Lunes, 24 de junio de 2013 | Hoy
MUSICA › DIEGO, EL CIGALA, ENTRE EL FLAMENCO, EL TANGO Y EL FOLKLORE
Después del celebrado Cigala & Tango, el cantaor flamenco redobla su interés por los géneros criollos con el CD Romance de la luna tucumana. “Lo que me ha pasado es que la música argentina me ha llenado el corazón, directamente”, confiesa.
Por Cristian Vitale
“¿Cómo anda el Boca?, ¿qué le pasa al Boca?”, pregunta, dominado por cierta ansiedad. Al momento de la llamada telefónica, Diego, el Cigala, está jugando fútbol en la play. El es Argentina y un amigo, Brasil. Acaba de meter un gol con Messi y, mientras lo festeja, necesita saber por qué Boca está casi al fondo de la tabla. “Todos somos futboleros aquí... yo tiro por el Real y de allí, pues claro, por el Boca”, se lanza y no hace falta introducción para dar cuenta de una autoasumida argentinidad que, claro, no sólo liga con el fútbol. De la misma manera que el cantaor flamenco alaba al xeneize, ensalza a la música criolla. Muestra clave fue aquel Cigala & Tango, disco dedicado al género porteño que ganó dos Grammy latinos, y la rema muy bien en una época crítica para la venta de discos. Pero ahora fue por más. Motivado por un viaje que, en tren de presentar aquel trabajo, lo llevó por varias provincias argentinas, Diego Ramón Jiménez Salazar echó una mirada extendida sobre el territorio y el resultado fue Romance de la luna tucumana, cuyo título es revelador. “Lo que me ha pasado es que la música argentina me ha llenado el corazón, directamente”, sentencia.
El cantaor madrileño amplificó la mirada y, además de tangos que habían quedado fuera del disco anterior (“Naranjo en flor”, “Los mareados”, “Por una cabeza” –junto a Adriana Varela– y “Nieblas del Riachuelo”) se internó en los misterios del folklore argentino, a través de piezas clave de su acervo. “Profundicé en el repertorio de Mercedes Sosa y me hice fanático”, dice él y da en la entraña de la otra mitad del repertorio: “Balderrama”, “Déjame que me vaya”, “Canción de las simples cosas” y “Canción para un niño en la calle”, que incluso sale con la voz de la Negra, tomada de Cantora. “Estábamos en casa, el disco estaba entrando en mezcla, y cuando escuché ese tema me quedé hecho polvo... enseguida me metí pa’arriba, me subí al estudio, lo grabé, y se lo mandé a Fabián Matus, su hijo. El lo escuchó, me dijo que ella era admiradora de nuestra música, y eso me mató, porque yo no lo sabía. Lo que es la vida ¿no? Tuvo que morir ella, para que su voz llegara a mi estudio. Cuando la estaba escuchando era como si ella hubiera entrado en persona con los ángeles detrás, me hubiera dado un abrazo, hubiésemos charlado y tomado mate. Esto fue lo que sentí, llorando, a las tres de la mañana, con mi mujer... me mató, porque la sensación era como si estuviésemos cantando juntos”, recrea el cantaor, sobre la versión compartida –pro tools mediante– que cierra el disco.
La iniciativa, inevitablemente impregnada por el toque flamenco, se plasmó en un sonido “a medio océano” entre su voz, la guitarra “twang” de Diego García, las percusiones del cubano Changuito e Isidro Suárez, y el contrabajo de Yelsi Heredia. “La idea fue acercarme al repertorio argentino desde otro registro, y desde la improvisación. Todo fluyó y el mestizaje fue total. Por un lado, el sonido de la guitarra de Diego García, que le he pedido prestao a mi compadre Calamaro (risas). Lo primero que grabamos fue ‘Naranjo en flor’ y me mató ese sonido, esa cosa Nueva Orleans, Django Reinhardt, ese sonido viejo y sureño. Por otro lado, la aparición de ese triángulo amoroso entre Argentina, Cuba y el flamenco, algo que se nota mucho en ‘Canción de las simples cosas’, por ejemplo y hasta podría hablar de una chacarera flamenca cuando escucho ‘Déjame que me vaya’.”
–Abrió el juego respecto de Cigala & Tango, básicamente.
–Como dicen los mexicanos, esto fue profundizar en el “mero-mero”, en ir a dónde viene todo, a la raíz.
Un proceso que empezó cuando, luego de un concierto que dio junto a Chucho Valdés en el Luna Park, alguien le regaló dos bombas de tango: las antologías de Goyeneche y Gardel. “Escuchar eso y que Chavela Vargas te diga ‘tienes que investigar en el tango’ es algo que no se puede esquivar. El tango me cautivó tanto que, junto a la música afrocubana, es mi viaje astral de hoy”, resuelve. La intención se transformó en hechos cuando el Cigala, con Andrés Calamaro como nexo, conoció a Juanjo Domínguez, y luego –vía César Luis Menotti– a Néstor Marconi. “Ellos me fueron metiendo en sus misterios, sí. Yo pienso que el tango se trata esencialmente de una cuestión de interpretación y tuve que ir por un camino intermedio, porque meterle mucho flamenco hubiese distorsionado el género y hacer un tango puro, pues bueno, para eso está Gardel (risas). Lo único que he intentado fue respetar sus melodías, su historia y ponerle un poco de lo mío, un flamenco transpirado e interpretable. Cuando canto tango lo canto como si estuviese cantando flamenco, con el mismo swing, digamos, y ya estoy en él como pez en al agua.”
–¿Qué elementos unen al tango y el flamenco, según su óptica?
–Ambos son músicas nocturnas, de nostalgia. Sus letras dicen de las mismas cosas... se habla de amor, de pasión, de tragedia, de engaño y todo muy es muy arrabalero. El tango tiene plumas pesadas y desgarradas que van muy bien con el flamenco, no con el ortodoxo, claro, pero sí con el vocalizado. Me ha pasado lo mismo con los cajones peruanos... he estado tocando en Perú con Eva Ayllón y me la gocé mucho. Pienso que Latinoamérica tiene mucha riqueza musical, porque la música está muy viva, y por eso he decidido, en esta etapa de mi vida, dejar registro de eso.
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