MUSICA › RECITAL DE ELTON JOHN EN LA CANCHA DE VéLEZ
El pianista británico festejó los 40 años de su canción “Rocket Man” con un show que revivió todos sus grandes éxitos. Sin gran despliegue escénico, Elton les cedió el protagonismo a las canciones, que lo definen como algo más que un simple baladista.
› Por Joaquín Vismara
En tiempos en que la industria musical vive más que nunca de su propio pasado sobre la base de reediciones de álbumes clásicos, shows conmemorativos del aniversario de un lanzamiento clave y giras de reunión de grupos ya separados hace rato, emprender un tour que celebra los cuarenta años del lanzamiento de una canción roza la polémica. Al menos, claro, que quien lleve a cabo esta empresa sea Elton John, y entonces uno pueda entender la ironía y la provocación sutil detrás del gesto.
El pianista británico nacido como Reginald Kenneth Dwight pasó por tercera vez por Buenos Aires en el marco de una serie de shows que comenzó en noviembre en Australia para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la aparición del simple “Rocket Man (I Think It’s Going to Be a Long, Long Time)”. El motivo del festejo es válido: tanto la canción como el disco al que pertenece, Honky Château, fueron su primer gran éxito en ambas márgenes del Atlántico en 1972.
Pero no sólo de efemérides vive el hombre. La premisa de esta gira es clara: “Grandes éxitos en vivo”, y de eso Sir Elton sabe bastante. En cuarenta y cuatro años de carrera, el músico inglés se despachó con treinta discos de estudio y más de un centenar de singles. Lo que ofreció en Vélez fue ni más ni menos que lo más destacado y celebrable de su repertorio, veinticuatro luminarias tan personales como irreprochables.
A diferencia de otros tours de calibre mundial, aquí no hay grandes despliegues escénicos, juegos de luces complejos ni demás artificios. Un escenario despojado y dos pantallas laterales son más que suficientes cuando lo que importa son las canciones, sobre todo cuando están bien ejecutadas. Con 65 años a cuestas, John ya no está para treparse a su piano Yamaha como en otros tiempos (lo hizo al comienzo y con un poco de esfuerzo en “The Bitch Is Back”), pero eso pasa a ser un detalle menor si su voz y su digitación permanecen intactos.
El eje del show está puesto en su período más prolífico en términos de calidad artística, desde Madman Across the Water (1971) a Caribou (1974). Dispuesto a despojarse de la etiqueta de baladista blando que le fue injustamente calzada en los ‘80, John muestra sus credenciales desde el vamos, con el ritmo sanguíneo de “Bennie And The Jets” y el balance de fuerzas entre rock y disco de “Grey Seal”, ambas del laureado Goodbye Yellow Brick Road, que con el pasar de las canciones se volverá el álbum más visitado de la noche.
El pianista se limita a lo suyo porque tiene detrás una ajustada banda, sostenida por Nigel Olsson y Davey Johnstone, ambos colaboradores suyos desde hace más de cuarenta años. Ni ellos ni ningún otro de los músicos osa robarle el protagonismo a la figura central. Aunque John no se mueva de su taburete más que para hacer una reverencia al final de la canción y tomar un sorbo de agua, se percibe el acuerdo tácito de que la noche es suya y de nadie más.
La selección de temas se reparte entre la complacencia todo terreno y los guiños al público que siguió más férreamente su obra con los años. De un lado, “Tiny Dancer”, “Candle in The Wind” y “Don’t Let the Sun Go down on Me”. Del otro, “Levon”, “Honky Cat”, “Believe” y el retrato de la bohemia neoyorquina de “Mona Lisas And Mad Hatters”. En el medio, la corrección política: John no puede evitar su diplomacia y el lugar común de que Buenos Aires es uno de sus lugares favoritos en el mundo y una breve rendición instrumental del “Don’t Cry for Me, Argentina”, de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice.
Pasan los minutos y John muestra todas sus facetas. Su traje negro con mostacillas y un monograma con sus iniciales en lentejuelas doradas que ocupa toda su espalda calza a la perfección tanto para baladas sufridas como “Sorry Seems to Be the Hardest Word” como para los ribetes de glam rock de “Sad Songs (Say So Much)”. También hay lugar para el coqueteo con el blues crudo de “Hey Ahab” (de The Union, el disco que grabó junto a Leon Russell en 2010) y para los tintes sinfónicos de “Funeral for A Friend/Love Lies Bleeding”. Que un tipo que ha amenazado con echar a sus sonidistas en pleno show haya hecho oídos sordos de los problemas de sonido durante este último tema es llamativo, aunque quizás el paso de los años convirtió a Sir Elton en alguien más paciente.
A pesar de que el músico inglés ya tiene álbum nuevo terminado (The Diving Board, que se editará en septiembre), aquí no hay lugar para estrenos ni anticipos. Quizás esas canciones sean futuros éxitos, pero no lo son ahora. Sí lo son en cambio “Daniel”, “Crocodile Rock” y “Saturday Night’s Alright for Fighting”, y ni el artista ni el público están dispuestos a que se quebrante ese hilo conductor.
Antes de dar por finalizada la noche, John vuelve solo al escenario para irse lo más lejos posible en el tiempo. Echa mano a su disco homónimo de 1970, le sacude el polvo a “Your Song”, y a medida que la canción avanza, la banda se acopla para convertir al Amalfitani en un gran karaoke masivo. Una vez que la última nota se disuelve en el aire, Elton se despide con un ademán escueto y abandona el tablado sin más. La retirada es abrupta pero redefine la dinámica general: el papel protagónico pertenece a las canciones y no a quien las interprete.
8-ELTON JOHN
Músicos: Sir Elton John (voz y piano), Davey Johnstone (guitarra, coros y dirección musical), Matt Bissonette (bajo y coros), Kim Bullard (teclados), John Mahon (percusión y coros), Nigel Olsson (batería y coros), Tata Vega, Rose Stone, Jean Witherspoon y Lisa Stone (coros).
Lugar: Estadio José Amalfitani, sábado 2 de marzo.
Duración: 140 minutos.
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