Jue 27.12.2012
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MUSICA › DIEZ AñOS DESPUéS DE SU úLTIMO SHOW, GRAND PRIX VUELVE SóLO POR UNA NOCHE

Una reunión armada para despedirse

Esta noche, el quinteto repasará las canciones de Hogar y Lejos con la misma formación con la que llegó a girar por España.

› Por Federico Lisica

“Es la pregunta del millón, ¿no?”, dice Sebastián Rubin cuando se le consulta si Grand Prix –banda que se lució en el under del rock porteño a finales de los ’90– hubiese tenido mejor suerte en otro contexto. Aunque sabe que de no haber sido por ese panorama de final del 1 a 1, de la eclosión poscorralito, de compañeros que migraban, difícilmente podrían haber surgido las gemas pop que abundan en Hogar (2000) y Lejos (2002). “Fueron puertitas que se abrieron y significaron poco, algo o mucho para gente de nuestra generación. Fue el momento más feo para hacer música en el país. Para los veinteañeros, cuyos proyectos e ilusiones se alejaban, también nuestros amigos que se iban a vivir afuera.” Pero el desfasaje del grupo, del cual Rubin fue principal compositor, y contó con Sebastián Arpesella (guitarra), Pablo Font (teclados), Fernando Lee (bajo) y Agustín Casalía (batería) como última formación estable, también pasaba por otro lado. No cuadraban con la música que copaba radios (fuese electrónica o rock barrial) y la industria discográfica –que recién empezaba a sentir que Internet era cosa seria– los dejaba pasar. Grand Prix no dudaba en declamar su amor por Elvis Costello, Neil Young, The Who, The Kinks y los Beatles. Y lo hacía con temas brillosos, letras agridulces y una columna vertebral fortísima.

“Las canciones que perduran hacen foco en la melodía –dice Rubín–. Tomás un tema de Buddy Holly del ’56 y uno de los New Pornographers del ’08, y el hilo conductor es el mismo: pueden cambiar los arreglos e instrumentación, pero si hay una buena melodía, lo demás es casi accesorio. Me fascina que una letra no diga lo mismo si no hay un determinado acorde, o si a una nota ‘pide’ que le siga otra puntual. Creo que con Grand Prix fuimos sagaces en no querer sonar modernos.” Hoy a las 21 en Ultra Bar (San Martín 678), a diez años de su disgregación, Grand Prix volverá a existir sólo por una noche, en una suerte de despedida que sus integrantes sienten nunca tuvieron. “Estamos súper contentos de reencontrarnos con nuestro repertorio, con este cierre/apertura”, invita Rubin.

–¿Qué es lo que recuerda del contexto en el que editaron sus discos?

–Creo que estábamos en el lugar correcto en el momento más equivocado. Lo bueno es que los discos no envejecieron mal. Los escuchás y no decís: “Uy, es re ’99” (risas). Hogar fue un Greatest Hits, entre comillas, de la primera etapa de la banda. Lejos, a nivel sonido, tiene algo que todavía no puedo descular, un aura especial. Era un trabajo que hablaba de la diferencia que existía entre el deseo de los proyectos que uno había sembrado en su primera adultez y la realidad con la cual se encontraba. Era un estado de parálisis: no se podía tocar, grabar ni editar.

–Paradójicamente, el sonido y ritmo de Grand Prix siempre tuvo una veta entrañable nada depresiva, un uptempo singular...

–Nunca tuvimos una instrumentación opresiva y dark, aunque el timbre, particularmente el de Lejos, fuese melancólico, al menos en las letras. Siempre nos focalizamos en las melodías y armonías vocales y eso te levanta. Al oído le resulta agradable, lindo, bello... “Amable” sería la palabra más exacta. Aunque fuese denso en lo que contaba, sin ser conceptual o testimonial. La clave está en el tema “En otro lugar”: lo grabamos en el medio del corralito y terminamos de mezclarlo cinco presidentes después. Luego nos fuimos de gira a España y a la vuelta recién lo entendimos. Ahí había algo. Grand Prix era un santuario, lo negativo cambiaba de polaridad.

–¿Por qué editaron Lejos primero en España?

–Empezamos a grabarlo acá a mediados de 2001. Esa fue su primera parte. Habíamos decidido dejar de tocar en vivo, la pasábamos muy mal a nivel disfrute de concierto y decidimos concentrarnos en grabar. Ahí sufrimos la salida de dos miembros, quedamos como un trío, y una vez por mes hacíamos un tema que subíamos a la web gratis. Eso fue hasta abril de 2002, cuando nos fuimos a España. Con ese material tuvimos una muy buena racha y el sello Rock Indiana decidió editarnos, nos ofreció un contrato para que termináramos el disco y una gira de 25 shows en 35 días. Esa fue la segunda etapa en la que sumamos canciones inglés, algo que se estilaba en el indie español. En la Argentina recién se editó en el 2007, con la banda ya disuelta.

–¿Por qué se separaron?

–Lo de España fue tremendo, pero implicó un desgaste acelerado, con toda la edición del disco y la gira. A la vuelta no tuvimos ese empujoncito exterior para seguir. No hubo peleas pero se nos complicó mucho. Intentamos recuperar esa energía perdida por afuera, cada uno en sus proyectos.

Tras la disolución de la banda, Rubin comandó Los Subtitulados (y comparte Los Campos Magnéticos con Alvy Singer y Nacho Rodríguez), Font dio origen a Les Mentettes y Cosmo, Arpesella se focalizó en la fotografía, Casalía se radicó en Suiza donde toca con Les Pong, y Lee se desempeña como sesionista. Para el show de hoy se concentran en sonar “como en la gira por España”. Los dos discos del grupo pueden ser escuchados y bajados de Grandprixoficial.bandcamp.com.

–¿Cómo se gestó la vuelta?

–De modo muy natural. Agustín llegó de Europa por las fiestas, antes mandó un mail con la propuesta, y todos dijimos que sí, sin ningún tipo de resquemor.

–¿Con qué novedad se encontraron en la sala de ensayo y qué se mantuvo invariable?

–La memoria de los dedos es sorprendente. En seguida todo fluía, aunque hubo que entrenar como un equipo de fútbol que se reencuentra: “Ah, vos corrías por ahí; vos me cubrías acá”. Lo que se sumó es el bagaje de la experiencia. Se trata de disfrutar la música.

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