MUSICA › ENTREVISTA A WALTER GIARDINO, GUITARRISTA Y LIDER DE RATA BLANCA
En el Malvinas Argentinas, la banda retomará su formación original para repasar su primer y epónimo álbum, a 25 años de su publicación, y la actual tocará El libro oculto, que cumple 20.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Antes de vender millones de discos y girar por todo el continente, Rata Blanca era, simplemente, una excusa para que Walter Giardino no abandonara el país. Frustrado por su paso en falso en V8 (donde sólo había tocado un puñado de shows antes de terminar a las piñas con Ricardo Iorio), el guitarrista se propuso grabar un demo de cuatro canciones a mediados de los ’80 para enviar a los estudios Abbey Road de Londres, propiedad de la discográfica EMI, según sugerencia del bajista de Kamikaze y amigo personal Roberto Cosseddu. El resultado obtenido fue tan auspicioso que Giardino quiso ver hasta dónde era capaz de estirar ese proyecto concebido en la fugacidad de los objetivos efímeros. Así fue, entonces, el origen de Rata Blanca, con una formación sensiblemente diferente a la que luego conquistaría los mercados de la música (Saúl Blanch, ex cantante de Plus, ocupaba el sitio luego popularizado por Adrián Barilari), pero que dejó como testimonio el emblemático e inolvidable disco epónimo.
Sostenidos por la destreza de su guitarrista y la fuerza monolítica del resto de la banda (completada por el violero rítmico Sergio Berdichevsky, el bajista Guillermo Sánchez y el ex baterista de V8, Gustavo Rowek), aquel álbum arroja en casi una hora de extensión influencias ineludibles del género (Deep Purple, Judas Priest, Accept), largos pasajes instrumentales (allí están “Preludio obsesivo” y “Otoño medieval”), referencias góticas (desde la luna y el castillo de la tapa hasta títulos del tipo “Rompe el hechizo” o “El sueño de la gitana”) e himnos inoxidables como “Chico callejero” y “Solo por amarte”. Un arresto de furia y energía sin renuncios que legitimó los propósitos históricos de la banda más allá del sesgo populoso al que se verían inclinados por la repercusión de Magos, espadas y rosas, el disco posterior, ya con Barilari en la trinchera y “Mujer amante” y “La leyenda del hada y el mago” como principales espadas.
Para muchos, Rata Blanca, el disco, constituye una verdadera gema de la música argentina, observación que goza de la demoledora unanimidad de los fanáticos incondicionales del grupo y también de los detractores de las etapas posteriores. Pero ambos bandos se encuentran con asombro en la misma vereda gracias a una obra que cumple 25 años y será celebrada hoy a las 20 en el microestadio Malvinas Argentinas (Gutenberg 350) por aquella formación original. “Nunca hubo nada irreconciliable entre nosotros, más allá de que no estuvimos de acuerdo en determinadas cosas. Estos procesos son siempre un poco duros, pero los distanciamientos de los chicos fueron en forma apacible y siempre quedó un buen recuerdo que mantuvo el cariño entre nosotros”, explica Giardino, a propósito del reencuentro ocasional con Blanch, Rowek y Berdichevsky, alejados de Rata Blanca por diversas circunstancias.
El reencuentro tuvo un ensayo público previo cuando aquellos tres aparecieron de sorpresa en un show que Rata Blanca ofreció en agosto del año pasado en el Teatro Vorterix, algo que repitieron meses después en el Lawn Tennis. La idea tomó forma, amparada en el recuerdo positivo y en un dato curioso que arroja la historia misma: esa formación, histórica y legendaria, sólo había tocado cuatro veces en vivo antes de que Blanch abandonara el grupo, a principios de 1989. “Con Saúl se distanciaron los caminos por cosas de la vida. Era un tipo más grande, casado y con hijos, mientras que nosotros éramos cuatro bestias pateando la calle en busca de rock y de libertad. Habitábamos dos mundos diferentes y él hizo lo posible hasta donde pudo”, afirma Giardino, que se define como “el director de la orquesta”. Lo cual implica, también, estar alerta a los detalles más ínfimos para que “todos estén contentos”. Por eso, además de la formación originaria, Rata Blanca se presentará con Adrián Barilari para evocar el disco El libro oculto, que la efeméride también rescata con un número redondo (se cumplen veinte años de su edición). El álbum original sólo incluyó cinco canciones, pero ostenta un dato simbólico de fuste: fue el último material de la primera época de Adrián Barilari, cuya partida de la banda presagió una merma de creatividad y convocatoria que conduciría a la primera separación de Rata Blanca, en 1997.
–¿Qué lugar ocupa aquel primer disco en su consideración personal?
–Es el primer disco que grabé en toda mi carrera, con toda la inocencia y la magia que esto puede significar. Todo lo que nos sucedía en esa época era bueno y nos hacía felices. Estaba en un estado de gracia impresionante, al punto de que antes de grabar ese disco ya tenía casi todas las canciones de Magos, espadas y rosas. Lo grabamos como se pudo, en condiciones muy modestas, por eso suena tan primitivo. Creo que, justamente, ése es el secreto de su encanto. Por eso mismo no lo volvería a grabar, ya que perdería su sentido: los discos nacen de una forma y así deben quedar para siempre.
–El libro oculto encierra una particularidad: su show de presentación, en Obras, también fue el de despedida de Adrián Barilari. Casi que ni lo pudieron disfrutar...
–Fue una etapa muy dura, en la que sucedía simultáneamente algo muy curioso: se iban Bruce Dickinson de Iron Maiden y Rob Halford de Judas Priest, y se separaban los Guns N’Roses. Había una energía mundial que hizo colapsar ese circuito de rock metálico, y a nosotros nos pasó lo mismo. Parecía algo astrológico, no lo podíamos creer. Lo tomamos como venía, hicimos lo que pudimos y los discos que siguieron hasta separarnos fueron correctos, aunque no los mejores. Pero no hay nada de qué arrepentirse. De hecho, esos dos discos (Entre el cielo y el infierno y Rata Blanca VII) también son los favoritos de muchos fanáticos.
–Siempre se lo destaca como guitarrista, aunque también se hace cargo de las letras. ¿Cómo se halla en ese rol?
–Escribo en función de la música y trato de ser lo más literal posible. Me gusta expresar pensamientos que incentiven la lucha interior para imponerse en los sueños y no dejarse convencer de lo contrario. Para ser feliz se necesita valentía, siempre que sea impulsada por la justicia y la piedad. Eso ayuda a que seamos reales, de lo contrario nos dejamos amasijar por la picadora de carne y terminamos siendo una hamburguesa, una mezcla de cosas que no dicen nada. Aunque también tenemos canciones más inofensivas, casi cursis.
–¿Lo avergüenza eso?
–Para nada. ¡Hasta Los Beatles tenían canciones cursis! En el heavy, puntualmente, hay un culto al machismo que hasta parece misógino. Como dice Corona, somos todos tan machos que nos terminan gustando los machos. Yo prefiero a las chicas, porque son más lindas, y lo digo. Muchachos, no pasa nada, no tengan miedo. Las mujeres son hermosas y eso es genial; más aún si tenés la posibilidad de amar a una y de ser amado por ella, como me pasa a mí.
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