Sábado, 25 de enero de 2014 | Hoy
MUSICA › OPINION
Por Teresa Parodi
Cosquín ha marcado una huella profunda en mi vida. Claro, por aquellos años llegar allí era tanto o más difícil que ahora. Allí tocaban y cantaban los artistas que admiraba y me mostraron el camino que quise y elegí seguir desde el primer momento. Llegué con mi guitarra y muchos sueños, como todos. No olvidaré aquella noche en que pisé con compromiso, respeto y amor, y bastante susto, por cierto, ese escenario. Nadie sabía de mí. No tenía compañía grabadora detrás. Era totalmente desconocida como lo eran mis canciones. Los amigos que me acompañaron, entre ellos el inolvidable y maravilloso poeta jujeño Jorge Calvetti y su esposa, creían en mí amorosamente. Me aconsejaban cantar canciones conocidas para que no me resultara tan difícil el debut. En cambio, mis hijos me habían pedido, antes de que me fuera hacia tamaño desafío, que cantara mis canciones.
Cuando escuché mi nombre dicho por el conductor de aquella noche, Carlos Franco, me fui caminando hacia el escenario sin haber decidido todavía qué repertorio finalmente iba a mostrar. Cuando me senté en la sillita sola que me esperaba en el medio de ese imponente espacio me dije, con cierta audacia, por cierto, escucho a mis hijos y canto mis canciones. Eran sólo dos las que me habían pedido que hiciera. No lo olvidaré jamás: el público me recibió casi casi como si me conociera y me escuchó con enorme atención y entusiasmo. Y me pedía una más y otra y otra... Hice nueve.
Al bajar, los organizadores me dijeron que era una firme candidata al Premio Consagración, salvo que apareciera alguien que tuviera mejor recepción o que ellos pensaran que lo merecía más que yo. Era un miércoles y me pidieron que me quedara en Cosquín, a mi cargo, por supuesto, hasta el sábado, porque ese día se definiría quién iba a recibir el premio. Ese sábado, con indescriptible emoción, escucho que el Premio Consagración era mío y me citan para el día siguiente. Aquel domingo último cantó la gran Mercedes Sosa, regresando después de su largo exilio y yo recibí conmovida por la premiación que me entregaron esa misma noche de aquel año emblemático en el que la democracia había vuelto a nuestro país. Mi canción, que ya venía caminando en la resistencia cultural durante aquellos años duros y dolorosos, comenzó a nacionalizarse aquel día.
Se me acercaron los representantes de las compañías grabadoras que existían por entonces y me citaron a mi regreso a Buenos Aires. Y de allí mi primer disco con aquellas canciones, “Pedro Canoero”, “María Pilar” y otras que aún me acompañan y me siguen pidiendo en los recitales. Y desde entonces vinieron veintiocho discos más. Cambió mi vida en aquel enero coscoíno de 1984. Y en este caluroso enero de 2014 se cumplen esos treinta intensos años en los que no paré de recorrer el país con mi canción.
Hoy es muy diferente todo y, por cierto, también Cosquín. Creo que en este tiempo no ganaría ese premio porque el gran público de hoy, salvo las excepciones que por supuesto las hay, escucha y demanda otras formas musicales y otros contenidos. Están los años de penetración cultural en el medio y la globalización y otras cuestiones que necesitan un análisis más profundo que no cabe en este pequeño comentario.
Agradezco al Cosquín de antaño la puerta abierta al futuro y también agradezco, con emoción sincera, al público que recibió y recibe mi canción desde entonces con cariño y respeto. Volveré a pisar ese escenario el próximo viernes 31. Seguramente recordaré mientras me acerque al micrófono los instantes previos a soltar por primera vez mi voz y mis sueños ese lejano miércoles de 1984 que sigue haciendo temblar mi corazón.
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