Domingo, 13 de enero de 2013 | Hoy
MUSICA › BRIAN ENO, LA MUSICA AMBIENT, LA PRODUCCION Y EL PASADO
Algunos lo ven como un científico, otros como un tipo pretencioso. Inventor del concepto ambient, productor de artistas que modelaron la escena de los últimos años, ex rock star glam de los años de Roxy Music, Eno es ante todo un tipo que sabe pensar. Y lo demuestra.
Por Nick Duerden *
Llego siete minutos temprano a la cita con Brian Eno en su estudio de trabajo, situado al final de una hermosa calle de caballerizas en el oeste de Londres, y mi anticipación es advertida y señalada desde el momento de la entrada. Eno está sentado allí, en una mesa bajo una luz cenital, pero un asistente me conduce a una esquina de la habitación, detrás de una biblioteca que lo oculta a la vista. En compensación ofrecen un té y un croissant y se puede pasar el tiempo admirando el premio Bafta que recibió por su contribución a la banda de sonido del drama Top Boy, emitido en 2011 por Channel 4, y los incontables, hermosos libros de arte, fotografía y diseño. Los siete minutos pasan en un silencio casi absoluto, hasta que él anuncia que está listo, y su asistente me conduce los cinco escalones arriba hasta la mesa, donde espera un sólido apretón de manos, un ademán con la cabeza y una actitud general de “Bueno, vamos, a los negocios”.
Entrevistar a uno de los más respetados productores musicales e iconos culturales del mundo es un asunto ciertamente curioso. Se han asignado exactos 45 minutos de su tiempo y cuando, promediando la charla, se levanta del asiento para poner un hit de Elvis Presley de 1961, “His latest flame”, dice que agregará el tiempo que tomó escuchar el tema completo (dos minutos y siete segundos) al final de la entrevista. Al principio parece una broma, pero no lo es: al terminar el tiempo asignado, de hecho se agregan los dos minutos. Todo en este hombre parece tener que ver con los detalles.
Eno acaba de lanzar un nuevo disco. Se llama Lux y es otro de sus proyectos ambient, con los que empezó a experimentar a comienzos de los ’70. El álbum dura poco más de una hora. O, para ser enoísticamente específicos, una hora, 15 minutos y 21 segundos de un minimalismo artísticamente construido, la clase de música conducida y protagonizada por un piano flotante sobre la que es tan difícil escribir con cierta precisión; tanto que es muy tentador simplemente referirse a ella como un paisaje sonoro etéreo y seguir adelante. Le confieso que me dormí muy agradablemente escuchándolo la noche anterior al encuentro. “A mí me ha pasado lo mismo”, dice y sonríe, revelando uno o posiblemente dos dientes de oro en su boca. “Es una excelente manera de disfrutar el disco”.
Lux fue encargado por el Concejo de la Gran Galería del Palacio de Venaria en Torino, Italia; esencialmente un corredor que conecta dos palacio que atraen más de un millón de visitantes al año. Pero no es un corredor común y corriente, sino uno que exhibe una atípica belleza barroca... belleza que los turistas de todos modos suelen ignorar mientras pasan. ¿Qué mejor manera de conseguir que se quedaran un rato más, razonó el Concejo, que transmitirle algo de música subliminal escrita por un maestro en tales labores? Por supuesto, para oídos ignorante un disco de ambient más o menos igual a todos los demás, y uno se pregunta si Eno no se habrá sentido tentado a ofrecer algo de su catálogo: ha lanzado muchos discos de música ambiental a través de las décadas, como Música para aeropuertos y Música para películas, de 1978, o Más música para películas, de 1983, Pero para Eno ésta es una forma artística que requiere niveles microscópicos de precisión. Para ilustrarlo, dibuja una serie de finas líneas y símbolos con un pincel en la tapa metálica de su MacBook y usa frases como “sistemas de eco”.
