Lunes, 3 de noviembre de 2014 | Hoy
MUSICA › A LOS 58, JORGE MINISSALE DEBUTó COMO SOLISTA CON JUSTO Y NECESARIO
El guitarrista y cantante, que fue parte de Suéter y fundador de Trigémino y Radio Shakespeare, grabó su álbum junto a invitados como Ricardo Mollo, Pollo Raffo, Hernán Arramberri y Juan del Barrio. También es docente e investigador musical.
Por Gloria Guerrero
Hace treinta años, Jorge Minissale estaba verdaderamente en llamas: 20 caras bonitas (1985), el tercer álbum de estudio de Suéter –la banda en la que tocaba la guitarra– pintaba tan pero tan bien que le había ganado al grupo la posibilidad de grabar en los míticos estudios ION... y en 24 canales (¡!). El disco ya estaba terminado, incluía nada menos que tres canciones propias de Minissale y, más aún, entre todos habían decidido que el primer simple de difusión saldría en su lado A con “Vía México” –increíble y eterno vintage boom hit– y en el lado B con un tema del guitarrista: “Amor a la italiana”. “¡Lo logré, lo logré, tengo una cara B!”, se entusiasmó Minissale. Pero un maldito día, al llegar al nuevo y bendito estudio, encontró a Charly García sentado ante la consola, listo para producir el nuevo disco de Suéter. Y García le dijo a Minissale: “Lo lamento. Estos temas tuyos... son de otro disco”.
Habla la víctima, hoy, tanto después: “Cuando Charly se puso a escuchar, me saltaron todas las alarmas. Me dijo: ‘Tus temas son de otro disco’; los eliminó, y se cayó todo mi castillo de naipes. Ahora me divierte la historia, pero entonces no fue nada fácil; por cierto, me costó muchos psicólogos (se ríe). Quizás otro productor habría retrabajado aquel álbum, pero hay que entender que Charly no tenía afinidad conmigo sino con Miguel (Zavaleta, el líder de la banda), lo cual estuvo perfecto. Y aquel fue mi último disco con Suéter. Teníamos shows todos los miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos; estábamos ganando guita en serio... Las canciones salían en todas las radios; aparecíamos hasta en la revista Antena; no podíamos salir a la calle sin que nos pidieran autógrafos. Era una deformidad, una locura, 20 caras bonitas al final fue Disco de Oro...”.
Pero Charly le había dicho: “Vos tenés que hacer tu música por otro lado”. Y Minissale fue, y la hizo.
Y la hizo muy bien: se fue de Suéter en su mejor momento; hizo Radio Shakespeare, hizo Mamporro, y ahora, en 2014, aterriza con lo Justo y necesario, su primera obra como solista, con enjundiosa banda y notables invitados (Ricardo Mollo, Pollo Raffo, Hernán Arramberri, Juan del Barrio y más), coproducida por Jorge y su amigo y colega Pablo Sbaraglia (Indio Solari y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado).
–De alguna manera, el “empujón” de Charly terminó siendo un patadón vital.
–Sí. Con estas cosas es tal cual: o terminás abrumado y hundido, o eso mismo te mueve a seguir. Es lo que decía Carlos Castaneda (Las enseñanzas de Don Juan): Charly fue mi famoso pinche tirano. Quizá resultó un poco desprolijo, pero Charly siempre es desprolijo. No tengo nada que reprocharle: tuvo razón. Me costó empezar a tener confianza en mí, pero fue una enseñanza de vida.
–Y diez años después, a mediados de los ’90, el mismo García lo eligió a usted –y no a otro– para tocar la guitarra en varios de sus shows en vivo.
–Eso es cierto. (Se ríe.)
Jorge Minissale (55) es guitarrista, compositor, cantante, investigador y docente. Tiene una historia larga y preciosa; desde la señera banda Trigémino de fines de los ’70 (“Tocábamos obras de casi media hora y nadie puede venir a decirme que no sé hacer eso; ya lo hice”, sonríe ahora, que hace temas de tres minutos) hasta varias encarnaciones de Los Twist (luce fantástico en el inolvidable video de “Invasión”), pasando por la célebre banda en vivo de Rebelde sin pausa, el programa de Roberto Pettinato en ATC, a comienzos de los ’90, junto al Zorrito Quintiero. “El programa de Petti era como una especie de show de David Letterman criollo, producido por Raúl Becerra, un genio. Y salía todos los días a la 1 de la mañana, para un público muy especial. Por ahí desfilaron casi todos los grandes músicos de la Argentina.” Minissale fue “banda estable” de otros programas de tevé, también, y la lista de grupos y trabajos sigue, y sigue...
–Si tuviera que nombrar, entre tantas actividades, aquel lugar en el cual se ha sentido más cómodo o más representado, ¿cuál elegiría?
–Seguramente Radio Shakespeare (1986-89). Lo llevo como un germen de lo que soy ahora. Porque ahí me animé a empezar a cantar.
Justo y necesario, el primer disco como solista de la historia de este histórico, acaba de salir a la luz. Y Minissale canta mucho más que bien: canta fenómeno. Y, hablando de fenómenos..., ahí está este otro.
–Ricardo Mollo fue su ídolo adolescente en épocas de MAM y ahora, tanto después, aparece cantando y tocando en su disco.
