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Martes, 8 de abril de 2014

MUSICA › GUNS N’ ROSES DIO UN GRAN CONCIERTO ANTE 17 MIL PERSONAS EN FERRO

El forajido y su propósito unipersonal

Sin disco nuevo para presentar, pero con la novedad del retorno –vaya uno a saber por cuánto tiempo– del histórico bajista Duff McKagan, el combo liderado por Axl Rose repasó gemas de su repertorio y encaró covers imprescindibles en una noche para el recuerdo.

 Por Mario Yannoulas

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Músicos: Axl Rose (voz), DJ Ashba (guitarra), Dizzy Reed (teclados), Duff McKagan (bajo), Richard Fortus (guitarra), Ron “Bumblefoot” Thal (guitarra), Chris Pitman (teclados) y Frank Ferrer (batería).
Lugar: Ferro Carril Oeste, domingo
6 de abril.
Público: 17 mil personas.
Duración: 180 minutos.

Una señora que salió a colgar la ropa encajó la cara entre dos remeras para ver qué pasaba en la cancha de Ferro. La luz de su ventana estaba encendida, como tantas de un edificio sobre la avenida Avellaneda que hacía las veces de palco rengo, al dorso del escenario. Poco tenía que ver esa imagen dominical con la marca hollywoodense que Axl Rose lleva en el cuerpo, o con el glam sucio y pandillero que lo hizo mundialmente famoso. Ese artefacto pop tan propio de una época –la transición entre los ’80 y los ’90– que es la figura de Rose, en su voz y sus muecas, guiso agridulce de apogeo y decadencia, sigue siendo motivo de interrogantes. “¿Es un forajido?”, preguntaban hace veinte años. “¿Qué pidió de comer en el hotel?”, analizan ahora. Pero las recientes visitas al país –en 2010 y 2011– despejaron al público de advenedizos y morbosos, dejando más en evidencia a la mujer del balcón y resultaron en una masa de 17 mil adictos incondicionales reunida en el barrio porteño de Caballito. Esa noche no importaban tales preguntas, sino saber cómo está hoy ese artefacto pop que es la figura de Axl Rose, aun sin material novedoso para presentar –el demoradísimo pero excelente Chinese Democracy ya data de 2008–, y con algunos años más –tiene 52– que la última vez que se lo vio en Sudamérica. Tres horas de concierto intenso alcanzaron para decir que Axl Rose está bien. Y su propósito unipersonal, que aún es Guns N’ Roses, también.

El veredicto popular apareció promediando la mitad del show. “¡La estás rompiendo, gordo!”, sentenció alguno entre el mar de aplausos. Partículas de óxido parecían salirle de la garganta al cantante en la exégesis desgarrada de “This I Love”, demostrando que lo que lo complica no es entonar –que lo hizo y bastante bien–, sino respirar entre frase y frase. Así se vio en “Better”, otra perla de Chinese Democracy, en la que los versos están lo suficientemente juntos entre sí como para incomodarlo. Es verdad, ya no se lo ve tan suelto en el escenario –además de lo vocal, donde la vara es muy alta, la falta de pasarelas lo hacía parecer un puma enjaulado–, pero a eso lo combate con una carga extra de actitud y concentración. Esos gestos, inevitables para alguien a quien la naturaleza dejó de privilegiar hace rato, fueron condición necesaria y suficiente para coronar un espectáculo notable.

Después de abrir con el tema que da nombre a su último disco, de soltar un clásico tras otro –“Welcome to the Jungle”, “It’s So Easy”, “Mr. Brownstone”, “Rocket Queen”– y de revisitar la épica edulcorada con “Estranged”, fue presentado Duff McKagan, el primer repatriado de la formación histórica, quien reemplaza a Tommy Stinson y que tuvo su nuevo debut en Buenos Aires. El bajista sacó del cofre unas viejas versiones punk de The Spaghetti Incident? –“Attitude”, de Misfits; “Raw Power”, de Iggy & The Stooges–, y la carga emotiva se completó con el toque que le aporta McKagan al grupo, al restarle puntos como “banda tributo” y cambiarlos por algo de legítimo espíritu callejero.

Cerca de la ropa colgada, en otro balcón, un grupo de gente agitó los brazos como saludando al riff de “Sweet Child O’ Mine”. De los tres guitarristas que hoy tiene la banda, es Dj Ashba el encomendado a las partes más dulces, así como del rol de guitar hero vacante desde la salida de Slash. Pero el papel de Ashba es sobreactuado –hasta la imagen empalaga, su galera se vuelve más innecesaria con el tiempo, y arrojarse al público pareció un recurso por demás automatizado–, y no convence en solitario. Es el trabajo conjunto del trío que completan los destacables Richard Fortus y Ron “Bumblefoot” Thal el que redondea una performance contundente, aunque no evita pensar que antes el mismo trabajo lo hacía prácticamente uno. Los solos, bien trabajados también por el resto de la banda, sirven para expresar destrezas y para que el cantante tome un trago, despeje la garganta y cambie de campera o de gorro.

Completada con una alta dosis de covers conocidos y no tanto, pero bien elegidos –“Live and Let Die”, de Wings; “Nice Boys”, de Rose Tattoo; “Knocking on Heaven’s Door”, de Bob Dylan; más una poderosa versión de “The Seeker”, propiedad de The Who, entre otros–, la cuestión fue tomando forma festiva. Y eso, sumado a ocho de las doce canciones que hacen de Appetite for Destruction un álbum imprescindible para el rock duro –sublime aparición de “My Michelle”–, fue infalible. La irrefutable fuerza de Rose, el regreso de McKagan –habrá que ver por cuánto tiempo–, y una banda que se muestra cada vez más reforzada, dieron más pruebas de vida para el Guns N’ Roses del siglo XXI. Después de “Paradise City”, el humo y una lluvia de papelitos rojos, la luz del balcón donde estaba tendida la ropa se apagó. “Bastante bien, este forajido... –habrá pensado la señora–. ¿Qué se irá a comer después de esto?”

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A los 52, Axl Rose ofreció tres horas de un concierto intenso en Buenos Aires.
Imagen: Alejandro Leiva
 
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