Viernes, 8 de noviembre de 2013 | Hoy
MUSICA › RUBEN GOLDIN PRESENTA ESTA NOCHE NADAR, SU NUEVO CD
El músico publicó su primer trabajo solista en 21 años, aunque en el medio participó de numerosos álbumes ajenos y formó parte del colectivo Rosarinos. También sugiere el mejor modo de escuchar estas canciones: “Con un whisky o el mate en la mano”.
Por Cristian Vitale
“Si uno no hace temas nuevos es como si estuviera muerto”, determina Rubén Goldín. La sentencia se convertiría en paradoja clavada si entre los 21 años que separan su disco anterior (Brilla el sol) del flamante Nadar no contaran el determinante Rosarinos, grabado junto a estrellas de la trova (Jorge Fandermole, Adrián Abonizio y Lalo de los Santos) o las decenas de trabajos “de otros” en los que participó como cantante, autor o guitarrista, o las canciones que compuso y durmieron en un cajón por razones que él resuelve como “responsabilidades compartidas”. “No sé... el hecho de no editar un disco durante todo este tiempo tiene que ver en parte con las compañías, en parte conmigo y en parte con el país... la música se fue convirtiendo en algo muy comercial y cuando uno no es comercial es difícil grabar: yo hice tres discos para Warner y me hicieron un solo afiche y un videoclip. Uno se desnuda en las canciones, pone todo en ellas y de repente, bueno, pasa lo que pasa”, dice el cantautor rosarino, que estrenará su nuevo disco hoy a las 21.30 en la Sala Siranush, de Armenia al 1300.
Un nuevo disco que, precisamente, muestra canciones que el ex trova rosarina fue creando y dejando macerar en tanto ocurrían cosas. Mientras, la iba de vocal coach en el programa de TV Operación triunfo. O hacía su experiencia como director de Cultura en Esteban Echeverría, hacia fines del siglo pasado. O componía música para cine, TV y radio. Canciones (doce en total) que manifiestan todas sus influencias: el amor incondicional a Caetano Veloso en la bossa que abre el disco (“Casa submarina”); el folklore marca Páez (“Que nada termine”); la impronta clásica de “Padre eterno”; el toque jazzy de “Lágrimas del corazón”; el pop de “Nadie sabe” o el rock and roll con pesto de “Espaditas” y una versión alternativa de “Basura en colores”, tema que ya había grabado en Rosarinos. “A mí me gustan las baladas, pero no puedo negar mi veta Woodstock, la cosa Manal y Almendra que curtía cuando tenía 15 años, ¿no? O lo que fui escuchando después: el Cuchi Leguizamón, Piazzolla, Caetano, Zeppelin... soy una mezcla de todo eso”, define el autor de “Hagamos algo” y “El ogro y la bruja”.
–Mezcla que implica una reducción de la trova rosarina de los primeros ’80 “a escala personal”.
–(Risas.) Sí; después digamos que Fandermole se dedicó más al folklore, Abonizio a la cosa tanguera, al menos en sus letras, y a mí siempre me gustó el rock, pero mi voz no da para un rock and roll roto, no tengo la voz del cantante de AC/DC, a pesar de que Pappo quería que cantara en Riff... me lo pidió y yo le dije: “¿Con esta vocecita voy a cantar en Riff?” (risas).
–¿Qué simboliza Nadar? No sólo es el título del disco y de una de las canciones, sino que en la tapa se lo ve a usted nadando...
–Yo estoy casi obligado a nadar por un par de hernias de disco lumbares que tengo, y cuando lo hago, empiezo a generar cosas. Cuando voy debajo del agua y miro, me inspiro, empiezo a pensar cosas como las que aparecen en la canción “Nadar”, que arranca como romántica, pero después dice que los chicos no coman basura o que haya paz en el mundo, en fin. Nadar, además, significa no quedarse quieto, porque si te quedás quieto, el agua te lleva... Pasado a otro terreno, la vida te pasa por encima, ¿no?
–En lo global, por el tratamiento del sonido que le dio al disco, da la impresión de que buscó una síntesis más que un despliegue. ¿Está de acuerdo?
–Sí. Tengo la sensación de que voy apagando canales, porque puedo grabar ocho guitarras, pero después se complica para reproducir eso en vivo. Entonces, a la hora de mezclar fui desmalezando para que se vea la flor, y la flor es la canción, porque todo está al servicio de la canción. Por eso es un sonido sin demasiados reverbs ni delays. Traté de tener un audio limpio.
–Y austero, también. Como si fuera de hace algunos años.
–Es una idea a propósito, porque hoy hay muchos recursos tecnológicos. En el estudio teníamos el protools y dos consolas digitales automáticas, por ejemplo, pero quise un sonido como si estuviera tocando en el living de mi casa. De hecho, es un disco para escuchar ahí, con un whisky o el mate en la mano. La verdad es que lo voy a defender y a pelear.
–Consciente de las contrariedades, se intuye por lo que dijo al principio...
–Sí. Sabiendo, por ejemplo, que el espacio sonoro en las radios está dominado por productos bancados. “Yo te doy plata, vos pasame este tema”, en fin, es así. Y es difícil ir en contra de eso, sobre todo cuando uno tiene una posición tomada: yo no quiero un disco de oro porque, si no, haría otra música. No me interesa la parte comercial y tampoco la sé manejar... yo hago canciones: ahora le hice una a mi hijo, otra a mi viejo y las voy a salir a defender, porque los músicos somos muy sensibles; nos desnudamos y mostramos cosas muy profundas.
–¿Qué balance hace de su paso como vocal coach en Operación triunfo?
–Estuve en las cuatro emisiones. Viajé por todo el país haciendo castings y dando clases, como lo vengo haciendo hace muchos años, pero con la diferencia de estar expuesto frente a una cámara, algo por lo que te pueden hacer de goma (risas). A ver: una cosa es un programa de TV con todo lo que ello implica, y otra es lo que pasa con esos chicos antes y después: hay pibes que aparecen ahí, tienen mucho rating y hasta algunos flashean que son Sting... pero no lo son, y entonces hay que ubicarlos, porque después de dos semanas de terminado el programa, desaparecen... se enfría la pantalla y chau. Ciertos pibes creen que llegaron a la tele y ya está... pero se confunden, y es ahí donde hay que laburar.
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