Miércoles, 18 de diciembre de 2013 | Hoy
MUSICA › ORQUESTA POPULAR DE CáMARA LOS AMIGOS DEL CHANGO
A dos años de la muerte del Chango Farías Gómez, la orquesta que él creó acaba de publicar un disco esencial: el volumen uno de Música clásica argentina, con presentación en vivo esta noche en el Auditorio de Radio Nacional.
Por Cristian Vitale
Aleix Durán es un músico nacido en Tarragona, pueblo cercano a Barcelona, que llegó a Buenos Aires con otro plan (estudiar periodismo), pero terminó volviendo a las fuentes: tocar saxos y clarinetes, en clave de música libertaria. El nudo del quiebre pudo haber sido cualquiera, pero fue el mejor entre mil posibilidades: el Chango Farías Gómez. “Un martes me llamó su hija (Micaela) y me dijo si podía tocar el saxo con él, y fui”, evoca Durán, que esa noche terminó zapando en una versión de “El humahuaqueño”, reformada a lo Chango, claro, y pidiendo pista para seguir. “Hice lo que pude”, se ríe el catalán, “hasta ese momento no sabía lo que era la música de acá. Recuerdo al Chango diciéndome: ‘Tú soleas como europeo, ya te voy a decir unas cuántas cosas’, pero no hubo tiempo”. La secuencia Durán viene al caso. Se ubica justo en un raro período de transición para la Orquesta Popular de Cámara Los Amigos del Chango, que orbitaba en el espacio musical argentino desde 2009 con un fin preciso: el de tocar músicas argentinas en clave de cámara y que, a dos años de aquel comienzo, se quedaba sin su principal mentor. “Que podamos llevar adelante su proyecto es muy grosso para nosotros. Ayer estábamos tocando algunas cosas suyas y se cayó un cuadro con su foto... el Chango siempre está, siempre aparece”, apuntala Rubén “Mono” Izarrualde, flautista, émulo de aquel gran referente de la MPA y actual “conductor” de la Orquesta que acaba de sacar un disco esencial: el volumen uno de Música clásica argentina, cuyos esbozos serán mostrados hoy a las 20 en el Auditorio de Radio Nacional (Maipú 555).
Esencial por varias razones, pero sobre todo por una: las nueve piezas que pueblan el trabajo implican las últimas que el genial e inagotable CFG ideó, tocó, arregló, dirigió y grabó en vida. Ocho versiones, más un tema propio (“Timbre de abajo”), que no sólo refrendan el carácter indómito del músico que más se le atrevió a la música de raíz, en cuestiones de innovación y frescura, sino también su puesta en presente, a través de doce músicos que supieron leer sus honduras estéticas. Sus inesperadas dinámicas tímbricas, rítmicas y melódicas redistribuidas en zambas, chacareras, candombes, tangos, vidalas, carnavalitos y músicas del litoral y atravesadas por el vuelo del jazz y la energía del rock. Por lo universal, al cabo, visto con ojos de criollo. “Yo siento que esta orquesta es única y que todo lo que hizo el Chango siempre fue marcar precedentes: le pasó con el Grupo Vocal Argentino, con los Huanca Huá, con MPA, con La Manija y ahora con la Orquesta”, remarca otro de los que conduce el timón hoy: el pianista, arreglador y todoterreno de la música Luis Gurevich. “Todos los que tuvimos la suerte de tocar y convivir con él escuchamos de sus sueños, de las formas que le quería dar a esta orquesta, por eso siguen siendo su cabeza, sus arreglos, su manera de abordar la música, y todo lo que nos enseñó para que sigamos su camino, el de armar una miniorquesta de cámara, digamos, para recrear músicas argentinas y que los arreglos queden escritos. Esto es lo que viene a reflejar un disco”, coinciden Izarrualde y Gurevich, ambos directores, que prefieren definirse conductores.
–El disco conlleva un fin, un carácter misional, digamos...
Rubén Izarrualde: –En algún sentido, sí, claro, porque el Chango, hace muchos años, dio una vuelta de tuerca en la música popular argentina, y entonces la orquesta, si bien viene con cosas nuevas, va a seguir esa idea matriz. No vamos a hacer siempre lo mismo, claro, pero el concepto de arreglos y de idea general será el suyo.
Luis Gurevich: –De mezcla de ritmos, claro. El no va a estar y no va a ser lo mismo, pero nosotros, que la curtimos con él hace mucho tiempo (ver aparte) y lo hemos visto hacer cosas distintas durante tanto tiempo o tuvimos la suerte de que agarrara una guitarra, expresara una idea, y vos ya saber por dónde tenías que arrancar ¿no? Veremos qué sale, pero la idea es seguir por ese lado. Tenemos un compromiso y un amor muy grande; es una manera de decir ‘cumplimos’, sí, y ayudar a que su último proyecto se realice es algo muy importante. Yo creo que el disco es un hito, porque es la última grabación del Chango en un estudio, el último proyecto que soñó, tiene un valor importante, más allá del valor de la orquesta en sí.
