MUSICA › ACORAZADO POTEMKIN Y REMOLINO, SU SEGUNDO DISCO
El show gratuito de hoy en el C. C. San Martín amplía la filosofía de “compartir y disfrutar de la música sin intermediarios”. Aquí, el trío explica cómo Remolino tomó forma con el método de “afilar la tijera, cortar y achicar, dejar lo imprescindible”.
› Por Joaquín Vismara
En 1925, el cineasta soviético Sergei Eisenstein estrenó El Acorazado Potemkin, un film basado en hechos reales, cuando la tripulación de un buque de guerra se rebeló contra sus oficiales zaristas poco antes de llegar al puerto de Odessa. Convertida en un clásico del séptimo arte con el pasar de los años, la película era en especial una metáfora de una de las consignas clave de la primera etapa de la Unión: el triunfo colectivo. Que casi nueve décadas más tarde, Juan Pablo Fernández, Luciano Esaín y Fernando Ghazarossian (guitarra, batería y bajo, respectivamente) hayan elegido ese mismo nombre para el trío que formaron en 2009, deja ver una línea de continuidad con la noción de que no es un líder quien guía el camino hacia la victoria, sino que el resultado final es fruto de la suma de sus individualidades.
El rock rabioso, de guitarras urgentes y poesía filosa de Acorazado Potemkin es producto del camino que recorrió cada una de sus partes. Fernández integró Pequeña Orquesta Reincidentes, Esaín agita los parches en Valle de Muñecas y Motorama y Ghazarossian fue el sostén rítmico de Don Cornelio y la Zona y Los Visitantes, además de ser el contrabajista de Me Darás Mil Hijos y de haber acompañado en varios discos al tanguero Cardenal Domínguez. “Cuando empezamos, quizá Juan tenía más en claro la idea de hacer rock, pero yo no tanto. El quería volumen, un formato de trío”, reconoce el bajista. Al poco tiempo se sumó Esaín y, tras delinear el repertorio, Acorazado Potemkin grabó Mugre, su álbum debut, en 2011. Ante la imposibilidad de editarlo, el grupo colgó el disco en su página web (www.acorazadopotem kin.com.ar; luego tuvo una hermosa edición física) y decidió repetir la estrategia a principios de este mes, cuando tuvo listo su segundo trabajo, el flamante Remolino.
Pero lo que en un principio fue una urgencia surgida de una imposibilidad, ahora es una declaración de principios. Como reza en su web oficial, Remolino “se descarga libremente gracias al trabajo de mucha gente, a nuestro entusiasmo por compartirlo y al derecho de ustedes a disfrutar de la música sin intermediarios”. Como si hiciera falta redondear el concepto, el disco tendrá su presentación oficial hoy con un show gratuito en el Centro Cultural San Martín.
–Los tres provienen de lugares y ámbitos distintos. ¿Cuál fue el proceso para encontrar un lenguaje en común?
Juan Pablo Fernández: –Ensayamos mucho, y creo que ahí encontramos algo, una forma común. Todos nuestros proyectos fueron grupos que trataron de trabajar una identidad propia, personal. Somos músicos a los que nos gusta eso: aportar, proponer. La mayoría de los proyectos los hacen las personas, por más que uno use seis cuerdas y otro cuatro.
Luciano Esaín: –El lenguaje se encuentra en el momento en que uno te propone una cosa y vos le devolvés otra que la lleva para otro lado, o no para el que se esperaba. Ya en ese momento, donde se de-sarrolla ese intercambio, empezás a conocer al otro. Es la forma de responderse, porque todos tenemos distintas maneras de hacerlo. De repente aprendés a escuchar y a entender.
J. P. F.: –También hay mucha confianza y mucha generosidad. Es dar, dar y dar, como en todo. Hay un laburo de síntesis, y ahí viene la experiencia. Acá hay algo, esto se puede descartar, esto ya lo escuché o ya lo hiciste. Estamos viviendo en un momento lindo, porque había más, y es lo que sacamos de Remolino. Dejamos la habitación vacía, no quedó más nada.
–¿Y cuál fue ese punto de encuentro?
