Martes, 11 de junio de 2013 | Hoy
MUSICA › LOS STONE ROSES TOCARON EN LONDRES DESPUéS DE DIECISIETE AñOS
Fuera de su país, no se los conoce tanto, pero en Inglaterra son orgullo nacional, los que abrieron las puertas de Madchester, el antecedente de Oasis. Por eso, su regreso en el Finsbury Park estuvo acompañado por el estreno de dos documentales y, claro, más furor.
Por Javier Aguirre
Hubo un tiempo en que era importante que se reuniera una banda de rock. Se acababa la mentira del “dream is over”: sólo te pido que se vuelvan a juntar. Las reuniones fueron tantas, las facturas fueron tantas, los fríos y emotivos abrazos en el escenario fueron tantos, las sornas fueron tantas (“Filthy Lucre”, sucio lucro, llamaron los Sex Pistols a su gira de retorno y disco en vivo de 1996) que ya ningún regreso parece tener nada de nuevo. Pasaron diecisiete años y un bimestre desde que el guitar hero británico John Squire se hartó de ensayar, de hacer promoción y de “trabajar de músico”. Decidió abandonar los Stone Roses para seguir su otro amor, la plástica, y en particular, entregarse el zapador proceso del action-painting del mancha hero estadounidense, Jackson Pollock. Ahora, cumplida la masiva doble velada del regreso de los Stone Roses con formación original en el Finsbury Park de Londres, queda la sensación de que volvió la banda que no iba a volver.
¿Quién? ¿Qué banda? Los Stone Roses, los de Madchester, los que todos los años lideran los rankings ingleses de “Mejor Disco Debut de la Historia”, “Mejor Album Inglés de la Historia”... Es curioso: a pesar de que los artistas de rock ingleses resultan per se “internacionales”, la banda de culto más popular de Inglaterra de las últimas tres décadas sigue teniendo gusto a cabotaje, a secreto de (británicas) fronteras adentro, diríase, con relativo regusto ricotero. Y eso que su gira 2012-2013 incluyó una veintena de países y que llegaron a encabezar el californianísimo festival Coachella de abril este año, a pesar de lo cual la gran pregunta para los fans norteamericanos en los foros festivaleros fue: “¿Quién carajo son los Stone Roses...? ¿Una banda tributo a los Rolling y a los Guns?”.
Pero ningún pergamino de los Stone Roses es de regalo. Héroes tribuneros de Manchester, autores de sólo dos discos (apenas esos dos mismos y únicos discos de 1989 y 1994), fueron los que calentaron la pava del mate millonario y mundial que finalmente se sorberían sus coterráneos Oasis. Tejieron una mística que ya no le sale fácil al rock. Y en la era de los homenajes online, el action-painting de colores rabiosos diseñado por Squire para su guitarra y las tapas de discos y simples se convirtió en una suerte de banda visual (¿paintrack?) para cualquier clip de y sobre la banda.
Desde que el principal compositor Squire se bajó, en pos de la pintura, las desventuras de los ex Stone Roses fueron las historias paralelas con final conjunto que busca todo guionista: el cantante Ian Brown sacó un puñado de discos (Unfinished Monkey Business estuvo muy bien) y se creyó la de Pomelo Capusotto en un avión, por lo que pasó cuatro meses en prisión; el bajista Mani Mounfield consiguió laburo en los Primal Scream y pidió durante años por el regreso de los Roses; el baterista Reni Wren, el hombre que impuso los sombreros Piluso en el Reino Unido, abrazó el misterio, las enfermedades y las noches en la cárcel; y el propio Squire borró de su sitio web todo lo que no fuera plástica, aunque formó un par de bandas fugaces y se animó a algunas grabaciones solistas que también pronto boicoteó.
Hasta que el año pasado el guitarrista dio al fin el “sí” y la banda volvió, con una serie de conciertos que fueron una gran preparación para el gran retorno, el fin de semana pasado, a las luces de Londres. Hay promesa de nuevo disco en 2014 y todo. Y aquellas manchas de colores resultan la paleta dominante de las dos películas alusivas a los Roses estrenadas, precisamente esta semana, en Inglaterra: Spike Island, una fábula juvenil en barrios de Manchester, y Made of Stone, el documental pseudooficial sobre el retorno. El furor después del furor.
La época es otra, la locura de Madchester es otra: Brown se graba a sí mismo con un teléfono desde el escenario; la pantalla gigante y la multiplicación vía Internet en vivo de imágenes y videos no tienen nada que ver con las oscurantistas, tribales, fiestas de rock y dance de los galpones de principios de los ’90. Pero la banda volvió y los centenares de autoconvocados vasos de orín que volaron por la cabeza de los espectadores londinenses resultaron un guiño a las costumbres pospunkies de los viejos tiempos: hay cosas que sólo te salpican si estás ahí.
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