–El factor emocional se intuye como primordial en este sentido.
R. I.: –Yo lo escucho y lloro, la verdad. Escucho la versión de “María” cantada por él y me mata. Además de ser un tema emblemático para nosotros y recontra hecho por diferentes intérpretes, me parece que el Chango siempre gustó mucho de la mixtura de cosas. Se crió dentro de la música folklórica, con mucho de rock en el medio, el jazz siempre presente, muchas cosas, y en “María” se conjugan esas cuestiones: una manera muy particular suya de decir, porque más que cantante es un cantor, un gran decidor que respira de una manera determinada por un problema de salud ¿no? Es increíble, es como escuchar a Rubén Juárez, porque respira desde otro lugar. “María”, además, tiene un arreglo atípico, porque en vez de llenarla de cosas, se las quita. No es una versión poblada de notas, sino con un arreglo austero y un final muy de orquesta de cámara: sencillo. La verdad es que lo escuchás y María te aparece enfrente, la ves.
–Es el único tema en vivo, además.
R. I.: –Sí, lo grabamos en la Uocra. Todo lo demás está grabado en ION, pero con la orquesta toda junta. Casi en vivo, digamos.
L. G.: –Hay anécdotas muy intensas al respecto, porque nosotros queríamos que el Chango estuviera en todos los temas y, como hubo dos que los grabamos después de su muerte, rescatamos cosas que él había grabado antes: uno es “Me llaman la Carbonera”. Cuando se grabó ese tema en la Uocra, había tres micrófonos y uno estaba en el bombo del Chango. Entonces lo que hicimos fue rescatarlo y tocar encima, así se acomodó todo. Y el otro es el recitado suyo en “Garúa”. La técnica permitió que el Chango estuviera en todos los temas y que la orquesta, en su formación nueva, también grabe con él.
–Durán hizo hincapié en su debut con la zapada en vivo en “El humahuaqueño”, y el disco incluye una versión extendida y descomunal de tal pieza. ¿Por qué la recurrencia del Chango en versionarla, siempre?
L. G.: –Siempre la hacíamos, sí, porque el tema generaba mesetas para la improvisación de cada músico... era su tema para hacer castings (risas), y en el caso de la que quedó, hay un guiño a “Malísimo”, de Rubén Rada, que le suma un montón.
–La única composición del Chango es “Timbre de abajo” y, paradójicamente, viniendo de quien viene, es una de las más escuetas del disco. ¿La razón?
L. G.: –Que nació de las dos notas del sonido del timbre de la sala de ensayo (risas). El timbre se escuchaba cada dos minutos y de ese sonido repetitivo se le disparó toda una canción. Siempre tenía ideas así. Cuando estaba él internado, yo estaba de gira con El Desembarco de León, y los chicos me contaron que había pensado un tema que se llamara “La chacarera oncológica”, y que contemplara todos los ruidos de los aparatos a los que estaba conectado.
R. I.: –Un loco de mierda, hermoso todo el tiempo. No era un tipo de muchas composiciones, pero era un creativo constante y un gran pensador. Obviamente le encantaba la política, era una de sus pasiones, y sabía mucho de nuestra historia, también.
L. G.: –Me ha pasado de votar a alguien que no era de su idea, ir a la casa y que me dijera ‘qué pelotudo que sos, pasá’ (risas).
R. I.: –Se ponía como loco, sí, pero igual seguía siendo tu hermano. Yo lo pongo a nivel de popes como Dino Saluzzi o el Chivo Valladares.
–¿Cuál es la pieza que más disfrutaron, en lo personal?
L. G.: –“Entre a mi pago sin golpear” me parece un rock and roll furioso, porque él abarcaba las chacareras como nadie. Las conocía, se metía adentro, sabía qué lugares tenía que tocar para revolucionar la canción. Me quedo con esa, sí.
Aleix Durán: –También hay que pensar que son canciones, al fin y al cabo, porque a mí me pasó al revés: conocí la música argentina a través de ellos, y después me puse a investigar cómo eran las originales. Me pasó con “Me llaman La Carbonera”, de Díaz y Abalos, y entendía de donde venía y cómo la reformaba el Chango. Lo mismo con “La vieja”, que ralentiza el tres por cuatro hasta volver a su esencia. Son cosas con un lenguaje universal que yo, viniendo de España y sin saber nada, pude caer en una base de entendimiento sin tener la más mínima idea de lo que era.
R. I.: –El Chango siempre aceptaba las ideas de todos. El ya venía con la suya, pero la acomodaba a tus aportes. Jamás te iba a decir “che, éste es el arreglo, fumátelo”.
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