Domingo, 7 de julio de 2013 | Hoy
MUSICA › V. O., NOTABLE PUESTA EN EL CENTRO DE EXPERIMENTACION DEL TEATRO COLON
Con música de Martín Bauer, libreto de Beatriz Sarlo y dirección musical de Pablo Druker, la obra retoma la fascinación de Victoria Ocampo con La consagración de la primavera de Stravinsky.
Por Diego Fischerman
Betty Schneider y Gianni Esposito pasean por una París que les pertenece, en el primer film de Jacques Rivette, realizado en 1960. Victoria Ocampo pasea, con Drieu la Rochelle, por una París a la que nunca dejará de pertenecer. El acorde inicial de “Los augurios primaverales”, de La consagración de la primavera es repetido; Ocampo estudia las acentuaciones. “Asistí en primera fila de platea al tumulto del Sacre du printemps”, escribía. “Al final de la cuarta representación, creo que fui a todas, vi a Stravinsky, pálido, saludando a ese público que aplaudía L’Oiseau de feu y silbaba despiadadamente el Sacre. Compré la partitura del Sacre y alquilé un piano para tocarla en mi salita del Meurice. No sabía bien qué me atraía en ese galimatías de notas y en ese ritmo brutal de cataclismo.”
Historia de una conmoción estética, y de una fascinación, pero, sobre todo, hipótesis acerca de un modelo de intelectual en la Argentina, V. O. elige una estructura similar a la del cuaderno de memorias y a las recopilaciones epistolares. Como anotaciones al margen las distintas escenas y las distintas músicas que se ensamblan y superponen, que definen y desdibujan sus contornos en el magnífico trabajo realizado por Martín Bauer, consiguen el retrato. El músico decide que la estructura sea la del propio espectáculo y se concibe como un musicalizador, en el mejor de los sentidos posibles. Lo sonoro es parte de un entramado donde es difícil establecer jerarquías y, tal vez, la bella canción construida sobre el segundo movimiento del Cuarteto para cuerdas de Debussy sea una síntesis exacta de los anhelos y alcances de esta composición.
Con un formidable trabajo de María Inés Aldaburu, notable como la institutriz y brillante en su personificación de Marguerite Moreno, una cálida y comprometida composición de la escritora a cargo de Analía Couceyro, y Margarita Fernández, en una encantadora escena en que rebusca en una partitura y hace un poco de sí misma, elaboran un sistema de referencias y significaciones autosuficiente y eficaz. Selene Lara, de muy buena actuación en las canciones, y la bailarina Florencia Vecino, algo extemporáneas, hubieran necesitado una puesta escénica y una marcación más presente, igual que Pablo Seijo, demasiado declamatorio como Stravinsky más cercana al Manual del Alumno Bonaerense que a la compleja relación del músico con la escritora. La relación del músico Bauer con la escritora Sarlo muestra las virtudes del trabajo en conjunto y llega a alturas infrecuentes en el teatro musical. El texto de Sarlo es brillante, tiene humor y resiste tanto la hagiografía como la tentación de reducir a Victoria Ocampo a una especie de Magdalena Ruiz Guiñazú en aquel aviso televisivo en que agrisaba un fragmento de Beethoven para vender una colección de discos clásicos.
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