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Lunes, 16 de junio de 2014

MUSICA › IAN MCCULLOCH Y EL RETORNO DISCOGRáFICO DE ECHO & THE BUNNYMEN

“Este disco vino a cambiarme la vida”

Célebre por tener pocos pelos en la lengua a la hora de estimar su propia obra, el músico escocés no duda en definir Meteorites como un disco “intocable, celestial, hermoso y real”. Por suerte, en la charla también aparecen parrafadas más sensatas.

 Por Nick Duerden

Hace poco, Ian McCulloch estaba viendo el programa de preguntas y respuestas Pointless. Le gusta Pointless, y los acertijos en general, especialmente las palabras cruzadas de los periódicos. Mientras veía el programa de la BBC1, “estaban preguntando por canciones con la palabra ‘moon’ en su título. Y siete personas, quizás ocho, mencionaron nuestra canción ‘The Killing Moon’. Entonces el presentador Richard Osman dijo: ‘Ah, Echo and the Bunnymen... ¿qué les pasó a esos?’”. A McCulloch sólo le falta levitar sobre el sillón. “Te voy a decir qué nos pasó, pelotudo”, sisea. “Estamos a punto de sacar un nuevo disco clásico, eso nos pasó.”

36 años después de su formación en Liverpool, McCulloch sigue gustando de la verba peleadora. Siempre fue así. En 1984, el hombre anunció el recién editado cuarto disco de la banda, Ocean Rain, como “el mejor álbum jamás realizado”. Y el año pasado, en la ola de un tour solista, anunció: “Para los recién llegados a mi música, y para evitar cualquier confusión con respecto a qué Ian soy, soy el de la mejor voz en la historia de los tiempos”. Ahora, al hablar de Meteorites, del cual ya le informó su status a Richard Osman –aunque fuera gritándole a la pantalla–, dice: “Es lo que Echo and the Bunnymen estaban destinados a hacer, allí en el cielo, intocable, celestial, hermoso y real. Cambió mi vida”.

El encuentro se produce un día nublado en un hotel junto al Támesis; McCulloch llega 45 minutos tarde, con el ceño fruncido de manera irónica, los ojos escondidos detrás de un par de anteojos recetados. Y se ríe secamente al admitir que sus repetidas muestras de arrogancia a través de los años han oscurecido largamente cualquier asomo de duda interna. “Soy liverpooliano, un Scouser: así hablamos, y siempre me gustó hablar un poco de más. Pero me fijo a mí mismo una vara muy alta. De otro modo, no tendría sentido.” Dice que ocasionalmente escucha buena música de otros grupos –ama Automatic for the People de REM, algo de Arcade Fire, “y ese que hizo conocido a Elbow, The Seldom Seen Kid, aunque me siguen pareciendo una banda en búsqueda de un estribillo”–, pero insiste en que ninguna es verdadera competencia para su banda en términos de nervio, ingenio y estilo. Su vara, dice, está fijada más alta que la mayoría de las demás. “Hablo de Michelangelo, Da Vinci, Rembrandt: ése es el nivel de arte al que apuntamos.” ¿Y alguna vez lo alcanza? El ceño ya no está fruncido de manera tan irónica. “Por supuesto. ¿Qué clase de pregunta es ésa?”

La sugerencia de que Meteorites, el disco número 12 de Echo and the Bunnymen, le cambió la vida, termina siendo una afirmación hueca. Ian McCulloch tiene 54 años, y recientemente pasó la peor depresión de su vida. Fue escribiendo estas canciones que logró salir de ella, y no extraña que muchas suenen melancólicas. “¿Dónde está la esperanza en mí?”, pregunta en el track que titula el disco; tres canciones después, la melodía encantadoramente optimista de “Is This A Breakdown” termina cayendo en la oscuridad del sombrío corazón del autor. “¿Qué tenés que hace que mis ojos sangren?”, canta con un dejo siniestro.

“Bueno, detrás de las bromas, de la alegría de vivir, hay una cierta melancolía, es cierto”, concede. “En estos días soy bastante ermitaño. No es bueno. Cuanto más reclusivo soy, más alejado de la vida me siento. Estoy leyendo mucho”, dice, mientras come la galletita que viene en el plato de su café. “Realmente no quiero hablar demasiado sobre eso, pero de eso se trata el disco, por eso está teñido por todas partes de oscuridad. Me sentí muy abajo, ahora estoy mejor. Estoy tratando de encontrar un balance en la vida, aunque no sé si alguna vez lo conseguiré.” Quizá sus actuales circunstancias no estén ayudando. En 2003 se separó de Lorraine Fox, la madre de sus dos hijos, Candy y Mimi (hoy de 21 y 18 años). Y acaba de terminar su relación más reciente, con la ex participante de X Factor Zoe Devlin, que produjo otra hija, Dusty, de cuatro años. Cabe preguntar por qué, aunque sea de manera delicada. El se encoge de hombros. “No soy la persona más fácil para convivir. No puedo entender que alguien no haga las cosas a mi manera. No puedo entender el punto de vista de los demás..., ¿pero quién lo hace? Quizás un político liberal demócrata, pero no yo.”

Una generación atrás, McCulloch era puro pavoneo. El hombre tenía cualidades para el drama y creó algunas canciones maravillosamente viscerales –“Rescue”, “Silver”, “The Cutter”– que lo estimularon en ese estilo y le dieron poder a su banda, en tándem con U2, para dar el salto al suceso global. Pero entonces, durante una de sus mayores giras, McCulloch, para nada ajeno a los berrinches de una estrella de rock, tuvo uno de proporciones y se retiró. Era 1988, y de pronto U2 quedaba solo. “Nunca tuve un berrinche”, dice. “Sólo sentí que si seguíamos íbamos a destruir nuestro mito, y nunca quise eso.” En lugar de eso se lanzó como solista, antes de volver a reunirse con el guitarrista de Bunnymen Will Sergeant, y al demonio con el mito: primero fue el proyecto paralelo Electrafixion, y luego unos resucitados Bunnymen. Quizá ya no sean la fuerza que alguna vez fueron, pero la música sigue siendo convincente, y McCulloch sigue teniendo la voz mandante de siempre.

En persona, estos días se lo ve más quebrado, menos invencible, pero la vulnerabilidad le sienta bien, produce simpatía. Y si la vida se volvió complicada, la música al menos ha sido una constante. Habla de lo poco que envidia a U2 (“Nunca quise hacer un rock trivial”), y de cómo el trastorno obsesivo compulsivo que dirigió su vida tanto tiempo –fue diagnosticado en su infancia– se redirigió a algún otro lado, menos golpeteo en superficies lisas y cierta adicción a los programas de entretenimientos y crucigramas. Su sala de estar, dice, está tapada de diarios (“incluso el Daily Mail”), cada uno abierto en la página de crucigramas, con una lapicera siempre a mano. Su depresión ha quedado atrás, al menos por el momento. Está trabajando duro para mantenerse así, focalizando en lo positivo: el disco, una gira, y el hecho de que abundan las razones para vivir. Una de las cuales es el retorno a la buena forma de su amado Liverpool FC. “En términos de aptitudes y resultados, el club y yo volvemos a correr en paralelo. El Liverpool ha vuelto a demostrar que son el mejor equipo para ver, y nosotros hemos probado que aún somos la mejor banda para escuchar.” McCulloch se ríe a carcajadas, y por un momento sostenido su cara brilla con una radiante y pura alegría.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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A fines de los ’80, cuando estaban para el gran salto, McCulloch terminó abruptamente con la banda.
 
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