MUSICA › INTI ILLIMANI Y QUILAPAYUN PRESENTARAN “JUNTOS POR LA MEMORIA” EN EL TEATRO OPERA
Horacio Salinas y Eduardo Carrasco, directores de las dos agrupaciones, anticipan su concierto juntos como “un homenaje a una música que nació en Chile, a fines de los años ’60, y que cambió la percepción de la música de raíz folklórica”.
› Por Cristian Vitale
Hace casi diez años, en agosto de 2004, Inti Illimani y Quilapayún, las dos agrupaciones clave de la música popular chilena, confluían por primera vez en Buenos Aires. Fue en el Teatro Gran Rex y la buena noticia del momento (afín al devenir histórico de ambas, claro) había sido uno de los tantos triunfos electorales de Hugo Chávez en Venezuela. Además del goce explícito por tal hecho, el Inti y el Quila ofrecieron un concierto emotivo y candente. “Danza di cala luna”, “Son para Portinari”, “Run run se fue pa’l norte” y “Samba Landó”, se escuchó de un lado; “Plegaria para un labrador”, “Entre morir y no morir”, “Premonición a la muerte de Joaquín Murieta” y “Memento”, del otro. Y un final que, en confluencia vital, las unió a través de un mismo canto: “El pueblo unido jamás será vencido”. Con algún matiz, no es en vano esperar que la nueva juntada en Buenos Aires (hoy en el Teatro Opera, bajo el nombre de “Juntos por la memoria”) tenga la misma impronta. “Habrá dos momentos por separado y una confluencia al final. Los Inti pensamos cantar canciones de los Quila, y viceversa. El concierto está pensado como un homenaje a una música que nació en Chile, a fines de los años ’60, y que cambió la percepción de la música de raíz folklórica”, anticipa Horacio Salinas, director de Inti Illimani, cómodamente sentado al lado del otro director (el de Quilapayún), Eduardo Carrasco. “Igual, creo que en aquel concierto de hace diez años en Buenos Aires no pasó lo que esperábamos. Algo hubo en la organización, no sé, y pasó un poco inadvertido. Ahora, en cambio, veo más interés. Hay más onda”, se ríe Carrasco.
–¿A qué factor atribuiría eso que usted llama “fracaso”?
Eduardo Carrasco: –Tal vez a que durante mucho tiempo nuestros países se recluyeron en sí mismos, y el interés que hubo por la música chilena en la Argentina decreció bastante, pero poco a poco hubo un resurgimiento, creo. Se han empezado a editar los discos más nuevos, hubo más actuaciones y esto ha revitalizado el interés.
–También puede pensarse en los largos años de exilio que tuvieron ambas agrupaciones, los golpes militares que rompieron puentes entre países y entre generaciones...
E. C.: –Como si esa utopía bolivariana de los años ’60 se adormeciera, sí, y ahora esté resurgiendo, cada vez con mayor fuerza. Así lo percibo.
–¿Cómo explicarle Inti Illimani y Quilapayún a las nuevas generaciones, entonces? ¿Por dónde empezar?
Horacio Salinas: –Tratar de explicar el Inti a los jóvenes es algo que me desvive todos los días (risas). Empezaría por decir que nacimos en la misma época que nacieron los Beatles y Quilapayún, algo así como un momento fundacional en esa vuelta de página que significó la década del ’60. Y siendo Chile un país bastante arrinconado, teníamos el afán de descubrir América latina: nacimos ávidos de saber cómo era la música en Ecuador, en Venezuela, en Costa Rica, en Cuba. Y formamos esta banda que logró ser una síntesis de la música latinoamericana. Nos sentimos en el deber de mostrar la música del continente, usando instrumentos que no son de Chile, pero tocándolos como chilenos, y esa fue una característica que nació con la nueva canción chilena. Cambiaron el folklore y la percepción, y el paisajismo tradicional dio paso a la historia de la gente, de los pueblos. El Inti es un poco el eco de esa época. Lógico que, a esta altura del camino, no tratamos de convencer a nadie, sino sólo mostrar nuestra historia y nuestro presente, junto con los Quila, un grupo hermano con el que hemos batallado en diferentes momentos de nuestras vidas.
E. C.: –A mí, respecto de Quilapayún, me viene a la cabeza una definición que dio Atahualpa Yupanqui. “Quilapayún es como un camión de peronistas que se dirige a una manifestación” (risas).
–Viniendo de Yupanqui, no se puede deducir si fue un elogio o todo lo contrario...
