Lunes, 11 de agosto de 2014 | Hoy
MUSICA › DANIEL BARENBOIM JUNTO A LA ORQUESTA WEST-EASTERN DIVAN EN PUENTE ALSINA
Más de ocho mil personas disfrutaron del concierto gratuito brindado por el músico de las “identidades múltiples”. El programa incluyó obras de Ravel, entre ellas el famoso Bolero, y la sorpresa fue la interpretación de “El firulete”, de Mariano Mores.
Por María Daniela Yaccar
El hombre aparece de repente a unos veinte metros del escenario. Casi nadie registró de dónde salió. Se queda allí, parado; con presencia de prócer y gesto serio, y pide silencio. “Esto es para ustedes”, recalca. Luce bien formal para esta Pompeya de locales cerrados, casas bajas de paredes gastadas, depósitos y galpones. Lleva traje azul, camisa blanca, corbata celeste con pintitas también blancas. Daniel Barenboim está probando sonido, y es por eso que pide silencio. “Silencio total”, reclama. “Tomen asiento”, exige. Una voz anónima lo ayuda desde los parlantes: “Tampoco tomen fotos en este momento porque eso interfiere en el sonido”. El alboroto cesa, es como si un grupo de alumnos revoltosos hubiera obedecido las órdenes de un profesor respetado o del director de la escuela. Los códigos de la calle y del arte más sublime se entremezclan, no se entiende qué es lo elitista aquí, qué es lo popular, el paisaje exige la redefinición de estas nociones. El maestro mira concentradísimo, enfocado, al escenario, donde la Orquesta West-Eastern Divan prueba cómo suena el Bolero, de Ravel.
Antes de eso, antes de que todos comprendieran que había que hacer silencio, una señora entusiasmada le grita: “Ay, maestro”, “ay, divino”. Lejano, Barenboim no responde a esa muestra de afecto –está dialogando con autoridades–, pero después, ya sobre el escenario, dirá algo al respecto. En la prueba de sonido da indicaciones a los músicos desde el codiciado vip, donde están cómodos los periodistas e invitados, y adonde todos se quieren meter como sea. Se lo piden por favor a los hombres de chalecos amarillos y naranjas fluorescentes, de Prevención. Es que en este sector, el de la “Very Important
People”, que está pegadito al escenario, sobran algunas sillas de plástico negras. En cambio, las 8 mil que se colocaron para el público sobre la avenida Sáenz, a metros del Puente Alsina –que une Nueva Pompeya con la localidad bonaerense de Valentín Alsina–, están todas ocupadas. Las entradas para el espectáculo, gratuito y organizado por el Ministerio de Cultura porteño, se entregaron el viernes y se agotaron en tres horas.
En la previa hay cierto nerviosismo. Todos se llevan puestos, nadie se quiere quedar sin silla, nadie quiere quedar afuera, algunos ni siquiera sabían que se requería entrada para sentarse. Se arma una larga fila sobre la calle Centenera. Algunos llegan muy preparados, con sus banquetas de plástico o con reposeras de playa. Sobresale la gente mayor. Muchos llevan mate. Hace frío y el cielo está amenazante, absolutamente gris, pero no lloverá –es difícil no creer en las casualidades– hasta que el show termine: de todos modos, será una lluviecita tímida, apenas unas gotas. Las 8 mil sillas serán ocupadas rápidamente. También se ubicará gente al lado de las vallas, que observará parada la belleza de espectáculo que dio esta orquesta integrada por israelíes, árabes, españoles y palestinos. El arte siempre está un paso adelante, siempre es capaz de sugerir que otro mundo es posible.
Cuando el presentador explica el origen de la Orquesta West-Eastern Divan, al comienzo del concierto, el público aplaude muy fuerte, en un momento de extrema gravedad del conflicto en Gaza: es consciente de que no vino a ver a Barenboim solamente porque es Barenboim, es consciente de que las composiciones de Maurice Ravel ejecutadas por esta orquesta tienen un sentido que va más allá de la interpretación misma. Por eso aplaude, sin todavía haber visto nada. Como se sabe, la Orquesta West-Eastern Divan fue concebida en 1999 por el director de orquesta y su amigo Edward Said, escritor de origen palestino, y es un símbolo de la convivencia entre culturas rivales. “Yo me fui de la Argentina a los nueve años –cuenta Barenboim en el espectáculo–. Pero algo de lo que me dio en esos nueve años me quedó siempre. En la Argentina no hay problema con las identidades múltiples. Esa fue la primera lección que aprendí. Se puede ser polaco, alemán, judío, sirio, libanés, turco, y no por eso menos argentino.” No es nuevo esto que dice, ya lo ha dicho en varias entrevistas. En ellas suele plantear el conflicto palestino-israelí en términos de derechos humanos, enfocándose en las personas y en su sufrimiento.
“No me gusta hablar en los conciertos, como no me gusta tocar en las charlas”, dice. Le devuelven algunas risas. Habla luego de que la populosa y ajustadísima orquesta deleitara con composiciones del francés, Rapsodie espagnole, Alborada del gracioso, Pavane pour une infante défunte y el Bolero. “La segunda cosa que quería decirles es que me halaga mucho que me admiren y que me reconozcan. Pero lo que más me emociona no es que me reconozcan, que se saquen fotos conmigo, sino el cariño que me dan. Les digo esto también en nombre de Martha Argerich, que no está hoy, pero la vi ayer. Se los digo con la información fresquita”, expresa. Del teatro lírico a las calles del sur de la ciudad: el sábado por la noche, Barenboim se había presentado en el Colón junto a la pianista y Les Luthiers. Con la de ayer, culminó con sus presentaciones en Buenos Aires.
Las composiciones de Ravel se combinan con el ruido de los colectivos que circulan sin cesar este domingo al mediodía y el ladrido de un perro que hace eco desde lejos. El concierto está sucediendo al lado de la parrillita El Tucu. Para el final, la orquesta entrega algo bien distinto a lo anterior, “muy fuera de programa”, como define el maestro. La sorpresa es “El firulete” de Mariano Mores. Hay suspiros de emoción, de placer, en este barrio relegado del sur, relegado y olvidado en todos los sentidos e incluso culturalmente, cuna del tango y con antepasado de pulperías. Este concierto de Barenboim es la antesala de la inauguración de Polo Bandoneón, un centro cultural que abrirá la administración macrista en los próximos días en Puente Alsina.
“Hermoso”, “impresionante” es lo que se escucha cuando las miles de personas comienzan a despejar el lugar. También que el concierto fue corto: duró menos de una hora y no hubo bises. La Policía Metropolitana desplegó un importante operativo de seguridad. Se retiran ahora los uniformados bajo los órdenes de un jefe que medio se burla de ellos al grito de “cadetes, aguanten”. Trotan hacia sus micros. En tanto, detrás del escenario, cuatro colectivos aguardan a los músicos y el público se apresura para despedirlos. Agitan la mano, saludando, y los artistas devuelven el gesto al otro lado de la ventanilla.
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