Sábado, 23 de agosto de 2014 | Hoy
MUSICA › CONCIERTO EJEMPLAR DE LA ORQUESTA FILARMONICA DE BUENOS AIRES
La altura de la interpretación y el grado de respuesta técnica de la orquesta fueron decisivos tanto en Los planetas, de Gustav Holst, como en el Concierto para violín de Benjamin Britten, con el virtuoso Ray Chen como solista.
Por Diego Fischerman
Por algún motivo, la intelligentsia musical nunca tuvo demasiadas simpatías por la obra Los planetas, de Gustav Holst. Tal vez por su evidente eclecticismo o, más probablemente, por un innegable toque imperial británico que, curiosamente, terminó haciendo suya la musicalización de películas estadounidenses. Es decir que si es cierto que al escuchar esta obra van apareciendo por allí Igor Stravinsky, Claude Debussy y Paul Dukas, también lo es que pueden reconocerse pasajes enteros en las obras de John Williams (en particular para la saga de Harry Po-tter) o James Horner. Y si eso sucede es porque Holst consiguió que esas múltiples influencias fueran atravesadas por un aire totalmente personal y un originalísimo concepto de orquestación, convirtiendo su estilo, finalmente, en propio e inconfundible.
El concierto en que la Filarmónica de Buenos Aires tocó esta obra, junto al Concierto para violín de Benjamin Britten, fue ejemplar por varios motivos, y la altura musical de la interpretación y el grado de respuesta técnica de la orquesta son, sin duda, los más importantes. Pero también fueron notables la respuesta altamente favorable del público ante programas poco transitados y la demostración cabal de que la Filarmónica puede afrontar con holgura conciertos exigentes. En una temporada con una mayoría de conciertos concesivos a un supuesto (muy supuesto) gusto mayoritario o, directamente, ñoños, tanto la orquesta como su público –uno de los más fieles del Teatro Colón– volvieron a demostrar, como si hiciera falta, su mayoría de edad. Ni una ni otros, en todo caso, deben ser subestimados.
En el Concierto de Britten, de virtuosa orquestación e importantes dificultades de ensamble, actuó como solista el excelente violinista Ray Chen. Con timbre lleno, homogéneo y afinación sin vacilaciones, mostró un fraseo flexible, una saludable frescura en los momentos que remiten a la danza y, sobre todo, una notable disposición para interactuar con la orquesta. Precisa, con un suntuoso sonido en las cuerdas, una sección de maderas extraordinarias y una percusión exacta, incluso los metales, más allá de alguna falta de matiz en las trompetas y una cierta tosquedad en sus rincones más graves, cumplieron con corrección su cometido en partituras donde son demandados mucho más que lo habitual. De hecho, no son muchas las composiciones donde la tuba debe encarar un solo. En la obra de Britten, de intrincado contrapunto, la Filarmónica dialogó fluidamente entre sí y con el solista. Y en Los planetas, poderosa cuando debió serlo y sutil en los momentos más introspectivos, se lucieron además la fila de contrabajos y los solistas de las filas de primeros violines y violoncellos, impecables en sus solos.
Diemecke mantuvo la concentración y la tensión de la orquesta y sostuvo, a lo largo de las dos obras, la fuerza de un relato que no flaqueó en ningún momento. En el número final de Los planetas participó también el Coro de Niños, desde fuera de la escena y, lamentablemente, los problemas de afinación enturbiaron notablemente su actuación. Tanto la Filarmónica como Chen fueron ovacionados por un público muy numeroso y, en el final de la primera parte, el violinista nacido en Taiwan agradeció a la audiencia, dijo sentirse particularmente emocionado en esta primera visita suya a la Argentina y anunció su bis, uno de los Caprichos de Paganini, que interpretó con virtuosismo. Los aplausos volvieron a rubricar que se había tratado de un gran concierto.
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