MUSICA › DANIEL MELINGO PRESENTARA LINYERA ESTA NOCHE EN EL ND/TEATRO
El ex Abuelos de la Nada salta de la estética de los tangos reos de sus primeros discos solistas a un trabajo en el que los límites se diluyen. “Nuestra música tiene menos diferencias de lo que parece, y así se ve en el exterior”, afirma.
› Por Cristian Vitale
Fuga hacia atrás. 1981. Daniel Melingo entreverado en la incipiente segunda formación de Los Abuelos de la Nada. En San Pedro Telmo, quizás, hurgando en “Las flores del Paraguay”, un tema pro marihuana –en clave de chamamé– de los inefables Hermanos Clavel. Devenir inmediato: la larga noche de los ’80 en un trago. Twist, Bares y fondas, Zavaleta, Charly. Y chau, el todo mal de los ’90 visto a trasluz de Tangos bajos, del lunfardo y las guitarras poco después aggiornadas por el glamour del tango electrónico. Santaolalla, Makaroff, Francia, Bajofondo, Santa Milonga, España, Los Toreros Muertos... Melingo, siempre Melingo. “¿Cambio constante? No sé. Creo que todo fue parte de una decisión. En un momento tuve la sensación de haber llegado a un techo en el punto de experiencia que me daba tocar con Charly, con Los Abuelos, con Los Twist, o comenzar mis primeros pinitos de producción con los Cadillacs, y me fui”, arranca él, sobre el origen del ajetreado periplo transoceánico que se podría contar, desplegado, a través de todas sus obras solistas. O bien resumir en una: la flamante Linyera, que el multiinstrumentista y compositor estrenará hoy a las 21 en el ND/Teatro (Paraguay 918). “Para mí es un punto de inflexión, una llegada”, sentencia este inquieto hombre-músico nacido hace 56 años en Parque Patricios.
–¿Linyera por qué?
–Porque me deja cerrar el concepto. “La canción del linyera” fue comienzo y a la vez final. A pesar de alejarme del sonido reo, guitarrero y más lunfardo de los discos anteriores, mantengo una palabra que es una voz lunfarda, como frente de la cosa. Me pareció que daba como un nexo, como puente entre pasado y futuro. O como el cierre de un círculo, un momento bisagra. Es como un ensayo a prueba y error que tiré para ver cómo tengo que seguir el camino.
Linyera contrasta, en efecto, con el perfil más “unívoco” de sus primeros discos solistas. Si en aquéllos había tangos con espesos humos de los ’20 –resignificados, claro–, acá hay apertura. Si en aquéllos la sordidez se expresaba en franjas estéticas más o menos estáticas –lo reo, lo guitarrero, lo lunfardo–, en éste los límites se diluyen, abren nuevos senderos, contestan renovadas preguntas. “La maceta”, por caso, es un trabajo onírico, con letra de Luis Alposta, que merodea por límites insospechados, casi psicodélicos. “Alposta es gerontólogo, médico clínico y homeópata, y el tema es la descripción de un enfermo de Alzheimer en un geriátrico, cuya única relación con la realidad es sólo una maceta. Este tema era parte del repertorio de Motonets, un dúo que tenía con Miguel Zavaleta, y ahora lo desfiguré. Estaba cargado de otra manera, y lo despojé, le lavé la cara”, define Melingo. Otro tema, cuya idea-fuerza se carga buena parte de la impronta de su nueva criatura, es “Soneto para Daniel Reguera”, una inspiradísima pieza de Atahualpa Yupanqui que el ex Abuelos revive, volada y psicodélica, junto a Skay Beilinson en guitarra y Jaime Torres en charango. Un lujo. “Es un tema despojado que visto con estos dos genios”, resume él.
–Una síntesis casi perfecta entre rock y folklore, dicho de otra manera.
–Un tema que me ayuda a explicar la confluencia en nuestra música, ¿por qué no...? Si somos amigos, nos caemos bien y suena bien, ¿por qué separar? Nuestra música va del folklore al rock y al tango. Este soneto es un tema que tocamos con Jaime hace mucho tiempo. El es un amigo muy querido, que el día que nació mi hijo vino con su charango a bautizarlo. Por supuesto, nos pareció genial que pudiera coexistir con la guitarra de Skay. Lo impensado se transformó en una realidad.
