MUSICA › RECITAL DE LEóN GIECO Y AGARRATE CATALINA EN EL LUNA PARK
El músico de Cañada Rosquín y la mejor murga uruguaya de la actualidad brindaron un espectáculo inolvidable. Fueron cuatro horas, más una yapa de 35 minutos, en las que hubo lugar para todo: clásicos de aquí y de allá, recuerdos y homenajes varios.
› Por Cristian Vitale
Asomó por el flanco derecho del escenario, se quitó el sombrero negro y caminó lento pero seguro hacia el centro. Hacia el único destino posible: León. “Sepan disculpar la emoción que me invade en este momento”, dijo Tabaré Cardozo, y entre ambos, promediando el recital –a dos horas del comienzo–, ofrendaron a las casi seis mil personas presentes una canción del cantautor y murguista oriental: “La escalinata de la vanidad”. La frase de Tabaré, más allá de una pintura instantánea y sincera de subjetividad, resultó al cabo una síntesis perfecta de todo lo que ocurrió anteanoche –y repetía ayer– en el Luna Park, donde León Gieco llevó a la práctica el plan del año: invitar a la murga del siglo XXI (Agarrate Catalina); hacer participar, además, a una serie de amigos musicales que contempló viejas y nuevas generaciones (Infierno 18, Raúl Porchetto, Oveja Negra, Sandra Vázquez, Ligia Piro, Carina Alfie y el eximio guitarrista ciego Nahuel Pennisi) y batir un record en escena: cuatro horas más una yapa de 35 minutos, cuyo límite el mismo León se encargó de explicitar: “Estamos tocando tanto porque queremos superar a Bruce Springsteen, pero nunca a Spinetta, que tocó cinco horas y media, a él no lo vamos a superar nunca jamás”, lanzó, entre risas, el generoso León.
Pero el factor emotivo –siguiendo a Tabaré, y más allá del maratónico y multifacético recital– fue el principio ordenador, la instancia más acabada para intentar resumir lo que pasó en un puñado de palabras. No implica, claro, que tal estado del espíritu, tal suerte casi permanente de “piel de gallina” colectiva, anule una estética, un talento, un sonido, una cruza entre cantidad y calidad o una “performance” musical. No fue lo conmovedor, o aquello que va por la vía del sentimiento, algo que contrastara –como ocurre en tantos casos– con el nivel de lucidez artística, o su duración. En rigor, se podría empezar a desandar la noche por la hermosa forma de mimar la guitarra que Pennisi tiene para recrear “Zamba para no morir”, en honor a Mercedes Sosa; por la versión de “La guitarra”, que León encaró esta vez con el trío Las Guitarras del Amor; por el country punk de “Todos los caballos blancos”, junto a Infierno 18; por la imponente revisita de “Cinco siglos igual”, que sumó a su voz original las de Agarrate Catalina; o por la agudeza y el humor musical aplicado en su máxima expresión en el cuplé “Pepe Mujica”, en el que la murga de los Cardozo brothers personifica al presidente del país celeste como un fumón jamaiquino con la mejor vibra del universo. También por lo que provocan la voz del Zurdo Bessio (“Alrededor del fuego”), el estupendo solo de Kubero Díaz en “Malas condiciones”, los enormes recursos instrumentales que aplica Luis Gurevich –alter ego de León– en la bella “Sin querer” o el sorprendente cruce entre murga y banda al momento de encarar clásicos del mundo Gieco: “La cultura es la sonrisa”, “El ángel de la bicicleta” o “De igual a igual”, entre ellos.
Podría empezarse por tales señales estéticas –más acordes a la crítica musical tipo– y reordenadas, además, por otra virtud implícita del rosquinense, que es la de organizar con mucho tacto el repertorio, uno de sus secretos mejor guardados... pero la vía emotiva pisa fuerte. Y más, tal vez, a juzgar por instancias en las que cada quien sintió en sí y a su alrededor el escozor de lo que pasa cuando el arte, a través de varios soportes, se inyecta en las entrañas. Cuando, por caso, el anfitrión habla de la muerte de Salvador Allende, las pantallas proyectan imágenes de Violeta Parra y Víctor Jara, y entonces suenan “Casamiento de negros” y “Chacareros de dragones”, en clave de guitarras cuyanas. Cuando el anfitrión se baja del escenario, camina seis filas hacia el fondo –entre un público absorto, claro– y se encuentra con Porchetto para recrear uno de los mejores temas de esta larga historia (“Bajaste del norte”); cuando dedica una canción a los activistas de Greenpeace detenidos en Rusia (“Cuida el agua”) o aparecen las imágenes de Eva Perón, Janis Joplin o las Madres de la Plaza en pantalla gigante, y la popular se desvive en aplausos, con “El desembarco” y “La memoria” como alfombras sonoras. O cuando ese acabado fresco autobiográfico que León incluyó en Bandidos rurales (“Sin querer”) sirve de plafón musical para exponer en público su álbum de fotos y provocar otra ovación ante aquellas que lo muestran junto a Evo Morales, Néstor Kirchner y Luis Alberto Spinetta.
Estética, inclusión y emoción, al cabo, marcharon juntas esta vez y tal fusión explica por qué cuatro horas y su yapa en minutos resultaron, sino pocas, al menos suficientes.
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