MUSICA › ENTREVISTA A MANOLO JUAREZ, QUE EDITO UN NUEVO DISCO
El pianista y compositor ofrece versiones no convencionales de temas de Yupanqui, Cuchi Leguizamón y los hermanos Díaz, entre otros. Una de sus ideas sigue siendo, dice, “ensanchar el diálogo entre la fuente popular y la música de cámara”.
› Por Santiago Giordano
Con Manolo Juárez, una conversación empieza en el silencio de una escucha compartida. Es casi una regla, un código propio. “Escuchá esto”, es su saludo mientras en la computadora suena la voz cristalina y precisa de un tenor ligero que canta baladas irlandesas. “Es la belleza de lo simple”, dirá Juárez algún minuto después y entonces la conversación derivará en nombres que con natural irreverencia mezclarán tiempos y lugares. De John Dowland a Los Beatles, de Gardel a Goyeneche –“dos tipos que concebían las letras como un conflicto personal”, señala–, cada nombre retumbará con su respectivo anecdotario.
Manolo Juárez acaba de publicar un nuevo disco, para el sello Untref Sonoro de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Un trabajo que en muchos sentidos es otra clase para una lección que ya lleva más de cuatro décadas. Al frente de un cuarteto que se completa con Roberto Calvo en guitarra, Horacio Hurtado en contrabajo y José Luis “Colo” Belmonte en percusión, a los 76 años el pianista y compositor afirma su propia tradición y una vez más celebra el gusto por el detalle en el territorio fértil de la forma abierta. “Es un disco sin demasiadas ambiciones, un disco acústico”, dice Juárez sonriendo, como si por estos días un disco acústico no fuese en sí una ambición elevada. “Escribí los arreglos para cada instrumento, cada cosa para cada uno, pero por supuesto, en el transcurso de los ensayos cada uno ponía de lo suyo, y eso es fantástico. ¿Cómo te vas a perder la musicalidad de un tipo como Calvo? O como el Colo Belmonte que toca tan bien que no se nota que en el cuarteto hay batería.”
Andrés Chazarreta, Atahualpa Yupanqui, Cuchi Leguizamón, los hermanos Díaz son algunos de los lugares que Juárez visita con su trazo personal. “Algunos de los temas que elegí ya los había grabado antes, pero al hacerles otro arreglo sentía que a la misma habitación le estaba dando otra mano de pintura”, define. Más que un estilo, en cada arreglo del disco Juárez fija la tradición que él mismo comenzó a diseñar en los albores de los ’70, con discos memorables como los del Trío Juárez o aquel Tiempo reflejado, en el que junto a músicos como Chango Farías Gómez, Dino Saluzzi, Daniel Homer, Norberto Minichillo, Oscar Tabernisio, Litto Nebbia, entre otros, grabó por primera vez su “Chacarera sin segunda”. Una obra “sin fin”, revolucionaria en muchos sentidos, que de manera casi copernicana relativizaría los parámetros temporales y formales de la práctica musical en la tradición popular. “Me costó mucho desprecio esa ‘Chacarera sin segunda’ –recuerda ahora Juárez–, ése era el precio que había que pagar por pensar distinto y siempre lo asumí de esa manera. Pero lo más absurdo fue que aquel disco entró en una lista negra porque tenía un tema dedicado a Chango Farías Gómez. ¿Te das cuenta las cosas que pasaron en este país?”
Sostenido en su tradición, Manolo Juárez Cuarteto, así se llama el nuevo disco, deja en claro entonces la distancia material y espiritual que hay entre un sonido viejo y un sonido tradicional. “Tengo la constante necesidad de expresarme, como cualquier artista que asume su trabajo como una actitud de vida”, asegura el compositor, y cuenta cómo se traduce esa necesidad: “A esta altura todavía tengo cosas en el tintero, por ejemplo trabajar para otro tipo de formaciones, sin piano. Arreglar para quintetos de metales y para cuarteto de cuerdas. De alguna manera ensanchar el diálogo entre la fuente popular y la música de cámara. No es por descubrir nada justo ahora, sino para seguir haciendo lo que hice toda mi vida”.
Caracterizados por el despliegue de las posibilidades que dan los desarrollos motívicos y armónicos, según los cánones de la sonata clásica, los arreglos de Juárez se completan en ejecuciones precisas, un experimentado ida y vuelta entre calidad y calidez. “La característica del disco podría ser ésa: la música suena al frente, franca, sin demasiada ortopedia y en eso la dinámica del cuarteto es fundamental, por eso me entusiasmó la idea de rodearme de semejantes músicos”, reflexiona Juárez. “En general trabajo los arreglos de manera bastante tradicional –continúa–, después me voy yendo, desarrollo ideas que están en el mismo tema, me salgo de la cuadratura formal del tema aprovechando las posibilidades que me da la forma abierta, para volver con el tema en el final. En el folklore existen cosas realmente muy bellas a partir de las formas fijas de las danzas tradicionales, pero la manera abierta ofrece otras posibilidades, abre otros panoramas: Mi idea de tiempo pasa por otro lado.” Cada arreglo caracteriza a cada tema y así los matices del disco se multiplican. “Hay temas como ‘Remolinos’, de Nolo Tejón, en los que no es fácil encontrar el equilibrio necesario –explica Juárez–. El ritmo de la cueca te va llevando y, si no te cuidás, te olvidás de saborear lo que hay adentro.”
“Momento nº 1”, una pieza con aires de zamba que es parte de un ballet escrito para el Teatro Colón, es la única página del Juárez compositor incluida en este álbum. “Preferí jugar sobre el arreglo de obras de otros, rescatar por ejemplo ‘Horno de barro’, una chacarera de Cayetano Saluzzi, el papá de Dino –explica–; o ‘Zamba de los mineros’, que en el disco canta Néstor Basurto, pero que en su momento había pensado para que cantara el Chango Farías Gómez. En este disco había pensado hacer varias cosas con el Chango, pero se me murió antes.”
El nombre de Chango Farías Gómez, compañero de ruta en muchas cruzadas, enseguida dispara recuerdos. “Con errores y aciertos, el Chango siempre se jugó por lo suyo, con enorme convicción –sostiene Juárez–. Su instinto musical era infalible. Una vez actuábamos en Poncho Verde. Estábamos Miguel Saravia, el Grupo Vocal Argentino y yo con el trío. En una pausa del espectáculo comenté que me gustaba un tema, no me acuerdo cuál, y enseguida el Chango le empezó a pasar, cantando, las partes a Scalisi, a los Batallé y a el resto de los integrantes del grupo. Así de una, casi improvisando, armó las cinco voces. La probaron una vez en los camarines y en la segunda parte del espectáculo salieron a cantarla. ¡Impresionante! Ese era el Chango.”
También “Manuelita”, de María Elena Walsh, se convierte en terreno para desarrollos en el nuevo disco de Juárez. “Hice una versión con piano solo, simple, muy despojada –explica–. La canción es muy bella y su significado trasciende muchas cosas. Es también un homenaje a María Elena, quien siempre tuvo atenciones conmigo y me honró con su amistad. Con ella compartíamos el gusto por Kavafis, el poeta griego, y recuerdo que un día cayó con una edición de los ballets de Stravinsky dirigidos por el mismo Stravinsky para regalarme. No te imaginás lo que era discutir de cualquier argumento con ella. Era brava, no la doblabas con una opinión distinta. Era una persona de una gran lucidez. En estos días prometí llevarle a Teresa Parodi un reportaje a María Elena que conservo, en el que ella se pregunta qué hubiera sido de Mozart si hubiese conocido los sintetizadores. ¡Qué pregunta! Ella era así.”
La galería de nombres se prolonga a medida que la charla transcurre, hasta que las historias de otros desembocan en la propia y Juárez comenta que pronto se comenzará a publicar su discografía. “Con la ayuda de Guillo Espel y algunos más pude remasterizar mis viejos discos –anuncia–. No fue un trabajo fácil, porque muchos de ellos eran vinilos hechos en el país en una época de crisis del petróleo, por lo que salían finitos y se hacían bolsa enseguida. Además los habíamos grabado en condiciones terribles. En fin... La idea es publicarlos y pronto saldrá un álbum doble con los tres primeros, entre los que está Tiempo reflejado.”
Manolo Juárez Cuarteto es la otra punta de esa historia, que está en los discos y en generaciones de músicos que se formaron con él. La historia de un músico que entre la academia y el escenario se constituyó en punta de una generación que planteó nuevos horizontes. “Uno de los últimos que queda de aquello”, dice él, y se ríe. “Con el Negro Eduardo Lagos siempre deseamos que detrás de nosotros vengan otros, pero no sólo para continuarnos, también para discutirnos y descalificarnos, porque con monólogos no se hace ninguna revolución –concluye–. En este sentido para mí fue muy importante la parte docente, que me permitió seguir en contacto con las generaciones sucesivas. Esa necesidad de organizar los conocimientos de la música popular nos condujo a crear la Escuela de Música Popular de Avellaneda, el primer conservatorio en el mundo en su tipo en enseñar del mismo modo folklore, tango y jazz. Fue una escuela revolucionaria que creamos con sobradas convicciones y con la ilusión de que la metodología no mate al potrero.”
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