Mié 03.04.2013
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MUSICA › GUSTAVO DUDAMEL VUELVE HOY AL TEATRO COLóN

El placer de hacer música y compartirla con el público

La única gran estrella de la dirección orquestal del momento, como antes Herbert von Karajan o Leonard Bernstein, el venezolano se presenta esta noche al frente de la Sinfónica Simón Bolívar con obras de Igor Stravinsky y Silvestre Revueltas.

› Por Diego Fischerman

Una de las obras se estrenó como fracasado ballet parisino, en la escandalosa noche del 29 de mayo de 1913, pero triunfó muy poco después como pieza de concierto. La otra fue la música de una película mexicana. En una y otra, la reinvención de lo primitivo sirve de pasaporte para la creación del futuro. Y tanto La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky, como La noche de los mayas, de Silvestre Revueltas, comparten un espíritu de modernidad asociado a la potencia y el desenfreno sonoro. Poner una obra junto a la otra es, necesariamente, establecer un relato que las une y, de paso, posibilitar que cada una de ellas sea leída con la luz irradiada por la otra. Pero, además, es reformular un canon. Gustavo Dudamel, al frente de la Sinfónica Simón Bolívar, dirigirá hoy, en el Teatro Colón, ambas composiciones. Y el mensaje es claro. Revueltas, junto a Stravinsky, dibuja un mapa del siglo XX tan convincente como distinto del cristalizado por el mercado de la música a lo largo del siglo.

El mismo programa fue grabado en CD –que Universal ha editado localmente en estos días– y, si en ambas obras el poder motor del ritmo y el timbre entendido como materia sensual resultan esenciales, en las lecturas de Dudamel tales características llegan al extremo. Y es que el venezolano, posiblemente la única gran estrella de la dirección orquestal del momento, como antes Herbert von Karajan o Leonard Bernstein, además de ser un músico excepcional, encarna un personaje. Allí donde la música de tradición académica lucha contra el lastre de su asociación con lo antiguo –y con lo muerto–, Dudamel, como la gran esperanza blanca, representa un fuego y una vitalidad a los que no son ajenos ni su latinoamericanidad –y el hecho de que también haya tocado salsa cuando era casi un niño– ni que haya surgido del sistema de orquestas juveniles de su país –conocido como El Sistema, a secas–, y que haya sido discípulo de José Antonio Abreu, creador de ese proyecto revolucionario que a la vez sacó de la calle y de situaciones de marginalidad a miles de niños y convirtió a Venezuela en la gran usina musical del momento.

Dudamel contó, en una entrevista con este diario, sus comienzos. “De chico, dirigía a los discos. Los ponía para que sonaran y me paraba enfrente de los parlantes y dirigía. Aída, de Verdi, me la sabía de memoria, de tanto que la ponía en el tocadiscos. En realidad, quería tocar el trombón, como mi padre, pero el instrumento era demasiado grande, y a los 10 años comencé con el violín. Una vez, cuando tenía 12, el director de la orquesta faltó al ensayo y me propuse para reemplazarlo. Es que me sabía las obras. Todo empezó como un juego; dirigí la Quinta de Beethoven y los Brandeburgueses de Bach sin haber estudiado aún nada de dirección. En esa época iba a todos los conciertos que podía y me dedicaba a mirar al director. Empecé como director asistente con estudios absolutamente informales y a los 15 comencé a estudiar con Abreu.”

