MUSICA › HOMENAJE EN CóRDOBA A JOSé IGNACIO “CHANGO” RODRíGUEZ
A cien años del nacimiento del notable cantautor e investigador de ritmos folklóricos, artistas como Peteco Carabajal, Horacio Fontova, Orozco-Barrientos y el Dúo Coplanacu confluyeron en la Sala de las Américas de la Universidad Nacional de Córdoba.
› Por María Daniela Yaccar
Es fin de semana en Córdoba capital y en las calles del centro se respira cuarteto. Un taxista cuenta que la Mona Jiménez está de vacaciones, pero que se puede ir a ver al hermano de Rodrigo Bueno: “Canta igual, es como verlo a él”. La geografía, las costumbres y la identidad cordobesas han parido esa música y también la folklórica, que tiene en estos pagos un embajador, un hombre convertido en mito y –como dice otro cordobés– “un bohemio de la puta que lo parió”, que tuvo una vida hecha de canciones, de misterio, de historias.
Este hombre –cantautor, investigador de ritmos y un motivador para los folkloristas más jóvenes que él– se llamó José Ignacio “Chango” Rodríguez y nació hace cien años en Alberdi, uno de los 400 barrios de La Docta. Es una zona de casonas antiguas a la cual le cantó con precisión de cronista en “Zamba de Alberdi”, mencionando rincones de su geografía, como la plaza Colón, donde parece que tuvo su primera cita; o el Hospital Nacional de Clínicas, bastión del Cordobazo. Allí está la casa de Chubut 34, con una placa que recuerda la que fue su vivienda. Según la leyenda urbana, hoy la habita un músico de rock que cree que el espíritu del Chango da vueltas por ahí.
Recorrer hoy las callecitas de Alberdi –al este del centro de la ciudad– es establecer un paralelo entre lo que transmiten las letras del Chango y lo que se ve: las características casonas se pelean con las flamantes construcciones, las altas torres. Lo mismo sucede en Alto Alberdi, por donde se pasa antes de llegar a Quebrada de las Rosas, donde vive Claudia, la hija que el Chango tuvo con Lidia Haydée Margarita Bay, “la Gringa”: la mujer de ojos verdes que le llevó la vianda todos los días, en motoneta, los casi cinco años que estuvo preso en el penal de San Martín. Mató accidentalmente a un amigo tras una riña, cuentan Claudia y su marido, Fernando Sánchez, un archivólogo que acaba de terminar un libro sobre la vida y la obra del Chango.
El matrimonio vive en un chalet de la calle Riobamba. Aquí vivió la Gringa hasta 2008. En la pared del comedor hay una foto enorme del Chango, al lado de una del papa Francisco: la cara sonriente y pícara, los ojos saltones y oscuros, las orejas grandes; está de traje y corbata. Claudia tiene sus mismos ojos. “Hablamos todo el tiempo del Chango. Es como si estuviera vivo”, dice Fernando, que habla ligerísimo, en contraste con la parsimonia de su mujer.
El Chango murió cuando Claudia tenía dos años, en 1975, y es cierto que ella habla como si estuviera vivo. Dice que su padre murió a su lado, después de apagar la televisión y de que le dieran a ella la mamadera. Sufrió un paro cardíaco. Fernando se ocupa de cuidar todo rastro que haya quedado del hombre y ha trabajado en las ediciones de su material. Hay un cuartito de la casa donde está la grabadora con la que el Chango registró los temas que compuso en la cárcel, y también una caja llena de manuscritos (está el de la célebre “Luna cautiva”: letras rojas, cursiva, tachaduras) y pentagramas con figuras cuidadosamente dibujadas. Parecen hechas con regla.
Muestran Fernando y Claudia cantidades de fotos: el Chango festejando su cumpleaños; se lo ve rodeado de amigos y se ven unos calzoncillos colgados de la soga. “Así era él. Muy simple”, dice su hija, la única que tuvo con la Gringa, aunque tuvo hijos con otra mujer, en Berisso. Hay otra foto en la que está guitarreando delante de otros presos. Otras imágenes reflejan la densidad de los barrios a los que cantaba el Chango –reflejó las timbas, el alcohol, los prostíbulos y las riñas como un tanguero; de hecho, empezó en el tango– o lugares como el Infiernillo, que ya no existen más. Y, finalmente, Fernando prende el equipo de música y muestra lo innovador que el Chango era para su época. Cantó folklore en inglés. Otro dato que lo enaltece es que fue el primer cantautor en grabar en idioma quechua.
