este lugar habla más que nada acerca de baterías, pero espero que haya algo que les interese a las personas normales”. “Sí, pienso eso”, se ríe Thompson. “Es que creo que la mayoría de la gente cree que los músicos no somos gente normal. Y me parece que tienen razón.”
Van a ser sólo los cabezones tamborileros y platilleros, los padawan de la batería, los que vayan a ver y aprender del maestro, cuya clínica es hoy en el Maipo (Corrientes y Esmeralda), a las 20.
O no.
Porque hay mucho más para disfrutar.
Porque Chester Thompson fue, por ejemplo, baterista de Frank Zappa.
–Zappa escribía personalmente las partes que debían tocar los bateristas. ¿A usted le ordenó que las hiciera tal cual o le dejó espacio para jugar?
–No, para nada; nada de jugar. Pero aunque las notas estén allí, exactas, el sentimiento está dentro de quien las toca... El marcaba estrictamente las partes de batería y tenías que tocarlas exactamente, tal cual. Funcionó porque a él le gustaba cómo las tocaba yo. Por eso estaba en su banda: por el feeling.
–¿Y usted se bancaba aquella restricción, quedar acotado?
–Por supuesto. Aprendí muchísimo; fue como ir al colegio. Frank pretendía que, para todos quienes tocábamos con él, la música fuera un desafío. ¿No podías tocar una parte hoy? ¡La ibas a tocar bien, mañana! Porque él era un auténtico maestro y componía cosas realmente muy, muy complicadas... que había que comenzar a tocarlas muy, muuuuy lentamente, hasta que las comprendías y te acostumbrabas... y después la tenías que tocar cada vez más, y más... ¡y más rápido! Esa es la mejor forma de practicar.
–Y si alguien no era capaz de tocarla bien al otro día, ¿qué pasaba?
–No lo sé, ¡al día siguiente todos las tocábamos perfecto..! (risas). ¡Pero Frank tampoco tocaba sus partes de guitarra bien al primer día! (Se vuelve a reír.) Ese era el desafío. Zappa fue un verdadero compositor: escuchaba la música dentro de su cuerpo, y recién después la volcaba en notas. Por eso también tenía que “aprenderse” sus partes de guitarra, solito, al mismo nivel de cualquiera de nosotros que teníamos que aprendernos las partes de bajo o batería.
–¿Qué recuerda de sus tiempos, después, con Weather Report?
–Yo tenía 27 años, más o menos, y fue muy lindo, muy importante para mí. Lo que hicimos juntos no puede decirse en palabras; sólo se lo podría explicar tocando. Porque con Weather Report no podías simplemente “aprenderte los temas”: si pensabas que así era... bueno, no era. Estuve con ellos durante un año; por entonces el bajista era Alphonso Johnson, gran amigo mío. Cuando él se fue y entró Jaco Pastorius, mi manera de tocar no cuajaba con la de Jaco; no nos llevábamos bien. Pero como Jaco era una pieza fundamental para Weather Report, yo me fui. Igual, en Weather Report todo el tiempo cambiaban de músicos. (N. de la R.: Durante quince años, hubo más de una veintena de cambios.) No me hice ningún problema.
–¿Lo dice en serio?
–Fue una de mis bandas favoritas, más que nada porque yo venía de un background jazzero y en Weather Report me gustaba improvisar; fue fantástico. Mire: nunca hice nada que no disfrutara. Si no me gusta la banda en la que estoy, no me quedo. No toco por plata. Por supuesto que necesito un sueldo para vivir; pero si estoy a disgusto en alguna parte, no hay dinero que valga. Por eso, cada grupo, cada uno por diferentes razones, resultó una experiencia buenísima para mí.
–¿Genesis también?
–Phil había escuchado mi trabajo con Frank Zappa. Después me vio con Weather Report. Y me pidió tocar con Genesis.
–¿Cómo se bancó tocar durante veinte años a las órdenes de otro baterista?
–Bueno, a veces fue como si te pegaran un palazo en la nuca (se ríe), y a veces fue maravilloso. Dentro de todo fue fácil, hay que decirlo, en el sentido de que ambos hablamos el mismo idioma.
–Más o menos... hay una entrevista en video en la que Collins le da a usted ciertas instrucciones de cómo tocar en Genesis y ahí le pide que toque como “caminando”, algo muy marchoso, y usted responde: “¡Pero la gente no camina así!”...
–(Larga la carcajada.) Claro, era la diferencia entre un inglés blanco y yo, que soy negro afroamericano: son culturas completamente diferentes.
Chester Thompson es muy cortés y simpático, pero hay que preguntarle dos veces la misma cosa, o tres, hasta que se anime a la milonga.
–¿Collins lo obligaba a respetar las partes de batería? Por ejemplo: usted toca doble bombo y Phil usa uno solo... ¿Qué tanta libertad le daba?