–Tenemos muy poca diferencia de edad y nos conocemos desde chicos, pero hacía mucho que no tenía contacto con él. Claro que era mi ídolo del barrio (El Palomar): el tipo era genial... ¡y tenía una Gibson! (Sonríe.) Yo no tenía ninguna guitarra; ¡en épocas de Trigémino él me prestaba la suya! Cuando empecé a cerrar la idea de Justo y necesario, me pareció que “No me toques” era una canción para que la cantara Ricardo; ya había puesto mi propio solo de guitarra, por supuesto, pero si venía Ricardo tenía que tocar él... Me dijo que estaba muy ocupado y lo esperé; dejé esa canción para el final y esperé porque sabía que Mollo tenía que estar ahí. Y esperé. Y esperé. Y estuvo (sonríe del todo).
–”Fruto prohibido” era para Andrés Calamaro, pero a él no lo pudo esperar...
–No. A Andrés lo busqué, pero no lo encontré nunca; me sigue pareciendo que podría haber cantado perfecto esta canción. Es otro a quien conozco desde siempre; Andrés tocó con Trigémino cuando tenía 17 años, pero después nos fue muy difícil juntarnos. Lo busqué ahora, lo busqué y lo busqué, y nada. Es un superrecontra artista, entiendo todo eso y creo que ni tiene noticias de “Fruto prohibido”, y terminé cantándola yo mismo. Andrés trabaja con cierta armonía que me pareció que en este tema le iba muy bien, él inventó todo eso y después vinieron miles de arribistas sin su calidad ni su desfachatez ni su talento. Lo admiro mucho. Sé que no me tengo que meter en ese rubro, porque él es el rey, pero esta canción me encanta... y al final quedó perfecta.
–Justo y necesario, a su modo, levanta la apuesta y contradice aquel dicho de que los ‘80 y ‘90 fueron musicalmente horribles...
–(Se ríe.) Fue muy difícil superar los ’70, en cualquier rincón del mundo. En cuanto a los ’80 argentinos, diría que hay cosas que estuvieron bien. En mi caso y en el de tantos otros, recordemos que éramos pibes y que estábamos aprendiendo: no había productores ni existían los técnicos, salvo honrosas excepciones. Se dice que los ’80 fueron una “liberación”, un “destape”, pero eso le abrió la jaula a un montón de otras cosas. De lo más que puedo hablar es de Suéter, porque conviví con una dualidad que, vista en perspectiva, fue un signo de los tiempos: por un lado teníamos canciones muy comprometidas y por el otro era todo como una estupidez. Pero era a sangre. Hoy agarrás un ProTools o toda la plataforma digital, y listo... Anteayer estaba en casa regrabando cosas –mi set de audio es humilde pero me funciona; de hecho, mucho de este disco está grabado allí–, y mi hijo de 15 años vio que me equivocaba. Le dije: “¿Te das cuenta? Ahora cualquiera pega-corta-pega: cualquiera puede tocar. Antes tenías que saber tocar”. Y, de hecho, cuando Les Paul inventó el multitrack, el público pensó que los músicos eran mentirosos porque podían sobregrabar. ¡Mirá vos ahora! (risas). Los ’80 tuvieron algo muy característico: “Okay, acá está la tecnología, vamos a explotarla”. Pero no estaba madura como para que no se notara. Si ponés la perilla en 10, siempre se va a notar: el chiste es que no se note. ¡En los ’80 escuchabas tambores que estaban más arriba que la voz del cantante! El asunto era encontrar a alguien que tuviera experiencia. Porque cualquiera tomaba decisiones temerarias, algunas malas, algunas buenas.
–¿Recuerda alguna buena en particular?
–Me acuerdo, como si fuera hoy, del segundo disco que hicimos con Suéter: no queríamos incluir “Amanece en la ruta”, porque no nos parecía un buen tema. Habíamos empezado a grabar en los estudios Panda con Mario Breuer como técnico, pero como él ya no tenía más tiempo –estaba en simultáneo con Del ‘63 de Fito Páez y Hotel Calamaro–, pasamos a grabar con otro técnico, alucinante, Amílcar Gilavert. Y Amílcar nos dijo –y acá es donde hay que fijarse cuánto valía la experiencia en los años ’80–: “Esto es un hit, muchachos, grábenlo”. Sin él, no lo hubiésemos grabado nunca.
–Usted es investigador y docente. ¿Qué experiencia le interesa brindar?
–Cuando le estás dando clases a alguien, te ves obligado a estudiar y a aprender cosas nuevas todo el tiempo. Eso me ha hecho mejor músico: si hablo de modulación, tengo que estar muy seguro de lo que digo. Pero no todos mis alumnos tienen ganas de estudiar; muchos creen, como pensaba yo, que “si estudiás perdés la onda”. Y no es así. Podés seguir siendo un loquito y además saber lo que estás haciendo. Eso me lleva gran parte de mi tiempo: doy clases particulares y también en una casa de música en Palermo (Habeshian, Jorge Luis Borges 2436). Al principio me costó mucho enseñar, porque venía de galopar y tuve que bajarme en el medio del desierto: había que vivir y había que trabajar. Hoy me dedico a esto desde que me levanto hasta que me duermo, para bien o para mal.
–Después de tantos años de buenos alumnos, ¿alguno se le hizo muy famoso?
–(Se ríe.) ¡La guitarra de Lolo!
* Jorge Minissale presentará Justo y necesario en universidades. La primera fecha será este jueves a las 21 en la Universidad de La Matanza.
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