MUSICA › PALO PANDOLFO PRESENTA ESTO ES UN ABRAZO, EN NICETO
En el álbum, grabado junto a su banda La Hermandad, el cantante logró su propósito de revisar los estilos musicales que aborda desde su infancia. “Soy un montón de líneas del rock nacional que confluyen, y algunas de esas líneas las inventé yo”, afirma.
› Por Gloria Guerrero
Probablemente nadie sepa definir qué cosa es, exactamente, el rock argentino. Incontables formatos, diseños y vertientes; épocas dispares; contenido diverso; sonidos que hasta discuten entre sí. Pero Palo Pandolfo (48) debería saberlo: fue uno de los pocos pioneros que lo vinieron construyendo, desde hace más de un cuarto de siglo. Y hoy su más reciente disco (Esto es un abrazo, junto a su banda La Hermandad) ha sido elogiado casi por unanimidad como “un verdadero álbum de rock argentino”, como un catálogo moderno del rock argentino “esencial”. “Igual, nadie se sabe bien qué es el rock argentino –dice el músico, con humildad–. Y hoy menos que nunca; es que hay tantas vías de rock...”
En la ruta de un millón de sus sueños discrepantes –que incluyeron guerrillas poéticas con Los Verbonautas y toda suerte de performances de vanguardia–, Pandolfo terminó poniendo el pie en cuatro décadas: fue un murciélago rabioso a fines de los ’80 con el inolvidable pospunk de Don Cornelio y la Zona; se iluminó con Los Visitantes durante los ’90, dejando un cancionero irresistible que no dejó estilo ni declaración de principios sin visitar; el nuevo milenio lo encontró como trovador criollo, acariciando más de cerca su propio interior y dedicándose al yoga. Y ahora, después de casi cinco años de respiración (profunda, se supone), el hombre está de vuelta. Y con un abrazo.
Se han hecho análisis muy sesudos, contracturados y hasta académicos acerca de la labor de Pandolfo; a la mano y para la consulta hay un centenar de reportajes, investigaciones, ensayos periodísticos y evaluaciones profesionales. No será así esta tarde, no esta vez. El hombre está tal cual es: alucinado. “Títere en la luz, soy un títere en la luz”, canta.
Hoy se va a hablar de rock. “Un mismo día en el que nació Luca Prodan, un 17 de mayo de hace sesenta años, se murió Videla. Eso es mucho decir, para hablar de rock”, arranca. Pero, para hablar de rock, primero debe ponerse en contexto: “Desde chiquito me dediqué a Los Beatles gracias a mis hermanas mayores: una me llevaba once años y ya falleció; la otra, Laura, que aún vive gracias a Dios, me lleva trece y tenía Sgt. Pepper y Revolver. A mediados de los ’70 empecé a escuchar mucha radio: Graciela Mancuso, Juan Alberto Badía (tararea toda la apertura del programa)... Así descubrí ‘Muchacha’ y ‘Canción para mi muerte’; tenía 10 años y sin darme cuenta, sin que nadie me dijera nada –ni siquiera mi hermana–, empecé a notar que había algo muy especial ahí. Pero hubo algo fundacional en mi vida: en 1976, cuando tenía 11 y después de haber escuchado a Los Beatles desde que nací, me obsesioné con ‘Lucy in the Sky with Diamonds’ porque pensé que la que cantaba era una chica”.
–...
–De hecho, creo que la voz de Lennon está pitcheada; en algún lado leí que realmente estaba subido el pitch (sonríe). Pero cuando mi hermana me explicó que era John quien cantaba, me agarró un: “¡Wow!... ¿y qué dice la letra?” Y conseguí la traducción de uno de los temas más poéticos, surrealistas y locos de Los Beatles. Mi cabeza estalló en mil pedazos. Al año siguiente un amigo me regaló un disco que él no soportaba: Brumas, de Aquelarre. Yo no lo podía creer. Le decía a mi vieja: “¡Mamá, mirá lo que dicen: ‘¡Varias huellas rocas de naranja!’” (N. de la R.: “Brumas en la bruma”). Quedé como loco... Gracias a esos condimentos, más Spinetta y Charly, en séptimo grado de la primaria empecé a componer de verdad.
