Martes, 11 de julio de 2006 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA CON EL DISC JOCKEY ALEJANDRO PONT LEZICA
En los ’70 y ’80 fue el emblema de una actividad que últimamente cambió mucho. Lejos del glamour que rodea hoy a los dj’s, sigue llevando sus vinilos a las fiestas donde pasa música.
Por Roque Casciero
Cuando los DJ no eran estrellas globales con más horas arriba de los aviones que los Rolling Stones o U2, cuando para poner música en un boliche había que afiliarse al sindicato de gastronómicos y marcar tarjeta, cuando los discos de artistas nuevos se editaban hasta con cinco años de retraso (si es que se editaban, claro) y la información musical era prácticamente nula, en esa época, Alejandro Pont Lezica decidió que quería ser disc jockey. Era 1971, tenía 14 años y conversando con un amigo se dio cuenta de que ése era el mejor método para no tener que esperar que los invitaran a las fiestas. Pero enseguida el chiste se convirtió en vocación y es por eso que, treinta y cinco años más tarde, su nombre es sinónimo de música aunque no toque instrumentos más que en privado y ni siquiera cante en la ducha. Hay, sin embargo, muchos discos que llevan su nombre, como los de “enganchados” que armaba en los ’70, o la flamante Alejandro Pont Lezica Collection, diez CD compilados con criterios temáticos y un inevitable sabor a nostalgia, que va del pop a la bossa nova. Entre aquel adolescente que debutó con las bandejas en la fiesta de unas compañeras de colegio hasta el hombre de negocios del presente hay una trayectoria de 35 años en la que Pont Lezica se atrevió a armar festivales de rock en plena dictadura, concibió primero programas de radio y más tarde emisoras completas
(Feeling, Horizonte), “inventó” la modalidad de los discos que se venden con revistas y diarios y puso música en todas partes. Hasta en el castillo del Conde Drácula.
El primer recuerdo de Pont Lezica relacionado con la música tiene que ver con sus cuatro años y con estar tirado en un sofá frente al combinado de su padre. Ahí sonaban Domenico Modugno, Lucho Gatica, Ray Charles, Artie Shaw, Jimmy Dorsey, los boleros de Tito Rodríguez... “Después, a los 7 u 8 años, íbamos al campo de mi abuelo en Córdoba y escuchaba temas de folklore en los fogones, porque un tío tocaba la guitarra. En el tocadiscos Winco que había en Córdoba aparecían los discos simples y recuerdo muy claramente dos: ‘La balsa’, de Los Gatos, y ‘Balada para un loco’, cantado por Amelita (Baltar). Además, mi viejo era muy tanguero y con él conocí a Aníbal Troilo, al Polaco Goyeneche, a Astor Piazzolla... Y después, otra cosa que para mí fue muy importante, fue que a través de un amigo de un amigo, que tenía familia en Polonia y traía discos europeos, conocí a los Rolling Stones, Creedence, Johnny Rivers y los Animals mucho tiempo antes de que sonaran acá.” “Esa es como mi prehistoria musical, independientemente de lo que después se despertó como una vocación”, asegura. Pont Lezica también tiene memoria precisa del primer disco que compró: Misión imposible, de Lalo Schiffrin. “Tendría 12 años y lo compré con mi plata, porque había hecho algún laburito”, dice.
Con su vocación de disc jockey ya definida, gastaba su sueldo de cadete en discos. Y aumentaba su arsenal con los simples que tomaba prestados de su casa. “En esa época, comprarte los simples de éxito era casi parte de la canasta básica”, asegura. Mientras su nombre comenzaba a hacerse conocido en fiestas de colegios y clubes, consiguió su primer trabajo fijo en Lisandro, una discoteca para menores, que alternaba con los veranos en la costa atlántica. “Cuando me llamó para trabajar Miguel Vázquez, director musical de Mau Mau, tuve que pedirle permiso a mis padres”, dice con una sonrisa. “Ahí aprendí un montón, porque la gente que iba me doblaba en edad, así que tuve que conocer música brasileña, italiana, española... En nuestra época, el disc jockey no sólo era responsable de mantener la pista funcionando durante toda la noche, sino que era el difusor de los artistas. Era el que sabía lo que pasaba en otros lugares del mundo. La mayoría de los disc jockeys trabajan en un lugar medio cerrado y la cabina es como su iglesia. Nunca trabajé así, mi cabina siempre tuvo la puerta abierta y me gusta que se acerque la gente.”
En el ’81, Pont Lezica montó el festival Prima Rock en Ezeiza, donde Virus se enfrentó al gran público por primera vez. “Si eso hubiera pasado un año después, yo estaría en todos los libros. Recuerdo que en ese año ponía ‘Pensar en nada’ (León Gieco) como tema bailable y venían a putearme, pero era lo que me correspondía hacer”, afirma. También tiene muy presente el momento en el que le pusieron una pistola en la espalda por hacer sonar “No llores por mí, Argentina”, de Serú Girán. Aunque en los ’80 no era frecuente que un disc jockey viajara por el mundo, Pont Lezica trabajó en Alemania, Italia, Rusia y Ucrania, además de conocer toda la Argentina. Y ya le había tomado el gustito a hacer radio, en la que debutó con Una pila de vida, lo que más tarde lo llevaría a crear el concepto para varias emisoras de FM. También fue residente durante ocho temporadas en Las Leñas y se encargó de la musicalización de Telefé.
El análisis del mercado discográfico de una revista inglesa llevó a Pont Lezica a pensar en un proyecto para que los discos le llegaran al público de la manera más accesible posible. “La primera colección que armé fue la de rock nacional de Noticias, que vendió casi once millones de copias. Después, con la crisis, intenté hacerlo por mi cuenta, cosa que hago hasta ahora, y buscar un circuito no tradicional para la venta de discos. De todos modos, siempre estoy cerca de la música y las colecciones las armo con un concepto más artístico que el de los compilados que hice en los ’70.” Si bien ahora los DJ son considerados artistas, ese concepto no existía durante buena parte de la carrera de Pont Lezica. “En aquellos años no había marketing, entonces era muy difícil explicar que nuestro trabajo combina mucho de artista y mucho de comunicador social. Con el tiempo pudimos demostrarlo”, se enorgullece.
No usa reproductor de mp3 y todavía lleva sus vinilos a las fiestas en las que pasa música. Y tiene bien claro que su nombre está asociado a la nostalgia. “Hoy existe un regreso muy fuerte a los ’80 de parte de los chicos”, asegura. “Han vuelto a la música disco, a Depeche Mode, al tecno, a INXS... Cuando salgo a poner música, voy a hacer los ’80, porque van a bailar los que tienen mi edad y la nueva generación. Eso sí, en mi manera de ser sigue funcionando ese devorar todo lo que surge. Me nutro mucho de flamenco, de world music, de música celta, de jazz, de bossa nova, música cubana...” Y no se considera un músico frustrado: “El oído que se formó en mí me permite notar cosas que probablemente un músico no ve. Creo que nuestro trabajo es como el de un músico y que es muy valioso: podemos conocer qué le gusta a la gente, tener el feedback instantáneo. En realidad, más que frustrado, me siento muy afortunado con lo que me ha dado mi trabajo. Y, en lo personal, conocer tanta música me permite saber que cuando tengo un bajón, pongo a Led Zeppelin y me siento mejor”.
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