De todos modos, cuando llegó a Torino para revelar la pieza y exhibirla en el pasillo en todo su esplendor, se dio cuenta de que había hecho todo mal. “Había hecho una música muy crepuscular, mientras que el edificio en sí estaba lleno de luz y ventanas, y respondía al exterior, al clima. Tuve que empezar de nuevo”, explica. La junta de responsables del palacio le dijo que no se atormentara, que de todos modos les había encantado lo que les había traído, pero un insistente Eno volvió a su estudio y trabajó sin descanso ajustándolo todo. El proceso, revela, fue “dichoso”. “Cuando la gente piensa en un compositor –Beethoven, digamos, o Mozart–, entiende que cada nota es específica y cuidadosamente detallada. Mi estilo de composición es más de la clase de un jardinero. El jardinero toma sus semillas y las esparce, sabiendo qué es lo que planta, pero no exactamente cuál crecerá y cuándo. Y tampoco será necesariamente capaz de reproducirlo después”, dice. “Lo que inicialmente hice con Lux fue matar el terreno. Lo fertilicé todo perfectamente, pero puse las flores incorrectas. Era demasiado llamativo.”
Mientras dice esto, con un malicioso destello en la mirada, es difícil de sopesar si el hombre está siendo enteramente serio o poniendo algo de picardía para estar a la altura de la percepción que muchos tienen de él, de un tipo salvajemente pretencioso. Como sea, es bueno para la marca. El se ríe. “La gente desprecia la música ambient, ¿no?”, musita. “La llaman easy listening, de escucha fácil, música de fondo, como sugiriendo que en realidad debería ser difícil de escuchar. Es una idea muy del mundo del arte del siglo XX: el arte sólo es válido si te agarra de las solapas y trata de despertarte de tu inútil existencia burguesa. Para mí la idea de que el arte siempre debe ser disruptivo es cuestionable.”
Brian Eno no es sólo una de las más influyentes figuras en el mundo de la música, es también una de las más amorfas. El hombre no encaja de ninguna manera en el cliché del viejo rockstar convertido en estadista y cambia de forma constantemente. Alguna vez fue una estrella de rock en toda la regla, a comienzos de la década del ’70 y como tecladista de Roxy Music, cuando hizo de su pelo cada vez más raleado un estilo que frustraría incluso a Lady Gaga. Pero lo abandonó rápidamente, de acuerdo con todos los relatos cansado por sus frecuentes choques con el cantante Bryan Ferry, y poco impresionado por la vacuidad de la vida de la fama que tantos ven atractiva. Después de eso se convirtió en compositor, haciendo no sólo álbumes de música ambient sino también pequeñas piezas que terminarían usándose en computadoras, teléfonos móviles y toda clase de aplicaciones. También se convirtió en un productor muy demandado, que les dio su única visión musical a algunos de los artistas que definieron la escena de los últimos tiempos: David Bowie, Talking Heads, U2 y, más recientemente, Coldplay. Aun así, él se refiere a sí mismo como productor entre comillas, dibujando orejas de conejo en el aire mientras insiste en que “la mayoría de las veces me siento con las bandas y las ayudo a componer la música; no me dedico a hacer que el bombo de batería suene más fuerte”.
Por fuera de su trabajo, ha escrito libros, curado festivales y exhibiciones y se ha dedicado a escribir columnas en los diarios. También pinta (la mayoría de su trabajo se compone de grandes y confusos lienzos) y, en 2007, fue nombrado consejero juvenil del Partido Liberal Demócrata del Reino Unido, un rol que nunca le fue del todo explicado y que tampoco ha ejercido mucho. A veces se habla de él como un científico y un genio, y a veces se lo llama simplemente pretencioso; en él todo parece indicar que está enormemente satisfecho de ser tantas cosas diferentes para tanta gente. A sus 64 años, sigue mostrándose vital en lo creativo y, en cierta manera, juvenil en su aspecto. Un montón de la nueva música, dice, “es una paja”, pero aun así le gusta escuchar todo lo que puede y a menudo consigue quedar impresionado con algo que escucha. A pesar de eso, cuando se le pide que recomiende algo que haya descubierto recientemente, se levanta para buscar la antigua canción de Elvis, la pone a un volumen brutal y baila con ella, sonriendo ampliamente.