–Con semejante calesita de palabras, no resulta raro que su primera banda se llamara Sempiterno...
–Es cierto, fue rebuscado, pero para mí “Sempiterno” era bastante consonante con nombres como “Sui Generis”... Ahora existe otro Sempiterno: la banda del saxofonista de los Cadillacs, Sergio Rotman: El Siempreterno, se puso... “Sempiterno”.
En su primer año de colegio industrial, Pandolfo inició una especie de “militancia loca” (sic) con pancartas y manifiestos a favor del rock argentino: “¡Basta de absurdas y ridículas músicas gringas! ¡Escuchemos, defendamos y querramos al rock nacional!”. “Lo recuerdo bien”, se ríe. “Tenía 14 años, era prejuicioso, no entendía lo que me pasaba y me puse en contra de algo, en ese caso en contra de la música disco; la veía como aliada del sistema, me parecía El Enemigo. Con los años aprendí que la Motown y el funk y el soul son una gloria: ¡Amo el soul! Pero era 1979 y yo vivía una resistencia total contra la dictadura y una resistencia cultural contra la ignominia, contra el mundo de los mayores y hasta contra mi padre, que era socialista y fascista.”
–¿Ambas cosas?
–Mi viejo era socialista pero súper represivo, muy chapado a la antigua; el rock, para mí, fue una liberación total. Y hoy uno de los problemas del rock, del rock a secas, es que empata a los padres con los hijos y a los hijos con los padres. Para mi generación, ser rockero significaba estar en la vereda de enfrente de mi viejo, que era prosoviético y odiaba tanto a Los Beatles como a los yanquis y a los católicos conservadores. Nunca entendió que yo escuchara Pescado Rabioso, perdido total, y eso me ponía en un lugar de individualismo y de marcar mi propio territorio, de tener mi propia personalidad y fortalecerla. La única manera de ser una persona es quebrar con las imágenes materna y paterna; vivir tus propios errores y romper con todo lo demás. Por eso, este momento del rock mundial es delicado: empata generaciones. No entiendo dónde está el despegue, el clic; ya los chicos lo harán a su manera y en otro lugar; no sé, esperemos... Por suerte existen el reggaeton y esas cosas que hacen los jóvenes ahora y que a los padres no nos gustan.
–¿Por suerte?
–Sí, porque les permiten hacer un quiebre cultural. Yo defiendo al reggaeton; mi hija mayor lo escucha, por cierto. A mí, como padre, me interesa que mis hijos definan su personalidad.
–¿Pero únicamente por oposición?
–Que tengan su propia escuela. El rock argentino fue la mía.
–También fue la escuela de muchos que no siguieron por ese camino. Usted sí. ¿A cuál rock argentino, si hubiere varios, se refiere?
–Es una pregunta grande, porque luego de aquella fiebre de rock nacional termina la dictadura, termina la militancia política, llega la democracia y, de un día para otro resultó que éramos modernos. En 1984 me corté el pelo y la barba, dejé el morral y la capelina y todo lo que había que tener para ser un rehippie que va en tren al Sur en carpa; tenía 19 años y todo el derecho de cambiar y empezar de nuevo, con una estética casi opuesta. En YouTube puede verse un viejo video de V8 en el B.A.Rock 82, de día: hay siete punks bailando y el resto de la gente sentada. Un boludo grita: “¡Abaaaajo!”, para que los de adelante se sienten. “¡¡Abajo, abajo!!” ¡En un recital de V8! ¡Tenés que matar, saltar, romper todo! Y ahí todos reaccionamos contra eso: ¡Queríamos ser modernos y bailar y saltar! (Se ríe.) Y por eso llegó Don Cornelio. Pero yo ya llevaba dentro todos los ’60 y los ’70, y en el primer disco está “La luz de la cara roja” que es un “Cristálida” posmoderno y new romantic. Ahí ya cruzaba mundos.
–No tardó mucho en cruzarse a otro.
