MUSICA › BALANCE DE LANZAMIENTOS Y SHOWS DE ROCK Y POP DURANTE 2013
En los circuitos rockeros, las generaciones fundadoras siguen aportando y se percibe un estado de saturación al que la industria responde con un sucedáneo de la política del hijo único del gigante asiático. Como respuesta, crece una música joven ecuménica e indefinible.
› Por Luis Paz
Una vez terminado el Tercer Plenario de su 18º Congreso, hace poco más de un mes, el Partido Comunista Chino informó en un documento firmado por el presidente Xi Jinping de una “flexibilización” de la política restrictiva del hijo único. A partir de esta modificación, las parejas chinas pueden tener la friolera de... dos. El rock, el pop o, en fin, la música urbana y todos sus circuitos, empresas y comunidades artísticas, sus camposantos, símbolos y productoras son, un poco, al menos en ese aspecto, como China. Seis décadas de desarrollo, desde su origen a ambos lados del subibaja angloparlante (Estados Unidos y Reino Unido), sedimentaron sobre la música originalmente joven, hasta tapar con generaciones tras generaciones de artistas y cientos de millones de minutos de canciones grabadas el cuello uterino de la música urbana. Cada año que pasa es otra eyaculación precoz de toneladas de policarbonato de plástico y silicio, en la que los nuevos músicos y los desoídos de antaño intentan salmonear contra la corriente para convertirse en el hijo único de esta generación. Así son el rock, el pop y la humanidad: no están bien ni están mal. Sólo están sobresaturados.
Y como así lo están, entonces unos tienen que pasar hambre para que los otros puedan tirar comida a la que le llegó el vencimiento sin haber sido aprovechada; unos tienen que estar cinco días sin luz para que otros usen el acondicionador de aire de cada pieza; y otros que pagar para tocar en bares para que Metallica pueda hacerlo en la Antártida. Es la insolencia, la sordidez y la miseria, todo eso en una industria que igual da cobijo a mucha música notable, digna, elemental, bella y, bueno, divertida también.
Internet, o más bien el uso que le dan artistas y curiosos, vino un poco a conspirar contra esa norma. Este año prosiguió el debate de las nuevas tecnologías aplicadas a la música: acá el juicio a los dueños de Taringa! fue ratificado por la Corte Suprema, luego se retiraron los principales querellantes y, al cabo, el foro firmó un acuerdo con la Cámara del Libro y también presentó su propio sello. Afuera, Dotcom, creador de Megaupload, regresó con la aplicación MEGA y, mientras prepara el próximo estreno de Baboom, un servicio que ofrece música a los usuarios de forma gratuita, publicó su propio disco de electropop. Las ventas digitales ganaron cuota de mercado en las principales plazas discográficas y, mientras la venta en CD tuvo un leve retroceso, aumentó la comercialización de vinilos, en un año en que los formatos volvieron a estar en el meollo: en la Argentina, una variedad de artistas del under hicieron lanzamientos en casete y en CD-R.
Por cierto, Metallica entregó su catálogo a Spotify y el baterista Lars Ulrich, otrora enardecido contra los soportes digitales, dijo “amar” al servicio de venta de música por tarifa plana. Luego de retirar de ese servicio el flamante disco de Atoms for Peace (su proyecto junto a Nigel Godrich y Flea), Thom Yorke, el también cantante de Radiohead, ensamble que hace unos años vendió su disco In Rainbows a la gorra justamente por Internet, consideró que Spotify era “el suspiro final del moribundo”. Beck se sumó a los reclamos desde Página/12, en una entrevista citada por los principales medios del mundo. El hecho de que nuevamente, por tantos años consecutivos, el gran debate en la música pase por formatos y modelos de negocio es un poderoso indicador de la falta de una discusión seria o una tensión artística en su seno que vaya más allá de la perorata que a diario o semanalmente entregan los hermanos Gallagher, por ejemplo.
Parte de lo más rimbombante, interesante, divertido o estremecedor que se hizo este año en materia musical ni siquiera puede ser concienzudamente llamado rock o pop. Discos como los de Janelle Monáe, una de las jóvenes confirmaciones internacionales del año, o de Kanye West, la superestrella del rap actual (que por actual es posmoderno y arrogante) son proyectos de música urbana que se alimentan de los últimos 80 años de temas hechos en las metrópolis del mundo. El gran hit globalizado del año, “Get Lucky”, es una colaboración de astros electrónicos posestallido raver como Daft Punk con el productor Pharrell Williams, especializado en rap y en música pop filosa, y el guitarrista soul funkero de Chic, Nile Rodgers. A la par, en las bateas hubo nuevos lanzamientos de David Bowie (el notable The Next Day fue su primer álbum en una década y fue irresistible), Eric Clapton (Old Sock), Paul McCartney (NEW), Sting (The Last Ship) y Elton John (The Diving Board). Lo curioso es que el ex Ziggy, el ex Cream y el ex beatle jugaron con conceptos de lo añejo y lo nuevo, de lo pasado y lo futuro; y que el ex The Police y el ex delgado compositor lo hicieron con la imaginería marítima, como sacando a relucir que hace rato que son parte del mar, incluso sea donde fuera que arrastren las nuevas olas musicales.
Hasta de bandas y solistas que experimentan su momentum, como M.I.A., Disclosure, Chvrches, Deerhunter o The Knife, Beach House, Foals, Tame Impala y The XX no puede decirse que hagan una música muy ortodoxa o que fácilmente quepa en compartimentos estancos. Esa variedad hizo de 2013 un año evidentemente líquido en materia de fenómenos y hits; una novedad que el público argentino pudo atestiguar en mejores condiciones por la llegada inmediata de varios de esos combos a los escenarios porteños, no tanto en los festivales grandes, como antaño, sino por el trabajo de productoras argentinas más pequeñas, que trajeron a bandas cool (Beach House, The XX) tanto como a músicos de nicho (OFF!, Bob Mould) e históricos (Television).