Después de eso, le pido que describa un típico día de trabajo. Responde en quizá la única manera que puede: con gran detalle y específicamente. “Las únicas cosas que tienen alguna clase de regularidad son las siguientes: en las mañanas voy a caminar con mi amigo John Reynolds, productor y baterista. Caminamos con estos dos enormes perros por Hyde Park unos 40 minutos y siempre a gran velocidad. Vivo a unos diez minutos de mi estudio –en rigor, ocho minutos y 49 segundos– y siempre camino al trabajo. Trabajo en el proyecto en que esté embarcado en el momento hasta que mi estómago me dice que es hora de almorzar, lo que sucede cada día a la una en punto. Remarcable. Después, por la tarde, sigo haciendo música, pintando, escribiendo.” Si está trabajando en un proyecto musical (y rara vez no lo está), entonces se queda en el estudio hasta bien tarde, y si la cosa está yendo particularmente bien puede poner una bolsa de dormir y pasar la noche allí, completamente inmerso en los frutos de su labor. “Amo estar en mi estudio”, asegura. “Especialmente de noche...”
Para algunos puede parecer extraño, incluso contradictorio, que un hombre que hace una música tan a la izquierda del mainstream también haya ayudado a Coldplay a convertirse en una de la bandas más comercialmente viables del mundo actual. Eno produjo sus últimos dos discos, Viva la Vida (de 2008) y Mylo Xyloto, de 2011. Los dos vendieron millones, llevando a la banda a la superliga de la industria y, consecuentemente, al menos en Gran Bretaña, expuestos al vilipendio permanente. Sea quien sea el que examina el trabajo de Eno, periodistas y estudiosos de la producción, hay una sugerencia de que debe haberlo hecho exclusivamente por el dinero, que perseguir semejante comercialismo extremo está por debajo de su elevado estatus. “Los ingleses siempre andan enredados en esa clase de cosas, ¿no?”, se ríe. “Si algo es exitoso, no puede ser de ninguna manera bueno. Cualquier cosa popular es populista, y ‘populista’ rara vez es un buen adjetivo.”
¿Cuán a menudo, entonces, siente la necesidad de defender a Coldplay? “Recuerdo claramente cuando era joven y todos andábamos metidos en la Velvet Underground y Jefferson Airplane. Entonces apareció Abba. Todos amaban en secreto a Abba, pero nunca podías admitirlo. Tenías que escuchar sus discos en secreto y con culpa en tu casa, porque no eran cool. A todos les gustaba... ¡a tu mamá le gustaban! Entonces, no tenían nada de subversivo. Por supuesto hoy, en retrospectiva, todos podemos ver que escribieron canciones asombrosas y que eran realmente una gran banda.”
Previamente, Eno recibió comentarios similares por trabajar con U2. El produjo varios de sus discos, incluyendo The Joshua Tree, su esencial disco de 1987. Y U2, dice, son esencialmente los Abba de ese momento. “Algunas de sus mejores canciones son fantásticas y nadie puede discutirlo. No se puede. El otro día estaba en un taxi y en la radio pusieron ‘With or without you’, y no pude evitar pensar ‘la puta madre, es buenísima’. ¡Porque lo es!”. Pero Eno, en su perpetuo modo de pensamiento a futuro, no se queda demasiado tiempo en el ejercicio nostálgico y prefiere que la gente que lo rodea tampoco lo haga. Antes de dar su aceptación para la entrevista, por ejemplo, hubo que confirmarle a su oficina de management que las preguntas no se enfocarían demasiado en sus glorias pasadas. Es como si tuviera cierto miedo a que reflejar su pasado lo deje clavado allí. “Es que, simplemente, no está en mi temperamento mirar atrás”, razona. “Es la razón por la cual, por ejemplo, nunca podré salir de gira nuevamente con Roxy Music.” Confiesa que durante cierto tiempo estuvo sobre la mesa una gira de reunión, “pero sigo diciéndoles que no quiero hacerlo”. Es de imaginar que Bryan Ferry y los demás deben estar extremadamente molestos con él. El sonríe. “No, no. Ellos son buena gente, ellos entienden.”
Aparece su asistente para marcar que llegó el final de la charla, pero Eno, consciente de la intromisión de Elvis en el medio de la entrevista, permite el tiempo extra y me lleva al estudio donde hace sonar algo de su trabajo en progreso, más música ambient que está testeando poniendo en cuatro parlantes en loop permanente. “En este momento lleva sonando cinco días”, dice con tono triunfante. Explica por qué esto es necesario, pero no alcanzo a entender el sentido. Y entonces, abruptamente, la charla llega a su fin. “Lo siento, tengo que hacer pis. Adiós.”
En el reloj son las 12.07. Faltan 53 minutos para que su estómago le diga que es hora de comer.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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