–Sorprende también la versión de “Volver a los 17”...
–Yo tampoco la imaginaba (risas). Es que en este tema, Violeta Parra define como nadie el efecto del amor. Está descripto de una manera sublime, y la letra es una iluminación.
–Entre los temas paridos por su pluma resalta “La noche”. “Quiero que la noche dure una vida”, dice la primera parte de la letra. ¿A qué noche refiere? ¿A la del placer, a la de la serenidad, a la del reviente?
–A detener la noche en pequeñas frases. O a tratar de detener algo que no se puede detener. ¿A quién no le pasó desear que no amanezca, alguna vez? La noche es un gran momento para sentir amor. Es la tranquilidad, sí; es el sonido del silencio para los músicos que a veces estamos con sonido afuera y sonido adentro, todo el tiempo. La noche baja todo.
–¿Y “Televidente de la vida”?
–Es un tema que compuse para los Hermanos Clavel, un dúo de amigos que tocaba como telonero de Los Abuelos y que tenía una canción con ritmo de chamamé (“Las flores del Paraguay”), que yo todavía toco. Era un dúo de acordeón y guitarra, dos artistas gráficos que se disfrazaban de chamameceros y tocaban esta canción, que era la única que tenían. Un simulacro de grupo genial, que nunca llegó a nada, pero que fue revelador en su momento.
–¿Hubo más continuidad o ruptura en su vida artística, de los Abuelos para acá, entonces?
–(Risas.) Fui sumando, digamos. Lo que parecía una ruptura onda “¿por qué te pasaste del rock al tango?”, fue más bien una decisión. Fui tomando decisiones desde mi etapa protagónica, que empieza con H2O, donde la búsqueda de la identidad pasaba por hacer un proyecto solista y ver qué me quedaba mejor. Muchas veces uno no lo sabe muy bien, y esa labor de autor y productor me ayudó a darle forma. Con Fernando Samalea hicimos Tangos bajos, algo que tuvo una repercusión enorme por la sorpresa que generó, y dijimos: “Pucha, aprendamos a hacer esto en vivo”. Porque una cosa es envasar la música en el mejor sentido de la palabra, y otra es la performance en vivo. Entonces, a partir de Tangos bajos estudié canto durante seis años y desarrollé mi veta. Fue una búsqueda de identidad personal y estética que se fue definiendo en el andar.
–Pero alguna reminiscencia había; el tango estaba en usted por alguna razón...
–Mis tíos maternos eran vocales de la academia de tango, y letristas. También tenía familiares paternos asociados con la música clásica y muchos primos rockeros. Todo eso curtí en casa; y después llegó el tango electrónico, que fue un gran intento de comunicar el tango a otros sectores, a otros ambientes del oído esperante, receptor. Soy de los que creen que todos los intentos que hubo alrededor del género siempre lo nutrieron. En estos días vemos que el tango goza de buena salud y con perspectivas de futuro, y no deja de ser nuestra música nacional. Nuestro rock es tango y es folklore. Eso que nosotros intentamos dividir tanto, es toda una misma cosa, con diferencias de ritmos, autores o intérpretes. Nuestra música tiene menos diferencias de lo que parece, y así se ve en el exterior.
–Tal vez lo que acaba de decir se note más en Linyera que en discos anteriores, más ceñidos al género. ¿Coincide?
–Tal vez sí; tal vez se note más esa cosa que nace de venir de los barcos, porque nuestra música está compuesta por una gran gama de vertientes. Por nuestras venas corre mucha influencia foránea. La música más antigua que tenemos, que es la litoraleña, tiene cientos de años y combina influencias de los pueblos originarios con el acordeón, que es europeo. Por eso hablo de un encadenamiento, de un desarrollo y de una búsqueda que te llena de preguntas. Hay cosas que parece que están en la superficie, pero hacés un poco de zoom y entrás en territorios complejos, muy ricos, casi invisibles. Hacía allí estoy yendo, siempre.
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