L. E.: –Terminamos haciendo algo diferente a los proyectos de los que venimos los tres, es algo propio. Esa circulación de ideas es distinta a la que podrías encontrar en Don Cornelio, Pequeña Orquesta o Valle de Muñecas. Está en uno permitirse que el circuito sea distinto.
Federico Ghazarossian: –Si Juan está cantando, no va a poder hacer un fraseo o una melodía con la guitarra, y uno tiene que ver cómo se subsana eso para que el tema no se caiga. Se empiezan a buscar maneras alternativas para ir reemplazando eso. A veces afilamos, agarramos la tijerita y empezamos a cortar.
J. P. F.: –Siempre tuve la cosa curiosa de querer ir hacia algo nuevo y no enquistarme en el cliché propio. En el trío no queda otra que abrir la cabeza porque, si no, sos muy monótono. Tenés que ser inteligente todo el tiempo, y ahí entra lo de agarrar la tijerita. El proceso de Remolino fue cortar y achicar. Cuando hay que decir algo, se pone todo en ese momento.
F. G.: –De las tres diferencias, hacés lo llamativo. Son tres pensamientos diferentes. Podemos coincidir en algún grupo que nos gusta a los tres, pero no escuchamos la misma música. Cuando sacamos Mugre, muchos nos decían que éramos tangueros por la manera de cantar de Juan, y yo nunca me di cuenta. Puede que haya algo, pero nos sale naturalmente, y es lo que hace que no seamos un trío más. Dicen que somos un power trío, pero no creo que seamos así. Para mí eso es Jimi Hendrix Experience o Divididos, un rock muy acentuado.
–El arte de tapa de Remolino es el rincón de una habitación vacía. ¿Tiene que ver con esta necesidad de despojar de la que hablaban antes?
F. G.: –Mi primera casa era así. Un colchón y nada más.
J. P. F.: –Había algo que nos atraía de trabajar con las capas, las fases, la pintura. Pintar una casa a la que llegás y volver a pintarla cuando te vas de ella para que el dueño te devuelva el depósito... Algunas cosas las tapás y vuelven a salir, como una grieta. Esas marcas no se van, por más que pintes y ensucies. El remolino es lo que pasó, y la música es testigo de eso.
L. E.: –El rincón tiene tres aristas, y estábamos buscando algo que tuviera que ver con que somos un trío. De hecho, en un momento al disco queríamos ponerle Tres, porque nos causaba gracia que el segundo álbum se llamase así. Hasta que nos enteramos de que ya existía un álbum que tenía ese nombre y tuvimos que cambiarlo. Y los rincones también arremolinan, como cuando estás en una esquina y el viento trae papeles y hojas volando.
J. P. F.: –Hay algo de lo que construís como cáscara, como volumen, como espacio. Ves una habitación vacía y tenés que empezar a imaginar algo. Lo mismo nos pasa a nosotros con la música, y son las emociones las que van intercediendo en todo eso.
–Subieron ambos discos a su página web antes de que tuvieran edición en formato físico. Es una movida arriesgada, teniendo en cuenta que publican a través de Oui Oui, un sello discográfico.
F. G.: –Lo tomamos como política de grupo. Cuando terminamos Mugre, el sello no tenía plata para editarlo. Juan trajo la idea de subirlo a la red, nos pareció perfecto y negociamos que cuando salía la edición física lo dábamos de baja, aunque lo dejamos dos meses más. Eso ayudó a que 13 mil personas se lo bajaran y se escuchara en lugares del país en los que quizás era imposible que llegara. Para nosotros fue ganancia de todo tipo. Pudimos salir de Capital Federal, que es algo que les cuesta a muchas bandas.
J. P. F.: –El primer piedrazo es un piedrazo, el segundo es política.
F. G.: –Con este disco tuvimos que discutir mucho más, y llegamos a un arreglo porque para no-sotros una cosa no quita la otra. Tuvimos la suerte de que Mugre agotó su tirada en un año, y ahora en septiembre se reedita. A ellos los ayudó para vender los mil discos, y a nosotros también, porque crecimos y pudimos ir a lugares impensados. Nos dimos cuenta de que darlo de baja fue una boludez en su momento, y finalmente llegamos a un arreglo de que sólo se puede descargar de nuestra página.
