MUSICA › NORA SARMORIA EXPLICA EL EXPERIMENTO QUE LLEVO A LO QUE SE VERA HOY EN LA USINA DEL ARTE
La pianista, cantante, compositora y arregladora señala: “Pasé mucho tiempo metiéndome en discusiones técnicas, estéticas e ideológicas” para arribar al concierto que presentará en el Festival de Jazz, una propuesta de cruce entre su música y la de Thelonious.
› Por Santiago Giordano
La música de Nora Sarmoria suena en las grietas de los géneros. Las ingeniosas filtraciones de folklore o de jazz, entre muchos otros colores, geografías y épocas en ese poco cómodo lugar adonde no llegan las etiquetas, dejan señales ciertas: la música de la pianista, cantante, compositora y arregladora suena, por materialidad y destino, sudamericana. Desde ahí, Sarmoria escucha y versiona a Thelonious Monk, uno de los músicos de jazz más originales, excéntricos e imitados. Visiones sudamericanas de Monk se llama el programa que presentará hoy a las 18 en la Usina del Arte (Caffarena y Pedro de Mendoza) junto a Facundo Ferreira en percusión, Martín Pantyrer en vientos, Marcos Cabezas en marimba y vibrafón y Ariel Naón en contrabajo. Estarán además la cantante Victoria Zotalis y la violoncelista japonesa Asaka Igarashi. El concierto integra el segmento Proyectos Especiales del Festival de Jazz de Buenos Aires y será gratuito. La luminosidad de Sarmoria va en busca del ensueño umbroso de Monk. Algo así como “los opuestos temperados”, lo que podría ser una improbable pero atractiva definición del jazz actual. Sarmoria, que sabe de riesgos y rupturas, prefiere destacar analogías entre su música y la de Monk, que fundamentaron su trabajo. “Sin ir más lejos, Monk era un tipo al que iban a escuchar muy pocos, en ese sentido siento una gran identificación con él”, bromea.
Sarmoria pone a Monk en la base de su formación. Habla del despojo, del uso de las disonancias y de una particular idea del tiempo, como manera de tomar distancia de lo que lo rodeaba. “Hizo una música diferente, abrió un camino. El encuentro de mi música con la suya pasa por las rupturas de los lenguajes tradicionales y por tirarse a la pileta sin especulación sobre el gusto corriente”, asegura. “Ningún tema fue tratado como estándar. Pasé mucho tiempo metiéndome en discusiones técnicas, estéticas e ideológicas. Peleándome con Monk, pero sobre todo conmigo misma”.
–¿Hay un costado ideológico?
–Claro. No quería hacer un tema de Monk y que quede como las versiones orquestales de folklore de Waldo de los Ríos. Tampoco caer en el lugar común de versionar temas archiconocidos, simplemente cambiando el ritmo. Necesitaba un diálogo más profundo, intervenir su música con la mía.
–¿Hasta qué punto su música intervino la de Monk?
–Respeté su música, que tiene una gramática muy particular. Hay cosas que resultan difíciles de explicar, sin embargo después de tocarlas mucho logré encontrarles una lógica. Me sentí más cómoda trabajando con lo inesperado de Monk, aunque también hay cosas que son muy naïf y son las que me dieron más trabajo para llevar a mi territorio. Las melodías están como en el original, pero trabajé sobre un aspecto rítmico que les abrió otra dimensión. Creo que esta idea se concentra en “Skippy”, un swing rápido que envolvimos en ritmo de chacarera tocando todos juntos, al unísono. Además se produjo una relación casi natural con “La oncena”, de Eduardo Lagos. No es casual que ambos temas hayan sido compuestos en la década del ’50.
–¿Por dónde pasa lo sudamericano en este trabajo?
–Tiene que ver con lo rítmico y un color, pero también con una mirada desde mi lugar, de lo que soy también como compositora. Además hay una cuestión de método que es sudamericana y que tiene que ver con un intenso trabajo colectivo, porque si bien los arreglos son míos, esto no se hubiese podido hacer sin los músicos que me acompañan.
–¿Por qué eligió a estos instrumentistas?
–Cuando me encargaron este trabajo, que tiene que ver con acercar a un músico a tocar una música que aparentemente no le es tan cercana, había condiciones. No podía tocar sola ni con ninguna de las formaciones con las que toco, debía formar como mínimo un cuarteto. Decidí armar un quinteto con músicos conocidos desde hace tiempo, amigos que además son formidables instrumentistas.
–¿Cómo selecciona las obras ?
–Fue un trabajo intenso. Partí de tocar en el piano toda su música y escuchar sus propias versiones. Fui haciendo pruebas, grabándome con piano y voz. Salieron cosas ridiculísimas y otras que fueron quedando. Fue un proceso muy largo de decantación, que fue dejando los elementos sobre los que después trabajaría detalladamente, como la instrumentación. Hubo algunos temas que se engancharon con temas míos, como “Blue Monk”, que en un momento se encuentra con “Ilumina”. Me pareció inevitable. Entre las premisas estaba la de no tocar temas propios, pero me pareció oportuno dejarlo así, porque explica un poco desde dónde escucho a Monk, desde dónde lo traduzco. Monk fue un viaje, con sus maravillas, tormentos y contradicciones, pero un viaje del que vuelvo feliz.
–¿Cómo sale Monk de estas sesiones?
–A veces pienso que se reiría. O tal vez seguiría como si nada, bailando alrededor de su piano.
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