Lunes, 30 de septiembre de 2013 | Hoy
MUSICA › PABLO MILANéS LIDIó CON SUS PROBLEMAS DE SALUD EN EL TEATRO GRAN REX
El cantautor cubano concretó finalmente el show que debió suspender el jueves por una afección digestiva. Interpretó canciones de Renacimiento, su flamante disco, y un par de clásicos, pero no pudo cantar todos los temas que tenía previsto.
Por Cristian Vitale
El foco central de la escena proyecta su luz sobre una silla vacía. El público –Teatro Gran Rex lleno– pide más. Siente sed de clásicos. Lógico, entre los muchos que tiene, Pablo Milanés apenas había cantado dos: un bellísimo volver a “Yolanda”, y otro, no tanto, a “El breve espacio en que no estás”. Pero la silla siguió vacía. La luz se apagó, el telón se cerró y no hubo aplauso, loa o cantito que torciera el destino. El cubano jamás volvió. El set list previo contemplaba al menos tres gemas más (“Años”, “Para vivir” y la imperativa –a 40 años del golpe en Chile– “Yo pisaré las calles nuevamente”), pero hubo que suplirlas –buen consuelo, al menos– con alguna aceitosa porción de muzzarella en la pizzería más cercana. Lacónico, uno de los creadores de la nueva trova había anunciado el posible desplante: “Estoy como Cenicienta, tengo que entrar otra vez al hospital. Estoy en tratamiento y tengo que ser fiel a esos médicos y a esas maravillosas enfermeras que han hecho posible que yo esté aquí... así que vamos a cantar un poquito más antes de despedirnos”, sorprendió –a medias– el cantautor antes de entrarle a una “Yolanda” abrillantada por un hermoso pasaje de violín en manos de Dagoberto Hernández.
A medias porque, claro, esa misma indisposición estomacal, diagnosticada como pancreatitis, había atrasado dos días el recital oficialmente previsto para el jueves, y el colectivo seguidor estaba al tanto. A medias, además, porque, pese a cierta insistencia instintiva hacia el final del show, el público se consustanció con la salud de este hombre de 70 años, que ha renacido bastante ya. Y se contentó con prestar oídos atentos a lo que el músico pudo hacer en una breve hora: presentar varias de las canciones que pueblan Renacimiento, su flamante disco. Un trabajo de concienzuda investigación musical al que el compositor, cantante y guitarrista le dedicó dos largos años, y que derivó en tornar visibles –poner en la superficie, dicho de otra forma– los varios y vastos ritmos cubanos que lo nutrieron como el músico que es: el son, el guaguancó, el chagüí, el danzón, la guajira son o la conga, todo sobrevolado por un toque de ese free jazz sin barreras al que Milanés adhirió como prueba de su libertad.
Y entonces mostró lo que el tiempo, su voz y su estómago le permitieron. Lo que pudo. Mostró “Dulces recuerdos”, una canción dotada de gran riqueza instrumental, y nutrida con toda la sangre y el color de la isla. Mostró “Los males del silencio”, otro estreno, poblado de aristas líricas y giros jazzeros. También la bella “Cual si fuera a morir esta mañana”, sobrevolada por la exquisitez pianística que propone Carlos Miguel Núñez Hernández, director musical de la banda. Y “Homenaje al chagüí”, género propio de Guantánamo al que Milanés definió como “un ritmo apasionante, de una magia extraordinaria”. Mostró un poema escrito por Ho Chi Minh, encontrado en una cárcel de China, traducido al castellano por Félix “Pita” Rodríguez, musicalizado en clave de puro son cubano, y titulado “Lamento”, sobre el que el trovador deslizó el único testimonio ideológico de la noche. “Como todos saben, Ho Chi Minh fue el presidente de Vietnam que libró una guerra histórica, primero contra el colonialismo francés y luego contra los Estados Unidos, y salió victorioso siempre.”
Expuso también, apoyado en el pulso exacto de un sexteto estupendo, la mejor forma del guaguancó –el ritmo más popular entre los que engloba la rumba– a través del agitado “Canto a La Habana”, que ubicó en primera línea de brillo al percusionista Edgar Martínez Ochoa y al baterista Osmani Sánchez Bárzaga. Ya por fuera del último disco, unió en una misma estética dos canciones devotas de sus viejos y queridos clásicos: “Los momentos” y “Si ella me faltara alguna vez”. Evocó al apóstol Santiago. “Esta es una canción que habla de aquella vieja tradición medieval de adorar al apóstol Santiago para buscarse a uno mismo, y su espiritualidad... en este caso fue buscando el amor”, aclaró sobre “El largo camino de Santiago”, cuyo intento “pop” lo resolvió como la pieza más original –y menos aplaudida– de la noche. Hacia el final, luego de calentar la escena con “Yolanda” y anunciar su despedida, esperó en vano a Fito Páez. “Quiero saber si Fito Páez va a venir a cantar conmigo... sé que anda por ahí”, pidió Pablo, pero el rosarino se había ido, y tuvo que contentarse con la ayudita de otros amigos, cuando apenas quedaba un breve espacio –en el que no estuvo Páez, claro– para la digna retirada.
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