–No; hice Patria o muerte con una punkitud total: iba preso, tenía problemas de alcoholismo, locura... En la discográfica nos odiaban: nos echaron, éramos indeseables. Para colmo después dije: “El negocio del rock no es para mí”, disolví Don Cornelio, hice Los Visitantes. Y en aquel delirio de conocimientos por abismos, de experimentos en el cuerpo, empezó a surgir la música de ancestros: “Sangre”; el valsecito “Cantata de amor”; el disco Espiritango. Ancestros que hablaban a través de mí.
–¿El inconsciente colectivo?
–Exacto. Me dije: “Esto es residencia cultural”, porque de la nada salen cosas arquetípicas. Re junguiano. Empecé a componer aires de tango, sacando afuera todo el barrio Sur de Buenos Aires.
–Pero usted es del Oeste.
–Yo nací en Flores Sur.
–Sigue siendo el Oeste.
–Pero es Flores... Sur (risas).
Esto es un abrazo es un disco precioso. A lo largo de trece canciones, el oyente puede revolver toda la valija que Pandolfo ha venido llenando –y acomodando– desde que era pibe. Es como un resumen porteño, aunque jamás una sopa.
–¿Tuvo un propósito a conciencia, o le salió lo que le salió?
–Fue consciente, me lo propuse; es como una revisión. Una vez que los temas comenzaron a aparecer les dije a los productores (Goy Ogalde y Charlie Desidney): “Este disco va a englobar todas aquellas energías que tanto dilapidé alguna vez”. El huayno, la milonga sureña, los antiguos, lo que nunca me abandonó jamás: soy un montón de líneas del rock nacional que confluyen, y algunas de esas líneas las inventé yo.
–¿Y cómo respondieron sus productores a su deseo?
–Uf, tengo una teoría que hasta ahora no se la conté a nadie: Goy Ogalde Glusman se llama así porque su padre es goy y su madre es judía; y Charlie Desidney es en realidad Carlos Kersenbaum. ¡Concilio Sion: el universo judío, una luz total! Por eso el disco es lo que es. Porque incluye la presencia de la cultura trashumante, la de la tierra prometida del viejo judío errante. Eso me ha ayudado mucho en este disco; creo que es alquímico. Engranajes de fuerza. Yo soy muy de Jesús y de María; de Nazareth... Y resulta que Andrés Calamaro...
–... productor de su primer disco con Don Cornelio, en 1987.
–... también es mitad judío. Y veo el link de todas esas culturas, reformulando aquella dualidad tan extrema que se unifica en este álbum... ¡con la ayuda del Concilio de Sion! (risas).
–“Hogar de la lumbre, caricia de fuego/ Soy el sol, soy el sol/ Vuelco hidrógeno al pequeño sistema/ Soy el sol, soy el sol”: en la canción “Soy el sol” se lo escucha “miguelabuelado”...
–Genial. Miguel es toda una escuela.
–Y en “El leñador”, los primeros compases tienen algo de Color Humano, ¿o no?
–¡Qué buena onda! Escuché Color Humano a lo loco... (Tararea el comienzo de “El leñador”). ¡“Pascual tal Cual”! Sí, puede ser... Son reminiscencias. Este tema salió cuando mi mujer se hizo el Evatest y le dio positivo. Le dije: “Es varón”, y no tuve más dudas. Fue la canción la que me lo dijo. Vito hoy tiene 3 años y es un duende.
A Pandolfo las paralelas se le juntan. “Vito nació el 10 de marzo de 2010...”, dice. “¡Exactamente sesenta años después de Norberto Napolitano; es pisciano del mismo día!”, se ríe. “¡Es el clon de Pappo, le gustan los autos y el rocanrol! Se me paran los pelos.”
–¡¿Pappo reencarnó en su nene?!
–No; no es el mismo espíritu, es otro: Vito es un clon energético... Y es hiperdotado: a los tres meses dijo “mamá” y “papá”. Y después de eso, dijo: “Au-to”.
–¿Está seguro de que dijo “papá”? Quizá dijo “pappo”...
–(Risas.) Ahora grita: “¡Yo soy rocanrol!”. Es tremendo. Te pido que me disculpes, pero hablo de él y me pongo a llorar. Le compré un bombo legüero para que empiece a despuntar el vicio de la batería; hace veinte años que quiero comprarme un bombo legüero para mí... y ahora por fin tengo uno en casa: “Pum-pan, pum-pan”. Y tengo un cultrún, también: “pin, pin, pin”. Y una armónica: “wah, wah, wah, wah”.