J. P. F.: –Para nosotros, compartir no es delito. Creo que llamó mucho la atención porque éramos gente que venía del viejo mundo, de los contratos y las licencias, algo más antiguo, y capaz podría haber sido vendible el disco. Llamó la atención por cambiar el paradigma por el “¿por qué no?” Es como dice Alex de la Iglesia: la gente ya le está pagando a la telefónica que le brinda Internet, y lo hace porque asume que va a poder descargar cosas. El público que se lo baja es muy pagador, en ese sentido. No es verdad que es un concepto pirata. Muy por el contrario: es abrir, compartir y expandir.
–El argumento más común que utiliza la industria para contradecir algo así es que se paga un estudio, una mezcla y una masterización para algo que termina siendo gratuito.
J. P. F.: –Esto no es una estructura de costos que tenés que recuperar. Un disco es las once canciones que lo integran, ¿qué tiene que ver lo otro?
L. E.: –Si me pongo a pensar si voy a recuperar la plata, ni siquiera me voy a comprar palitos para tocar, porque me gasto trescientos pesos en cuatro pares. El disco se amortiza con tocar. No es un negocio, es música. La manera de grabar requiere plata, pero al momento en que uno quiere que la gente lo escuche, no lo evalúa.
J. P. F.: –Cada vez se editan menos discos, y las cuevas a las que antes les llevabas cincuenta discos para vender, ahora te piden que dejes dos. Me parece que sigue siendo maravilloso pensar que hay mil y pico de personas que ya tienen Remolino en todo el país. No tiene nombre eso. Comparalo con una distribución habitual.
F. G.: –Nuestra manera de darnos a conocer es ésta, porque en las radios que escucha todo el mundo no nos pasan. Hay que buscar maneras y no quedarse quejándose con que si los productores, o que si no ponés la guita... ¡Que se vayan todos a cagar! Yo lo regalo y me chupan un huevo todos. Hay que buscar maneras, o te quedás sentado en tu casa puteando mientras todos te pasan por arriba.
J. P. F.: –Nos parece que hay muchos grupos, como Pez o Valle de Muñecas, que desarrollan una obra que está fuera de la discusión de en dónde se toca, si es un festival, si es mainstream o no. El grupo está trabajando en una dirección de encontrar su idioma propio, su paleta y su poética. Para eso hay que tocar las canciones, porque lo único que querés es que las escuchen.
–Decían que las descargas gratuitas les brindaron un alcance que no hubieran tenido con una distribución habitual. ¿En qué más los benefició?
J. P. F.: –En septiembre vamos a ir a Paraná y Rosario, a La Plata en octubre, y estamos tratando de ver si armamos también algo en Córdoba. En su momento estuvimos en Río Cuarto, San Luis, Chaco, Pergamino, y pudimos tocar en Mendoza con la película de Eisenstein de fondo, que fue una locura. Todas esas puertas se nos abrieron porque nuestra música circuló gratis.
L. E.: –Está re copado cuando vendés los discos en los shows. Te cagás en la lógica de las disquerías y la distribución, el público viene y te los compra. Hay una diferencia entre lo que la industria considera que es el negocio de la música, y lo que pasa ahí. No es la misma bolsa.
F. G.: –La fórmula no es una sola, como vendieron durante mucho tiempo con eso de “tenés que estar en una discográfica conocida para que te vaya bien”, porque le va bien a uno y después se la pasan frizando a los demás. Que venga un boludo a decirte: “No, esa nota que metiste ahí está de más”... ¿Quién sos, flaco? ¿Estudiaste música para decirme eso? Te dicen hasta de lo que podés hablar o no. La libertad tiene sus costos, pero somos gente grande, curtida, y nuestra inmediatez va por el hecho de ser felices haciendo lo que hacemos, como grupo y como seres que conviven haciendo algo que nos gusta. Cuando ya pasaste cierta cantidad de filtros, no tenés ganas de que te vengan a romper las bolas.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux