Lunes, 9 de septiembre de 2013 | Hoy
MUSICA › EL VIOLINISTA JOSHUA BELL TOCA HOY Y MAñANA PARA EL MOZARTEUM ARGENTINO
Ganador del Grammy y del Oscar y protagonista de un revelador experimento en el subte de Washington, se presentará en el Teatro Colón junto al pianista Alessio Bax. Interpretará sonatas de Mozart, Beethoven, Grieg y Debussy.
Por Diego Fischerman
Hace cinco años, cuando actuó en Buenos Aires para el Mozarteum, colocó en el centro de su programa la Sonata “Kreutzer” de Beethoven y la Sonata Nº 1 de Prokofiev. En 2009 el violinista Joshua Bell regresó, esta vez para el ciclo de Nuova Harmonia, y su repertorio volvía a Beethoven (Sonata Op. 23), una de las sonatas para violín solo de Eugène Ysaÿe y dos obras monumentales, las sonatas Nº 3 de Johannes Brahms y en La Mayor de César Franck. “Trato de que un concierto siempre tenga una unidad; de que cada obra no aparezca totalmente aislada de la otra”, explicaba en aquella ocasión a Página/12. “Sin embargo, en ocasiones esa unión está dada por el contraste. Cada obra y cada estilo llevan a una manera de frasear, a una utilización del vibrato absolutamente diferentes. Y los contrastes también pueden configurar un cierto relato.”
Hoy, nuevamente para el Mozarteum Argentino, Bell dará el primero de sus dos conciertos –el otro será mañana– junto al excelente pianista Alessio Bax. Y otra vez, más allá de su atractivo como intérprete, allí están en primer plano las composiciones elegidas: la “Kreutzer” de Beethoven en diálogo con la Sonata para violín y piano en Sol mayor, K. 301 de Wolfgang Amadeus Mozart, la bellísima Sonata de Claude Debussy y una obra tan notable como escasamente frecuentada, la Sonata para violín y piano Nº 3 en Do menor, Op. 45 de Edward Gieg. El conjunto dibuja una línea alrededor de la sonata romántica alemana, central en el repertorio actual, sin nombrarla. Muestra sus antecedentes –Mozart y Beethoven–, una derivación algo marginal –Grieg– y la última obra escrita por Debussy, en 1917 (en plena Primera Guerra Mundial) y virtualmente en su contra. En todo caso, en esta obra elusiva, que parece haber estado entre las fuentes de inspiración de la famosa Sonata de Vinteuil, que Marcel Proust introduce en su En busca del tiempo perdido, aparecen resaltadas nucho más las dudas que las certezas. Si la alemanidad –en particuar Wagner y quienes sucumbieron a su influencia más directa, entre ellos Franck, que se acercó bastante a la idea de la melodía infinita en su Sonata para violín y piano en La Mayor– estaba delineada en un espíritu relativamente afirmativo, Debussy buscó, más bien, una estética de lo tenue y difuminado.
Bell, una estrella además de un gran violinista y ganador del Grammy entre otros reconocimientos, es capaz de moverse con soltura entre Johann Sebastian Bach y la música contemporánea y cree que “el especialismo es uno de los males contemporáneos”. Nacido en 1967, debutó a los 14 años, junto a la orquesta de Filadelfia dirigida por Riccardo Muti, pero rápidamente trascendió el perfil del niño prodigio y sus interpretaciones de los conciertos de Sibelius y de Goldmark junto a Esa-Pekka Salonen y del de Tchaikovsky con la dirección de Michael Tilson Thomas son referencias inevitables. Además del repertorio tradicional de su instrumento y de estrenos como el del Concierto del inglés Nicholas Maw, ha grabado transcripciones de arias de óperas –en Voice of the violin y en Romance of the violin– y fue galardonado con el Oscar por la interpretación de la parte solista de la partitura de John Corigliano para el film The Red Violin. “Me interesa la música actual y me encanta la partitura de Corigliano, llena de expresividad. El escribió para mí un concierto a partir de la música de la película y allí une sensibilidad y modernidad. Es música que suena original, contemporánea, y al mismo tiempo conmueve.”
Pero su celebridad se relaciona, también, con haber sido el protagonista de una de las historias más contadas –y más vistas en YouTube– de los últimos tiempos. Vestido con jean, remera y gorra de béisbol, Joshua Bell tocó, el 12 de enero de 2007, en una estación de subte del centro de Washington, durante 43 minutos en la hora pico de la mañana. Estaba en la ciudad para presentarse en dos conciertos cuyas entradas se habían agotado rápidamente. Y en el subte tocó una de las piezas programadas, una Partita de Bach, en su Stradivarius de 1731, valuado en cinco millones de dólares. Consiguió que, de las 1090 personas que pasaron frente a él, sólo 27 le dieran dinero –su recaudación fue de veintisiete dólares con diecisiete centavos– y apenas dos de ellas se detuvieran a escuchar. Eventualmente, a Gene Weingarten, el periodista del Washington Post que ideó la escena, le fue mejor: ganó el Pulitzer 2008. En cuanto a las únicas personas que, en el medio del apuro de los funcionarios estatales que transitaban por la estación, le llevaron el apunte, una se detuvo porque lo reconoció. La otra, para Bell justificó no sólo el experimento, sino la música misma: “Los únicos clásicos que conocía eran los del rock, pero algo de lo que sonaba lo conmovió profundamente y lo obligó a detenerse. Aun si hay una sola persona que oye y se emociona, vale la pena tocar para ella.”
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