Más tarde este domingo, Fernando y Claudia se visten de gala. En parte, esta noche es para ellos. A eso de las 20.30 toman asiento en la primera fila de la Sala de las Américas de la Universidad Nacional de Córdoba, con capacidad para 1140 personas. Claudia está feliz porque, arriba del escenario, los grandes del folklore le cantan a su padre: Peteco, Homero y Roxana Carabajal, Horacio Fontova, Orozco-Barrientos, el Dúo Coplanacu, y los locales Pablo Lozano y Mery Murúa. Es una fiesta: el motivo son los cien años del nacimiento del Chango (nació el 31 de julio de 1914). Hay clima de peña. Y la cantidad de espectadores (1700 según datos oficiales) es tal que muchos quedan afuera y ven el show por pantalla gigante, en otro salón, al cual los músicos se dirigen cuando termina el espectáculo planeado, y regalan bises.
El concierto, de entrada libre y gratuita, lo organizaron el Ministerio de Cultura de la Nación, la UNC, el plan nacional Igualdad Cultural –una iniciativa de las carteras nacionales de Cultura y de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios– y el periodista local Víctor Pintos para recordar a una figura imprescindible del folklore, cuyas canciones son entonadas en toda peña y guitarreada que se precie de tal.
En dos horas, los músicos construyeron un rompecabezas de la compleja y amplia figura de la música popular, ayudados por videos, como el que muestra al Chango saliendo de la unidad penitenciaria (está en YouTube, dura poco más de dos minutos, y es imperdible). Cada dúo o solista aportó una pieza a ese rompecabezas. Con sus intervenciones, y también con la calidad de su interpretación, el Negro Fontova transmitió el humor que caracterizaba a las canciones del Chango, y le quedaron más que bien los temas que entonó con su guitarra, como “Del mote” o “Chacarera de las Ponce”, que retrata un prostíbulo. A Orozco-Barrientos les tocaron las canciones dedicadas a estudiantes, y así brotó la faceta popular y política del Chango: como lo explicó Fernando Barrientos, la “Serenata del estudiante” se la dedicó a Santiago Pampillón, estudiante asesinado durante la dictadura de Onganía. “Supo rescatar ritmos cuando anduvo por Bolivia, e hizo algunos carnavales cruceños”, explicó el local Pablo Lozano, con tono didáctico. Fue el que se acordó de mencionar a la Gringa. Eso también apareció: la amplitud, la variedad de ritmos a los que se abocó el folklorista. Porque hubo lugar para chacareras, mareas, chayas, palas palas, taquiraris, así como también para su costado más romántico.
Los músicos fueron al rescate de temas conocidos del Chango y de joyitas que no hay que olvidar. El público bailó en los pasillos. Entre los temas que sonaron estuvieron “Luna cautiva”, “El mundial”, “Camino del arenal”, “La cola dura”, “Noches de carnaval”, “De Simoca”, “Corazón santiagueño”, “De mi madre”, “Chuamu’i cantar”, “La mandinga” y “La refranera”. Hubo un final emocionante, con todas las voces entonando “Vidala de la copla” –primer tema del Chango– y “Luna cautiva”. Para ese momento se había subido al escenario Lito Soria, de Los de Alberdi.
Cada músico contó una anécdota o brindó una reflexión. Por ejemplo, Julio Paz, de Los Copla, sostuvo: “Ha hecho chacareras preciosas y a los santiagueños nos ha hecho ver cosas que ya no veíamos por estar acostumbrados. Anduvo por todos lados, pero lento, y vio en profundidad”. A medida que hacían sus presentaciones, los artistas se acomodaban a un costado del escenario en un sillón y comían empanadas y tomaban vino.
Hubo una gran comunicación entre artistas y público, compuesto sobre todo por gente grande, pero también por muchos estudiantes. “Esta música es nuestra”, celebraba una señora al despedirse de la gigantesca Ciudad Universitaria. Y otra decía que le habían dado ganas de ir por vino y empanadas.
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