–A “los arreglos” yo los tenía que tocar tal cual. Pero en otras partes tenía libertad. Cuando eran arreglos, Phil me lo dejaba muy claro: “Acá tenés que tocar esto, exacto”, pero otras veces me dejaba suelto. Si usted escucha los discos de estudio y después me escucha a mí en los discos en vivo... ahí se ve la libertad. Se ve mucha diferencia. El “sentimiento” es distinto, porque cuando alguien toca en vivo, el tema puede crecer. Cuando se graba en estudio, ya fue: no hay forma de que el tema crezca.
–¿Y cuál de todas sus bandas fue a la que más le costó adaptarse?
–Ehh... Genesis. Me costó, me costó mucho, porque los sentimientos eran muy distintos, muy distintos.
Comprendido.
“Pero, igual, me gustó el desa-fío”, aclara, atento.
–Usted es un maestro, un profesor; de hecho, además de dar clínicas enseña en la universidad.
–Durante muchos años me negué; no quería tener semejante responsabilidad. Pero mi hijo Akil, que estudia música, iba a abandonar, y encima no me gustaba su profesor... por Akil empecé a enseñar. El es baterista, tecladista, guitarrista y bajista; siempre quise ser su maestro, pero era casi imposible hacerlo en casa. Y hoy no sólo le enseño a mi hijo, sino a cientos de estudiantes. Cuando empecé, no sabía bien cómo, pero cuando tenés hijos... siempre terminás siendo maestro de algo. Ahora, además, están las clínicas.
–Hablando de Akil: su único disco solista, A Joyful Noise (1991), fue compuesto para su nacimiento, ¿no?
–Sí. Por primera vez escribí la música que tenía en mi cabeza. Estaba de gira con Phil Collins, y por lo general después de un show, yo no me duermo fácil: ¡demasiada adrenalina! Y si total me iba a quedar despierto, para no malgastar el tiempo en vela me puse a componer.
–No me diga que tocaba la batería de noche en el hotel...
–No (risas), programaba la batería en el teclado; no toco bien los teclados, pero me doy maña con los arreglos y sé bastante de armonía y de esas cosas. Y tenía una banda muy buena en Los Angeles, con un tecladista y un bajista que estaban allá, así que, cuando terminó la gira, un amigo de Japón me conectó con una discográfica pequeña, Blue Moon, y fue una oportunidad fantástica. Grabamos casi todo en el estudio de mi casa.
–Eso pasó hace más de veinte años, ¿tiene algo nuevo?
–Tengo un nuevo disco con mi nueva banda, el Chester Thompson Trio; está casi terminado. Venimos tocando juntos desde hace más de un año: hacemos jazz, swing jazz, algo de jazz latino... tiene una energía muy alta. No es música de relax. Tiene sus partes relajadas, por supuesto, pero no es “jazz para sentarte en un silloncito y tomarte un trago” (se ríe).
El maestro Thompson nunca se relaja. Viene bajando, como se ha dicho, por toda América latina. Pero, ¿qué hace un maestro en una clínica? “Lo que hago más que nada es tocar, pero cuando elijo un cover depende mucho del público, de los bateristas presentes que puedan utilizar la información que les brindo: no me gusta hablarles de cosas que no les signifiquen nada. Tengo montones de cosas para contar: la técnica, cómo afinar el instrumento, cómo tocar estilos diferentes...”
–Ya ve, al final terminó siendo maestro.
–(Se ríe.) Sí, totalmente. Y me encanta, debo reconocerlo. Y si el público me hace preguntas o me pide cosas, me siento mejor todavía.
–Y además es un hombre de fe.
–Sí, lo soy. Vea: yo no me levanté un día y se me ocurrió: “Soy un baterista y voy a tocar la batería”. Esa, creo, no es una elección. Uno recibe ese don, o recibe otro: quizás usted misma tiene el talento de escribir; otro tiene el talento de pintar... Y a veces, esa belleza de estar tocando música; no sé si soy yo quien la está tocando... Creo que viene de Dios. Mi mamá era muy devota, pero claro, no importa qué tan devotos sean tus padres, tenés que averiguar las cosas por vos mismo. Y después de que nació Akil me puse muy curioso: leí mucho, leí de todo, queriendo saber más. Y entonces un gran amigo, Abraham Laboriel (N. de la R.: uno de los bajistas más respetados del mundo), a quien conozco desde 1971 y se hizo cristiano, me invitó a ir a unos grupos de reflexión a su casa; fuimos con mi esposa, comenzamos a leer más y a entender más a la Biblia y a Jesús. Y encontramos que ése era nuestro lugar. Después de un tiempo decidimos hacernos cristianos y nos bautizamos juntos y vivimos una enorme experiencia. Todavía me parece algo nuevo; siempre me parece algo nuevo. Siempre creo que recién estoy empezando a entender algo.
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