La de los autores de Marquee Moon se apiló junto a las visitas de The Cure, Blur o Black Sa-bbath como conciertos cristalizantes de nostalgias de distintas generaciones, y estuvieron entre lo más memorable del año, tanto desde lo emocional como en lo liso y llano: su gran música tocada en vivo. En tanto que una cantidad abrumadora de otros artistas, algunos de segunda o tercera línea, otros habitués o inventos pasajeros, completaron agendas. Pero la azotea del edificio de conciertos internacionales estuvo habitada por Bruce Springsteen, ascensorista emocional, maestranza crítico y jefe de la administración de una soberbia carrera musical, lo suficientemente esforzado aún como para tocar tres horas y media, y lo bastante decente para tomarse el tiempo de homenajear a la música popular argentina con un cover de León Gieco que con respeto grabó porque temió malograrlo en vivo.
Respecto de la Argentina, Indio Solari reunió en Mendoza la mayor cantidad de público con entradas pagas en la historia de la música local y acabó el año publicando Pajaritos, bravos muchachitos, Skay Beilinson sacó La luna hueca y mantuvo un notable ciclo de conciertos porteños, y Charly García apostó por un espectáculo sinfónico en el Teatro Colón, aunque acabó disminuido. Además, durante el show de García en Cosquín se dio la virtual reunión de Seru Giran, cuando Pedro Aznar y David Lebón subieron para hacer “Seminare” y “Perro andaluz”. Las ausencias de Spinetta y Cerati se sintieron todo el año. Fito Páez publicó discos (El sacrificio y Yo te amo) y libro (La puta diabla), y Andrés Calamaro, un disco (Bohemio), y miles de mashups y tuits.
Nuevamente, Babasónicos diseñó un álbum destacado, Romantisísmico, que acompañó con tres shows memorables, el último en Figueroa Alcorta y La Pampa, gratuito, para unas 50 mil personas, con Los Auténticos Decadentes. Y mientras que Juanse estuvo en consonancia con la presencia argentina en el Vaticano en Rock es amor igual, un disco de rock cristiano, Cachorro López y Vicentico se hicieron de un Grammy Latino, al igual que Bajofondo o Illya Kuryaki and The Valderramas. En tanto que el combo cordobés Eruca Sativa, con cinco años y tres discos, compitió por la fonola a Disco de Rock. Este último grupo y Salta la Banca encararon una renovación de nombres en el rock argentino, aunque no necesariamente de ideas, poéticas y músicas.
La mano es que sigue siendo permanente esa telaraña que atrapa a los grupos con estructuras más débiles y los estanca en un lugar en el que o bien son deglutidos e incorporados (como hizo el sello local más grande, PopArt, con sus tres compilados Geiser de artistas nuevos), pero de una manera no muy clara y deliberadamente institucional (dentro de eventos y producciones del propio sello), o bien quedan a merced de la autogestión. Lo cual no es malo en absoluto pero, ante la inexistencia de unas políticas públicas de fomento a la producción musical joven, implica un esfuerzo sobrehumano para sostener un proyecto digno a flote: desde Pez y Acorazado Potemkin hasta Bestia Bebé o Los Espíritus, consagrados y revelados en el año.
A contramano de esto, sigue echando raíces la costumbre argentina de exportar música de calidad: El Mató a un Policía Motorizado, tal vez la banda joven más importante conceptualmente de los últimos cinco años (por su cristalización de una escena, su matiz crossover, su dignidad y, claro, que su calidad, demostrada en La dinastía Scorpio), 107 Faunos, Go-Neko!, Las Kellies, Alan Courtis, Tomás Nochteff. Algunos cancioneros, otros muy colgados, y los últimos experimentales, son embajadores en el exterior. Otros, que también empezaron en un circuito similar, ya tienen años transitando aeropuertos: Juana Molina, Nairobi y Onda Vaga, que además este año llegó al Luna Park.
En un año bastante estanco, donde distintas escenas del under (este 2013 la generación del pop heterodoxo mendocino tuvo un notable crecimiento) se desarrollaron y aportaron, y los dispersos exponentes del mainstream dieron señas de seguir presentes, algunas de las noticias sobresalientes fueron satelitales a la producción artística. A diez años de la masacre en el local República Cromañón, hay integrantes de Callejeros condenados y presos, Chabán está procesado y muy enfermo, pero las heridas de una década no sanan. El hecho feliz del año: desde octubre está operativo el flamante Instituto Nacional de la Música, una herramienta que será fundamental en el futuro.
Cada cual podrá armar su batea de clásicos y modernos, de novedades y antigüedades. Ante los más de mil discos publicados en la Argentina este año, cualquier lista es injusta, y cualquier guía para curiosos es mezquina. Ni qué decir sobre el rock, el pop y la música urbana internacional. Pero hay claves que quedan estampadas a este 2013 y que seguirán ahí, aunque ya nadie vaya a escuchar esta remera: Internet está aportando a una música de carácter cada vez más ecuménico y atemporal, la industria está desoyendo el eco que le devuelve el abismo al no incorporar nuevas expresiones, los padres fundadores del rock y el pop local y visitante aún pueden aportar a esta era, pero es en las nuevas generaciones donde se juega el destino de las músicas urbanas, unas provincias artísticas con igual cantidad de músicos que de habitantes tiene China. Y la política del hijo único, o del par, da igual, sólo está sumando al envejecimiento de toda esa población.
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