Martes, 11 de julio de 2006 | Hoy
PLASTICA › GRABADOS Y BOCETOS DE SPILIMBERGO EN EL ESPACIO IMAGO
La vida prostibularia de Emma y un texto de Girondo, evocados en dos series de grabados –más bocetos y documentos– de Spilimbergo, junto con obras de varios discípulos, en las salas de la Fundación Osde.
Por Fabián Lebenglik
“Pintar –decía Spilimbergo– es un enorme compromiso con uno mismo, pero sobre todo con el mundo.” De ese compromiso del artista con el entorno surge la serie Breve historia de Emma, realizada entre 1936 y 1937.
El punto de partida fue una escueta noticia policial, supuestamente publicada el 13 de agosto de 1936, que por su carga de tragedia social e individual expresaba las obsesiones del artista: “Anoche, la mujer Emma Scarpini de 30 años de edad –autorizada para ejercer la prostitución– se suicidó arrojándose desde el noveno piso de un hotel. Era conocida en el bajo fondo por ‘Lola’. El cadáver fue transportado a la morgue para su autopsia, aún nadie se ha presentado a reclamarlo. Se halló en su habitación una carta para sus padres que decía: ‘Siempre fui buena... no soy yo la culpable’”.
La Breve historia de Emma –y sus bocetos preparatorios– constituye el núcleo de esta exposición en el Espacio de Arte Imago de la Fundación Osde, curada por Diana Wechsler. La muestra incluye además la serie Interlunio, un conjunto de aguafuertes para el libro homónimo de Oliverio Girondo, publicado originalmente en Editorial Sur, en 1937.
Y allí no termina la muestra, porque se extiende al taller del artista, como laboratorio de ideas y lugar de transmisión de conocimientos y técnicas. A través del fenómeno pedagógico del tallerismo –como semillero de artistas–, maestros y discípulos construyeron buena parte del arte argentino del siglo XX.
En el caso del taller de Spilimbergo, aquí se presenta una serie de obras de varios de sus principales discípulos, luego artistas reconocidos y consagrados: Eolo Pons, Leopoldo Presas, Albino Fernández, Alfredo de Vincenzo, Carlos de la Mota, Miguel Dávila, Susana Soro, Carlos Alonso y Pompeyo Audivert.
Para Lino Enea Spilimbergo, el arte debía hacerse eco de lo social, pero al mismo tiempo debía ser autónomo y responder a la interioridad. Dedicarse al arte por una parte suponía el compromiso con el contexto geográfico, cultural y social, pero por la otra el artista también pintaba una obra intemporal, con personajes y figuras hieráticos, con esos ojos y esos rostros que luego se volvieron parte de su estilo más reconocible. Mientras que la pintura para Spilimbergo era un campo de sedimentación de lo aprendido, el grabado era un campo de experimentación.
Así, la Breve historia de Emma constituye un relato visual que incorpora de un modo notorio la estética expresionista. A partir de aquella noticia policial, Spilimbergo hace un guión que le sirve para reconstruir ficcionalmente la historia de esa vida truncada a través de imágenes: a lo largo de la serie de bocetos preparatorios y monocopias, el artista va contando una vida, restos deshilachados de una historia encerrados en frases alusivas: “Emma niña...”, “Comiendo”, “En la escuela”, “... era obediente y servicial...”, “... cuidaba su jardín...”, “En el taller de planchado...”, “La invitan a subir a un coche...”, “San Fernando, $ 1.00”.
La Breve historia de Emma cuenta la historia de una prostituta desde el nacimiento hasta la muerte y, paralelamente, desde la atmósfera enrarecida y oscura de las obras, se cuenta también, en clave moralista, el modo en que la ciudad y el sistema resultan máquinas devoradoras, que degradan, alienan y deshumanizan.
La serie Interlunio también tiene como punto de partida una breve nota, aunque de otra naturaleza. Se trata de una esquela de Oliverio Girondo dirigida al pintor: “Junio 2, 1937. Amigo Spilimbergo: Le escribo estas líneas para rogarle que me hable por teléfono (41-0498) el viernes o el sábado, de 1-1/2 a 2-1/2, o de 9 a 10 de la noche, pues tengo un proyecto que, aunque vago, puede resultar interesante para los dos. Lo saluda con toda estimación y simpatía. Oliverio Girondo”.
El “proyecto” era hacer juntos el libro Interlunio. Aquí, Spilimbergo, con una imagen surrealista, ilustra un texto en prosa, de atmósfera fantástica y final desconcertante. En la dedicatoria manuscrita del libro impreso, Girondo, satisfecho con el resultado, escribe: “Para Lino Spilimbergo, que supo interpretar, tan penetrantemente, el espíritu nocturno de este relato, en once magníficas aguafuertes, con la más viva estimación por el artista y por el amigo, 31-12-1937”.
En el momento en que Spilimbergo aparece en la escena del arte nacional, el firmamento argentino de la pintura estaba dominado por un academicismo riguroso y una creatividad de segunda mano. La verdadera modernización de las artes plásticas se produce entre las décadas de 1920 y 1930, como acompañamiento de la modernización económica, educativa y administrativa a los saltos que se proponía desde el Estado.
