MUSICA › MICAELA FARíAS GóMEZ, ENTRE LA TRADICIóN Y LA MODERNIDAD
Hija del Chango Farías Gómez, acaba de publicar Flores, segundo disco de su grupo Santadiabla y el último en el que participó su padre. Allí, fiel al legado paterno, asume riesgos estéticos, combinando folklore argentino con ritmos latinoamericanos y flamenco.
› Por Cristian Vitale
Canta intensamente. Con una gran variedad de timbres y quiebres. Viene de la música de raíz, pero arriesga invariablemente. Puede arrancar con una chacarera heterodoxa, correrse hacia un funk, recostarse en el amplio mundo de improntas latinoamericanas, besar flamencos y desembocar en una cumbia. No le importa lo que digan. Cuando compone, con tal matriz ecléctica de fondo, puede hablar de flores que se fuman, se huelen o se tocan; de chacareras en amores o de rituales paganos. Cuando no, toma lo que le cabe, sin reparar en nichos fijos. Es abierta, lúcida e intrépida. Es, y no sólo por portación de apellido, la hija exacta del Chango Farías Gómez. “Difícil abstraerse de la sangre. Creo que hago cosas y después alguien me dice, ‘se nota que tenés la influencia de tu papá’, pero juro que no me doy cuenta’”, remarca ella, con Flores (segundo disco de su grupo Santadiabla) recién publicado y apto para ser presentado mañana en el Chaperío (Jorge Newbery 4880) en una fecha compartida con Tonolec. “Evidentemente la tengo, porque me he criado y he aprendido con él –retoma, sobre las cuestiones de sangre–, pero después hay otra arista que brota de mí. Creo que voy creciendo, y me voy desprendiendo, pero con toda mi raíz encima. Uno viene de donde viene, sí, pero intento ir madurando y encontrando lo que es mío en un proceso no racional... son como destellos de luz.”
–¿Y entonces qué?
–Soy la niña que va queriendo crecer, pero soy la niña y lo seré por mucho tiempo, creo (risas).
Lo de niña entra en el volátil universo de las posibilidades relativas. Lo empírico marca que Micaela Farías Gómez tiene 28 años, dos hijos varones, y un trayecto profesional de diez años. Que en tal lapso ha pasado de corear, percutir y luego cantar en las últimas aventuras de su padre, a formar el grupo Raíces (de claros encares flamencos) y el más acabado Santadiabla, que compartió con Martín Morales en guitarras, composición y coros; Rodrigo Gozalvez en vientos y guitarra, y Manu Uriona en percusión, y que acaba de llegar a un parate, luego de la edición de Flores. “Creo y siento que en este trabajo, si bien hay rock, funk y hip-hop, lo que está siempre es la música de raíz. Todos los músicos han vivido esta música, no se la han contado, y eso se nota”, enmarca ella, sobre un trabajo al que también han aportado el cubano Nelson Falcón Martínez, el trompetista Ricardo Cullotta y, claro, papá Chango. “El tocó el bombo legüero, hizo el arreglo de voces en dos chacareras, cantó, y dice unas cosas divertidas por ahí”, datea Micaela sobre la intromisión del gran improvisador en una pieza recopilada por él (“Chacarera santiagueña”); en “Te voy a contar un sueño”, del enorme Jacinto Piedra, y en “Caminando como el Chango”. “Es el último disco en el que está mi papá, y este tema es un homenaje a él, claro, pero lo de chango también es por lo de los jóvenes, lo de los chicos que caminan para adelante como mi viejo”, remarca ella.
–¿Por qué Flores?
–Porque es un tema muy representativo, es pícaro y divertido. A mí me encantan las flores. Además, en ellas se podrían plasmar todos los colores de Santadiabla. En las flores se pueden poner todas las formas. Puntualmente, es una cumbia que me encanta, me parece un ritmo alucinante porque mueve hasta los muebles. Es el ritmo que más se baila en toda América latina, y en el mundo también.
–¿Hace una distinción entre los diversos tipos de cumbia, como acostumbran muchos de sus colegas?
–No, porque todo lo que hacemos no es premeditado, no está hecho desde un lugar intelectual... sale así, quizá escuchaste una cumbia villera, después otra colombiana, y sale algo que es como una mezcla, o algo a tu manera, pero no hago esas divisiones.
–Como los tanguillos de la mocita, tal vez el más arriesgado de los colores, la flor más “arisca”...
(Risas.) A ver, no es que yo cante como cantaban los gitanos, pero el flamenco me gusta mucho. Incluso bailaba flamenco, y estoy volviendo a bailar. Nunca llegué a saber muy bien de dónde me viene, pero tengo el recuerdo de haber disfrutado de algo que hizo mi viejo para La Manija, y que estaba relacionado con el género. Después me metí a estudiar baile, y me encantó.
Entre la finalización del disco y su publicación, la Farías Gómez chica vivió una vorágine emotiva que implicó el nacimiento de sus dos hijos y la muerte de su padre, en agosto de 2011. Esto explica no sólo el retraso de la edición, sino el parate de la banda, con el disco apenas echado a andar, y el comienzo de un camino más personal. “Yo, que soy un motor que empuja todo, tuve que parar y esperar un tiempo para encarar la mezcla y la publicación del disco. Ahora pasa algo que llamo conclusión de una etapa y comienzo de otra más personal. Un movimiento de etapas, digamos, que implica volver de un momento muy fuerte y tratar de transformarlo en música, pero no bajo la palabra ‘solista’, porque uno nunca está solo en lo que hace. Es sólo una cuestión más personal.”
–¿Más santa o más diabla?
–(Risas.) Es una unidad, es todo junto y a la vez. La verdad es que son dos palabras que parecieran oponerse pero están unidas, porque una no puede existir sin la otra. Si se asume así, todo está permitido.
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