E. C.: –(Más risas.) Pero fue una cosa simpática, porque ambos vivíamos en Francia y teníamos una relación muy afectuosa. Atahualpa era muy cerrado y exigente con sus presentaciones, pero con Quilapayún hizo una excepción. Hicimos muchos conciertos juntos y además nos pasó una cosa surrealista: en un programa de televisión en Bélgica, el director nos puso a nosotros y a Atahualpa rodeados por mujeres completamente desnudas. Nosotros cantábamos y estas niñas se movían... Fue algo impresionante (risas). Ahora, hablando en serio, el Quila también nació en esos años locos, rodeado de gente que quiso inventar muchas cosas, con mucha fuerza y voluntarismo. Queríamos una América latina más justa, con más igualdad, solidaridad, y surgimos cantando en esa dirección, pero también tratando de transformar la música popular en una cosa de más peso artístico, más cuidadosa en lo poético y lo musical, renovando armonías, introduciendo novedades... El Inti, muy fino en la parte instrumental y nosotros con la parte vocal.
–¿Cuánto tuvo que ver Víctor Jara en esa renovación radical de la que fueron parte?
E. C.: –Muchísimo, por supuesto, y sobre todo en la parte visual. El, al ser director de teatro, trabajaba los recitales con una iluminación especial, con movimientos coreográficos y sincronizados... Todo estaba trabajado y no había nada que no fuera producto de un diseño. Eran espectáculos muy curiosos, que funcionaban como un reloj, como una especie de conjunto soviético, y eso llamó mucho la atención en la época. Víctor nos decía “desde el momento que te subes a un escenario, nada deja de ser significativo”. Por supuesto que hoy el grupo ya no sigue eso, pero nos ha marcado mucho.
–El exilio forzado por la dictadura de Pinochet fue clave en tal corte, se intuye...
H. S.: –Sí, pero sigue estando en la memoria nuestra como referencia y nostalgia. En el caso del Inti, el exilio fue muy importante porque nos forzó a inventarle una continuidad al trabajo que veníamos haciendo. Los primeros años fueron muy intensos en trabajo, y con pocas posibilidades de reflexionar o acumular experiencias. Hubo que esperar un tiempo y, al cabo de algunos años, descubrimos un modo de hacer música que fuera coherente con el espacio en el que estábamos viviendo y con nuestra condición de músicos chilenos exiliados. Eso nos salvó de la reiteración monótona.
–Carrasco nombraba a Víctor Jara y a Yupanqui como dos referentes clave para Quilapayún. ¿Se puede trasladar la referencia “mecánicamente” al Inti?
H. S.: –En nuestro caso, Jara también nos sugirió cosas en el armado de los conciertos. Era muy severo en eso de respetar lo mágico del escenario. También fue clave Eduardo Falú que, igual que Yupanqui, tenía una manera pasional de tomar y tocar la guitarra. Y, por supuesto, Violeta Parra. De pequeños la escuchábamos cantar “paseaba el pueblo sus banderas rojas” y moríamos por ella. Sus problemas eran los de los demás y mostrar un arte de eso fue un gran logro.
E. C.: –Totalmente, sí. Quisiera hablar también de Mercedes Sosa. Cantábamos “Zamba del riego”, “Juanito Laguna”, “La zamba de los humildes”. También conectamos con Tejada Gómez, hicimos muchos conciertos con él. El recitaba unos poemas míos en las cenas... Hacíamos un montaje muy bonito (risas).
–Otro aspecto que los hermana es el conflicto interno que han tenido ambas agrupaciones por el uso de cada nombre. ¿En qué instancia están los dos litigios?
H. S.: –En nuestro caso éramos seis, nos dividimos tres y tres, y una de las dos partes se quiere quedar con la casa (risas). Ellos creen que son los dueños, pero un árbitro dijo de nosotros “estos son los Inti Illimani históricos, porque son los que hicieron las músicas, y ustedes –por ellos– deben llamarse nuevos Inti Illimani”. Pero ellos se rebelaron a esa decisión de la Justicia, y la verdad es que nosotros no tenemos hígado para andar controlándolos. Es una ilusión que tienen y hay que dejarlos con esa ilusión, pues.
E. C.: –En nuestro caso, ganamos el juicio en París. Fue más tajante, la cosa. Y en Chile, también se va resolviendo a favor nuestro. Ya ganamos un juicio y estamos a punto de ganar otro, que va a zanjar definitivamente la cuestión. Ese grupo que quedó en Francia es un invento falso porque no pueden actuar. Caso cerrado.
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