Desde 1920, el pintor prepara envíos para el Salón Nacional porque ésa era la cámara de resonancia del arte argentino. Casi todo el arte pasaba por ese salón. Había una circulación estatuida de la pintura, donde los artistas plásticos tenían asignados ciertos canales a través de los cuales se establecían las pautas del momento.
Hasta entonces en la Argentina, la práctica artística era un territorio un tanto asfixiante. Dominaba el panorama un tardoimpresionismo aburrido y aburguesado, sin eco alguno de la crisis de la modernidad y por lo tanto sin imaginar el mundo que se venía. Los caminos de entonces eran conservadores y nostálgicos de un tiempo que se había ido para siempre. La renovación pictórica argentina aparece en la década del ’20 como una traducción/transposición/apropiación de lo que los pintores acababan de ver en Europa. Parte de la renovación, a partir de 1921 y hasta mediados de la década del ’30, viene de la mano de pintores como Ramón Gómez Cornet, Emilio Pettoruti, Xul Solar, Juan Del Prete o Esteban Lisa.
El modelo de artista de esos años requería del ineludible “Viaje a Europa”, que no era otra cosa que un viaje a la pintura. Esa tradición se había impuesto en estas pampas con la generación liberal del ’80 y era el camino apropiado para completar la formación. Spilimbergo hace su experiencia europea entre 1925 y 1928. Y su pintura adquiere los colores y las formas de esa nueva experiencia, pasando del color local al acuse de recibo de la modernidad europea. La perspectiva argentina incluye la traducción, apropiación y adaptación de las claves del modernismo europeo en extrañas versiones personales.
Spilimbergo se transformaba en un nuevo testigo de los ecos transformadores de las primeras décadas del siglo. En el período de entreguerras que él vive en su larga estadía en Francia e Italia, todavía resuenan los fragores de la Primera Guerra Mundial y la explosión de la cultura de masas. El pintor comprueba en tiempo real la ruptura profunda con las formas de percibir, pensar e interpretar el mundo.
París, mientras tanto, era el hormiguero cosmopolita donde se cruzaban todas esas pasiones tan potentes como serpenteantes, que se iban contagiando entre grupos de artistas e intelectuales sin fronteras. Un mercado revolucionario de las últimas teorías y las últimas prácticas.
En París, Spilimbergo afianza su amistad con Antonio Berni, artista con quien guarda semejanzas y diferencias notorias. Ambos amigos habían absorbido apasionadamente todo aquel abanico de estéticas. El Berni surrealista tiene puntos de contacto con el Spilimbergo cercano al surrealismo. También están emparentados por cierto modo de interpretar el realismo, así como parece evidente que la Emma de Spilimbergo es el modelo de la Ramona Montiel de Berni. Pero mientras Spilimbergo siempre será fiel a una mezcla extraña de arcaísmo y modernidad, Berni va moverse en la “tradición del cambio”, en el a-ggiornamento permanente.
En Italia, Spilimbergo se maravilla ante los clásicos. En ese cruce de miradas, y a partir de un doble deslumbramiento por los modernos y los antiguos, mira a los pintores prerrenacentistas y renacentistas a través del filtro de los metafísicos, los poscubistas y los novecentistas, tendencias que, por distintas vías, estaban haciendo el camino de vuelta de las vanguardias para revalorizar el pasado, el purismo, la figuración y la vuelta al orden.
Spilimbergo vuelve a la Argentina a fines de la década del ’20. En 1933 se integra al Frente Popular organizado por el Partido Comunista, funda el Sindicato de Artistas Plásticos y ese mismo año se vincula con el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, quien pasa un tiempo en Buenos Aires. Ambos pintores, junto con Berni, Castagnino y Lázar, pintan un gran fresco colectivo en el sótano de una quinta de Natalio Botana, director del diario Crítica.
En 1937, Spilimbergo gana el consagratorio y esperado Gran Premio de Honor del Salón Nacional, lo cual lo acerca al destino patriótico que él había imaginado para sí mismo dos décadas antes. En 1946, junto con Berni, Urruchúa, Castagnino y Colmeiro, pinta los murales de las Galerías Pacífico. Entre 1948 y 1952 enseña dibujo, pintura y composición en la Universidad de Tucumán, donde organiza y dirige el Instituto Superior de Artes. A partir de 1959, el maestro reside alternativamente en Buenos Aires y en Unquillo (Córdoba), donde muere en 1964.
Como encabezamiento del capítulo que en la exposición se dedica al taller y sus discípulos, se rescata un texto de Spilimbergo, de 1948: “Lograr la perfección estética, teórica y práctica, valiéndose para ello de todos los recursos de la investigación, de estudiar los secretos de las leyes de la pintura y la práctica de la composición mural, con experimentación de todos lo materiales nuevos, modernos, utilizables para los estudiantes”.
(En Imago, Suipacha 658, hasta el 11 de agosto. Entrada gratuita.)
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