La actuación de esta noche inaugurará la serie de conciertos extraordinarios del Colón, que se completará en agosto con dos presentaciones de la Filarmónica de Israel, dirigida por Zubin Mehta. La Orquesta Simón Bolívar, que ya estuvo aquí en 2005, como parte del Festival Martha Argerich y, en 2011, dentro del ciclo del Mozarteum Argentino, es uno de los frutos más notables de El Sistema y como una especie de selección de las distintas orquestas juveniles de Venezuela. Iniciadas como programa social, que incluía la participación de niños y jóvenes de poblaciones marginales, estas orquestas cobraron un peso considerable y fueron apoyadas por distintos gobiernos, más allá de las distinciones partidarias y de las convulsiones políticas. Dudamel dice: “Todo se lo debo a estas orquestas. Y claro, también a la música que escuché de niño y a un pueblo como el venezolano, para el que la música es parte de la vida.” Dudamel hace referencia frecuentemente a la relación entre la música y la vida cotidiana y, también, a la alegría y a la experiencia de hacer música. “Para mí –dice–, el trabajo del director es lograr que los músicos la pasen bien y tengan experiencias importantes mientras tocan la música. Obviamente, si a mí la música no me diera placer, tampoco podría lograr que otros junto a mí lo sintieran. Y entonces no habría música. Habría sólo notas. El arte, la música tienen que ver con el disfrute, esa es la esperanza. Y cuando hablo de disfrute no me refiero, desde ya, a que deba ser música alegre. La música despierta gran cantidad de emociones en nosotros y el placer tiene que ver con cómo esas emociones, aunque sean tristes, afloran.”

Nacido en la ciudad venezolana de Barquisimeto, en 1981, Dudamel, también director de la Filarmónica de Los Angeles, donde sucedió a Esa-Pekka Salonen, fue condecorado en 2007 por el presidente Hugo Chávez, quien además lo designó padrino de la Misión Música que busca incorporar un millón de niños y jóvenes al Sistema de Orquestas Juveniles de ese país.

Cuando estuvo en Buenos Aires por primera vez, luego de acompañar de manera impecable a Argerich y a Sergio Tiempo, mostró, en los bises, uno de los mejores shows de música clásica que podrían imaginarse cuando, en el Malambo del ballet Estancia, de Alberto Ginastera, y en el Mambo de West Side Story, de Bernstein la orquesta hizo, parada y bailando, lo que muy pocas pueden hacer sentadas. Mientras revoleaban trompetas y las baquetas de los instrumentos de percusión, y hacían una coreografía medio salsera, tocaban con un ajuste y un impulso asombrosos. En 2011, más cerca de la reflexión que del espectáculo a gran escala, entregaron versiones extraordinarias de la Sinfonía Nº 7 de Gustav Mahler, la Suite Nº 2 de Daphnis y Chloé, de Maurice Ravel, la suite sinfónica Santa Cruz de Pacairigua, del venezolano Evancio Castellanos, la Sinfonía Nº 2 (Sinfonía India) del mexicano Carlos Chávez y la versión de 1919 de El pájaro de Fuego, de Igor Stravinsky.

No obstante, en los bises –que repitieron a Bernstein y Ginastera además de pasar por “El firulete” de Mariano Mores y un “Danzón” del mexicano Arturo Márquez– hicieron evidente que podían trasitar, sin dificultad, por lo mejor de dos mundos muchas veces considerados antagónicos. Igual que lo que sucederá hoy, todos los programas estuvieron conformados por música del siglo XX y con Latinoamérica como parte esencial del paisaje.

Además de sus condiciones excepcionales –dirigió en Berlín, a los 16 años, la Segunda de Mahler, por ejemplo–, transmite a la orquesta y al público una inmensa felicidad por hacer música. Cuando la revista especializada inglesa Gramophone le preguntó a Daniel Barenboim quién era la máxima figura de la dirección orquestal, su respuesta fue rápida y concisa: “Dudamel”. Ganador en 2004 del primer premio en la Competencia de dirección Gustav Mahler, realizado en Bamberg, el venezolano, que actualmente es también titular de la orquesta de Gotenburgo, dirigió por primera vez la Orquesta Filarmónica de Viena en el Festival de Lucerna de 2007, junto a Barenboim, precisamente, como solista en el Concierto Nº 1 de Béla Bartók. “Al principio sentí un poco de miedo. Estaba algo intimidado de pensar que debía dirigir a alguien que es, además, un gran director. Pero la experiencia fue maravillosa. El, como Zukerman u otros grandes solistas a los que he dirigido, me han enseñado con gran generosidad. No me ha sucedido jamás que se planteara una competencia acerca del enfoque de la obra o que hubiera un desacuerdo. Todo lo contrario. Para mí, dirigir a solistas junto a la orquesta se trata de estar al frente de un trabajo conjunto. Se es el organizador de ese encuentro, nada más. Se trata de trabajar a la par de todos ellos para allanar el camino y para buscar la conexión.”

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