La otra hija de Palo con su compañera desde hace diez años, Verónica Palmieri (“una amiga, una sabia”), se llama Francesca (8) y “es actriz, bailarina y cantante”. Tiene una hija mayor (13) de su primera mujer, Karina Cohen, ex Visitantes.
–Si bien usted declara haber decidido que Esto es un abrazo equilibra sus yin y sus yang, aquí parece haber una sobredosis de sol. ¿Dónde quedaron sus “playas oscuras”?
–Bueno, soy yogui. Hace nueve años que vengo en ese asunto. Practico casi todos los días respiración y meditación. Y soy padre de tres hijos, lo que me hizo tener la emoción a flor de piel. Hay que componer así. Igual, noto cosas oscuras.
–¿Cuáles?
–Puteo contra las diferentes clases sociales; por ejemplo, en “Dame luz” lucho contra el mal... Pero la oscuridad más profunda se fue con la década del ’90. ¡Como para no estar luminoso ahora, ¿no?! ¡Después de haber atravesado aquellos años y de haberlos sobrevivido! Vivíamos en el sida y en la locura, en tantas relaciones basadas en la cocaína, con tanta afectividad falsa...
Si a Pandolfo se le pide elegir un disco, elige el álbum solista de Tom Yorke, The Eraser (2006): “Es celestial, es elevado, es meditativo, es genial; Yorke es el John Lennon del siglo XXI”, dice. ¿Una excursión? Quina Quina, un paraje en el lago Lácar (“te vas en un micro, y después en lancha”). ¿Libros? Desatando a la mujer fuerte y Mujeres que corren con lobos (“El alma es femenina”, explica, “y el mundo de los varones me parece en decadencia”.)
–¿Cuándo le explotó la cabeza, para bien?
–No sé, fue paulatino, paso a paso; siempre como un juego. Pero mi iluminación tuvo una protagonista fundamental: mi vieja. Ella era espiritista, de la Escuela Científica Basilio, y terminó convirtiéndose en mi directora espiritual. Mi viejo la consideraba una demente, pero como yo era su único hijo varón, el menor, el pichón, fui el depositario de esa lengua espiritual y de conocimiento.
–¿No dijo usted hace un rato que los jóvenes deberían seguir la ruta contraria de sus padres?
–No en este caso. Digamos que es con-genérico. El varón tiene que cortar con el padre y la mujer con la madre. Es muy freudiano.
–¿No es usted más junguiano?
–Sí, es cierto, lo soy, pero ése es el primer análisis. El varón tiene que mostrarse contra el padre. Mi papá murió en 1990 y mi mamá en 1997; ella no vio nada, no vio ni a mis hijos, pero la tengo siempre presente. Una mamá espíritu-guía. Siempre adscribí a la idea de la mediumnidad, soy muy místico.
–¿Por eso aparece Parravicini en “Madre computadora”?
–Vi fotos de él en trance, vi sus dibujos; sé bastante. Adhiero a quienes dicen que fue un vidente, un médium, y que tuvo la capacidad de ver. Siempre le doy un valor testimonial a lo que hago. Todo gesto creativo de las personas que dejan una huella de su experiencia emotiva me gusta como compañía, como cuando leo a Baudelaire: ahí siento que no estoy solo. Y en este disco está esa experiencia, cuajada, y hay algo subyacente que es una ayuda espiritual. Esto es un abrazo es un tratado alquímico, digamos. Y hay mensajes que dicen: “Relaja tu materia, relaja tu cuerpo”; son mensajes de entidades superiores que pasan a través de mí. Siempre lo dije a lo largo de toda mi obra, pero este disco creo que está, especialmente, muy volcado a la ayuda.
–A usted no le importa nada que algunos piensen que está cucú, ¿no?
–No... (larga la carcajada). ¡Son años!
* Palo Pandolfo y La Hermandad presentan Esto es un abrazo hoy, a las 21, en Niceto, Niceto Vega 5510.
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