Jue 01.09.2005
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MUSICA › ELADIA BLAZQUEZ MURIO AYER, A LOS 74 AÑOS

El corazón y la poesía mirando a Buenos Aires

Autora de clásicos inolvidables como Sueño de barrilete y Honrar la vida, fue una de las figuras indiscutibles de la música popular porteña. Renovó la poética porteña y le brindó a la ciudad una nueva mirada.

› Por Fernando D´addario

Hasta hace poco, su nombre seguía inscripto en lo que se denominaba –con cierto desatino temporal– “la renovación de la poesía tanguera”. Ese desajuste, que hablaba más del tango que de ella, hizo que Eladia Blázquez apareciera vinculada siempre a ideas relacionadas con lo “nuevo” y hasta con lo “joven”. Lo cierto es que, a contramano de esa pereza para reacomodar los rótulos, Eladia era desde hace rato un clásico más de Buenos Aires, como Manzi o como Discépolo. Ayer se murió, a los 74 años, víctima de un cáncer. Ahora sí, tal vez, será ubicada en el panteón que el tango reserva en exclusiva para quienes ya no están.
Como sus mejores creaciones –Sueño de barrilete, El corazón mirando al sur, Honrar la vida, entre otros– trascendieron a su autora y pasaron a integrar el inventario de las canciones sin dueño, es probable que la dimensión de su figura se haya diluido un poco. A principios de los ’70 fue protagonista involuntaria de una paradoja: en una sociedad que había empezado a ver a la mujer en términos expansivos, Eladia renovó un género musical a la defensiva, cada vez más replegado ideológicamente. Hoy el dato puede resultar curioso, pero hasta que apareció ella, no había poetas mujeres que jugaran de igual a igual en la primera división del tango. Y aunque no introdujo tópicos de género, su aparición limpió la poética tanguera de farolitos y malevos. Enfocó Buenos Aires con una mirada que se acercaba más a esa ciudad de los años ’60 y ’70, conmovida por otras incertidumbres. Entre el “sur, paredón y después”, de Homero Manzi, hasta el “corazón mirando al Sur” de Blázquez mediaron una generación entera y varias revoluciones. La sensación de nostalgia por el barrio que se iba se transformó en una inquietud, si se quiere, política.
Eladia fue testigo de todos esos cambios, que también modificaron su realidad. Nacida en febrero de 1931, se había criado en Gerli, entre mates, novelas de Stendhal y poesías de García Lorca que le leía su abuela, una humilde inmigrante española. Vivió sus últimos treinta años en Barrio Norte. En el medio hubo una carrera siempre creciente, que fue graduando su inserción en la élite de la música popular. No debe leerse en términos maniqueístas, sin embargo, el resultado artístico de ese contraste entre la pobreza de su origen y el confort de su madurez. Eladia decía –y su obra lo corrobora– que más que mirar hacia el sur o hacia el norte, su corazón era una especie de brújula, que tenía que mirar para todos lados. La suya era una perspectiva políticamente neutra, pero poéticamente comprometida con sus afectos. “De Avellaneda no puedo decir que me guste; puedo decir que la quiero”, señalaba, y dejaba picando una sutil diferencia.
En la búsqueda de una poesía que pudiera hacerle justicia a la ciudad que tanto quería, no fueron pocas las veces en que cometió el “pecado” de la candidez. Solía expresar una especie de idealización escéptica de Buenos Aires. Escribía sobre sus sueños que se iban deformando. “En mi alma guardo un poco de melancolía y otro poco de buen humor. Quizá la resultante de eso sea la ironía, que inunda muchas de mis canciones”, dijo hace siete años en una entrevista concedida a Página/12. Acababa de participar como guionista de un evento artístico que se realizó a propósito de la inauguración del Shopping Abasto. Otras veces se ponía seria. En 1993 le hizo juicio al Modin (el partido político fundado por Aldo Rico) porque utilizó en una campaña, sin su autorización, Honrar la vida.
En la etapa inicial de su carrera no era el tango sino el folklore el ritmo que guiaba sus pasos. De hecho, Los Fronterizos, Ramona Galarza y el Cuarteto Zupay, entre otros, grabaron muchas de sus obras. Después de 1970, cuando editó su primer LP dedicado al tango, los cantantes más cercanos a su generación (Raúl Lavié, Amelita Baltar, Chico Novarro, Susana Rinaldi, entre otros) repararon en su poesía. Pero el carácter más íntimo de la obra de Eladia no está relacionado ni con el tango ni con el folklore ni con la balada. Tiene que ver, por el contrario, con la evaporación de las fronteras genéricas. Las creaciones de Blázquez cobraron estatura universal el día en que fueron adoptadas por intérpretes como Mercedes Sosa, Sandra Mihanovich, Marilina Ross o Julia Zenko, capaces tomar de aquí y de allá, sin prejuicios. Las canciones de Eladia empezaron a ser de todos.
Recibió en vida numerosos premios, que nunca son considerados suficientes a la hora de los obituarios. Fue distinguida con el Prensario 80 y con el Estrella de mar 81, entre otros; fue nombrada Hija dilecta de la ciudad de Avellaneda en el ’88 y Ciudadana ilustre de la ciudad de Buenos Aires en el ’92. Publicó dos libros: Mi ciudad y mi gente y Buenos Aires cotidiana, en los que abordó como temática las características y las costumbres del porteño. En una de sus últimas presentaciones, protagonizó el espectáculo Cantautoras, junto a Teresa Parodi y Marilina Ross, en el teatro Maipo; el año pasado compuso la letra de las canciones y la música de la obra Nativo, que se representó en el teatro El Nacional. La enfermedad impedía su presencia física arriba de los escenarios, pero sus canciones poblaban los repertorios de intérpretes que ella ni conocía. Si yo pudiera, Milonga de mi ciudad, Prohibido prohibir y Con las alas del alma, Contame una historia, Sin piel, son algunos de los clásicos que siguen sonando, en este mismo momento, relativizando esa interrupción brusca que supone toda muerte.

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