Sábado, 23 de agosto de 2014 | Hoy
MUSICA › INTELIGENCIA ARTIFICIAL, CON MARCELO DELGADO
Por Diego Fischerman
El título Inteligencia artificial remite a la relación de un personaje con el artificio tecnológico. Y con la escena, donde las pantallas desintegran o multiplican a ese extraño narrador. Pero no hay nada de artificial en la re-composición que un compositor, Marcelo Delgado, devenido actor y verdadero demiurgo, hace de la obra de otro, Miguel Galperín, en la pieza que se presenta todos los sábados en Hasta Trilce (Maza 177). La composición se presenta como ópera y, precisamente, es la discusión –y la puesta en escena de esa discusión– acerca del género y, más allá, de la composición, de la naturaleza del tiempo musical y del cuerpo humano y su ocupación del espacio como material, lo que la constituye como tal.
La idea parte de John Cage, podría pensarse, pero tampoco en este caso se trata de algo mimético. Los famosos –y bastardeados– 4’33”, donde un pianista se sienta frente a su instrumento y no hace nada durante ese lapso, propiciando la escucha de lo que sucede en la sala, incluyendo los posibles sonidos provocados por la situación. En este caso se repiten una y otra vez, intervenidos por una flauta percutida y, claro, durando cada vez tiempos diferentes entre sí y, también, distintos de los cuatro minutos y treinta y tres segundos pactados en el título. Delgado, que ya ha leído varias veces una sucinta biografía de Cage, que ha jugado con sus manos –y ha cantado la canción inicial de aquel “Las manos mágicas” que en una época ya lejana la televisión transmitía por las mañanas–, asume el aspecto y la gestualidad de un conferencista pero, en rigor, produce más bien un constante cuestionamiento de lo que sucede en la misma escena (y en la propia composición).
La excelente flautista Patricia Da Dalt, en un costado y casi en penumbras, usa su instrumento casi como un susurrante artefacto de percusión y luego desaparece. También allí se rompe uno de los presupuestos acerca de la construcción de una obra y de ciertos principios de simetría que, aun hoy, articulan mucho de lo que circula en el campo del teatro musical. Y la convicción e histrionismo de Delgado son verdaderamente notables. La video-escenografía del colectivo brasileño SuperUber, por su parte, otorga una cualidad de distancia afectiva a lo que sucede en escena. Y es que tal vez nada sea real, ni siquiera –o mucho menos– el acto de crear una obra. Galperín, ya en Puño, presentada en esta misma sala en 2012, cuestionaba el papel del creador y su relación con la materia. Una y otra composición son, en rigor, dos partes de una especie de autobiografía en proceso. El autorretrato, en todo caso, de alguien para quien las preguntas son mucho más importantes que las respuestas.
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