Martes, 22 de enero de 2013 | Hoy
MUSICA › LA ELéCTRICA FOLKLóRICA, UNA PROPUESTA FUERTE PARA LA CUARTA LUNA
En una jornada por demás interesante, que presentará el dúo de Teresa Parodi y Ana Prada con la ineludible presencia de León Gieco, el grupo de Julio “Bicho” Díaz testeará la respuesta a esa fusión que hizo que alguna vez les dijeran “los Pink Floyd del folklore”.
Por Cristian Vitale
Cosquín se prepara para su cuarta luna, y la grilla tienta. No va a estar Charly García junto a León Gieco, como se había pensado en un primer momento, pero sí el rosquinense con su banda viajera y la impronta de cruza que lo significa desde siempre. También el dueto Teresa Parodi-Ana Prada, que anda por el disco debut, otro dúo de peso en clave de música popular (Baglietto-Vitale), el charango hechizante de Rolando Goldman y una presencia sorpresiva, tal vez de las más representativas en el devenir de la línea innovadora del folklore. “Nos decían los Pink Floyd del folklore”, arriesga Julio “Bicho” Díaz, cuando le toca resumir en pocas palabras de qué iba La Eléctrica Folklórica, cuando grabó su único disco (Sumando corazones) en el ocaso del siglo pasado y de qué va hoy cuando, después de más de diez años de ausencia, vuelve a dar batalla con su formación original: Titi Rivarola en guitarra eléctrica, Claudio Pacheco en bajo, Cecilia Fandiño en teclados y Pichi Pereyra en batería.
“Yo creo que no estaban equivocados cuando nos decían así, porque La Eléctrica tuvo y sigue teniendo una energía muy particular, que combina la herencia milenaria andina y la profundidad de sus instrumentos, con la electricidad de los instrumentos urbanos. Siempre pensé que eran ritos similares, porque hay voces esenciales que están en todos lados. La idea fue y es unir el silencio de las alturas con el ruido de la urbe”, dice Díaz a Página/12, en la previa de un retorno clave para el folklore folk. “La mística está intacta”, extiende el quenista, charanguista y vientista nacido en los confines de la Quebrada de Humahuaca.
–Es cierto, en su momento yo tuve discusiones acaloradas sobre el tema “folklore, no folklore”, o por qué sí, por qué no tales instrumentos, y era de los que siempre decía: ¿por qué no? Cuando me decían “tal instrumento no se usa”, yo retrucaba “no se usaba, pero ahora sí”. Eran respuestas varias a los planteos que se nos hacían por tener otra visión sobre la música folklórica. Nosotros siempre pensamos en una dinámica y eso, en su momento, tuvo una resistencia muy fuerte. Ahora hay más aceptación, pero no creo que las diferencias estén del todo zanjadas.
–(Risas.) Tal cual. Nosotros con Ica Novo trabajamos mucho para darle un espacio a la juventud en Cosquín, porque hace unos años las peñas eran un escenario, cuatro tipos vestidos de gauchos cantando solemnemente y bajando línea, ¿no? Y nosotros pensamos y concretamos peñas con un folklore que identifique a los pibes, en las que se baile naturalmente sin necesidad de academias. Vivimos discusiones muy intensas y aún las vivimos, por eso hay que estar en este festival que, dicho en términos futboleros, es como jugar en Primera. Cosquín es una gran vidriera, una posibilidad de mostrarse ante gente que incluso no es del palo, porque –hay que reconocerlo– tiene una apertura que no tienen otros festivales... Hay más posibilidad de mostrar variedad, de encontrarse con muchos amigos de todos los palos, de todas las posturas políticas, ideológicas y musicales o de conectarse con los medios masivos, pero también con una pequeña FM que viene de un pueblito perdido.
De sangre mestiza, Bicho Díaz nació hace 49 años entre las soledades y silencios de las alturas de Cotac, uno de los caseríos en que resistieron los indios omaguacas cuando la conquista los corrió hacia el Este de la Quebrada. “El pueblo es históricamente famoso por los andenes de cultivo donde se cultivaba quinoa para abastecer a los incas –reseña él–, y ese lugar me formó porque nosotros, de chicos, nos explicábamos el mundo mágicamente, hasta que la escuela nos fue matando eso. Los abuelos nos enseñaban que en determinado momento del día, cuando se escuchaban ciertos sonidos, era porque los duendes estaban hablando con la Pachamama y en la escuela nos decían: ‘No, es el aire que pega en la montaña’. Por eso la música, ¿no?, por eso su magia, y la idea de armar un grupo como La Eléctrica fue precisamente buscar una simbiosis entre esa visión del mundo que teníamos nosotros de chicos con la de los changos de la ciudad que también necesitan dar su grito esencial, y lo hacen a través de una viola distorsionada.”
Díaz vivió en Humahuaca hasta los nueve años. Hacía cuatro que integraba Los Omaguacas, grupo de música andina tradicional formado con niños del pueblo que hoy son musiqueros. “Jugábamos. Hacíamos algo perceptivo con la música sin saber por qué lo hacíamos... Tirábamos tarros contra una piedra y nos chicaneábamos uno al otro: ‘¿A que no sabés qué nota es?’”, evoca y se ríe. “Y cuando llegué a Buenos Aires no paré más.” Su primera experiencia en la gran urbe fue junto al grupo de rock –o algo así– La Fuente, donde investigó en la fusión incorporando charangos, zampoñas y quenas al sonido eléctrico, mientras seguía tocando profesionalmente con Los Omaguacas. Después creó diversas formaciones que fueron allanando su camino hacia La Eléctrica: el grupo Cacharpaya, Hijos de Humahuaca, Raza –del que también formó parte Ricardo Vilca– y La Camerata Humahuaca, un ambicioso proyecto de fusión entre cuarteto de cuerdas y sonido medieval con música andina. “Yo siempre me nutrí de referentes que buscaron crear más que gustar fácil. Primero mi padre Oscar, un erkenchero, bagualero, erkero y coplero impresionante, y después Atahualpa Yupanqui, el Cuchi Leguizamón, el Chango Farías Gómez, influencias que, con el tiempo, fui uniendo a otros referentes como Pink Floyd o Divididos... todo esto tiene que ver con la mística de La Eléctrica Folklórica, una mística que quedó flotando, expectante, y que vuelve a fluir nuevamente.”
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