MUSICA › MARCELO MOGUILEVSKY DESPIDE SU DISCO BUEY SOLO, EN CARAS Y CARETAS
Este virtuoso del saxo soprano y el clarinete, capaz de ir del klezmer a la experimentación tímbrica, grabó su disco en soledad, trabajando con loops. “No es que no haya interacción. La hay, pero conmigo mismo. Y era un camino que me interesaba poder recorrer”, explica.
› Por Diego Fischerman
Virtuoso de instrumentos tan improbables como la flauta dulce, el arpa de boca o el propio silbido, además de los más previsibles saxo soprano, clarinete y clarinete bajo, y capaz de ir del klezmer a la experimentación tímbrica o la improvisación sin tema previo, Marcelo Moguilevsky ostenta una rara virtud. Todo lo que hace tiene su gesto, su manera de frasear, su respiración. Nada hay de collage ni de rejunte. Su estilo es tan fuerte, en todo caso, que importa poco cuál sea el punto de partida. Desde el recordado Comedia, uno de los grupos más originales de su época, a comienzos de los ’80, o aquel notable Puente Celeste, o sus dúos con César Lerner, o con los guitarristas Juan Falú y Quique Sinesi, hasta el actual Buey solo, siempre hay una misma voz. Múltiple y capaz de multiplicarse hasta el infinito pero siempre implacablemente fiel a sí misma.
“En este formato me siento cómodo”, dice Moguilevsky refiriéndose a su último disco y al espectáculo en el que lo presenta, a solas pero jugando, como si se tratara de espejos, con todas sus imágenes posibles. “Y puedo decirlo porque al principio no me sentía cómodo. Era terriblemente exigente. Salía así, solo, a improvisar sin red. Era una dificultad buscada, por supuesto –comenta a Página/12–, pero después todo lo que podía hacer en escena, el uso de loops, los distintos instrumentos, empezó a volverse algo muy grato. Muy parecido a mí. Muy propicio para decir lo que sentía y lo que quería decir.” Buey solo, cuenta, es, posiblemente, ya una puerta hacia otro territorio. Y hoy, a las 21, lo despide, entonces, con un concierto en Caras y Caretas (Sarmiento 2037).
Si se piensa que Buey solo, un álbum que incluye un CD y un DVD, fue grabado en vivo (en Café Vinilo), su presentación en concierto es una especie de rulo al rulo. Sin embargo, resulta absolutamente pertinente. Porque nunca un concierto es igual a otro, desde ya (y mucho menos si se trata de Moguilevsky), pero, sobre todo, porque existe una retroalimentación. Aquello que fue grabado es ahora comentado, cada vez, con una historia diferente –y más larga– a cuestas. “Siempre había tocado de la manera más acústica posible, sin poner un cable por ningún lado”, cuenta, en relación con el origen de este proyecto. “Me interesó, en principio, trabajar con los loops; quería saber qué podía hacer yo con mi cabeza ahí adentro. Y, después de un período más puramente experimental, más ligado a la improvisación, empecé a pensar a ver qué podía componer a partir de ese recurso. Ya pensando en la adición o sustracción de cosas, en las texturas. En cuanto al material, trabajo con copas, con agua, con piedras. Cualquier cosa que encuentre por allí y que me parezca que va a poder derivar en un paisaje sonoro. Y, después, ponerlo allí, en esa mezcla rara de músicos que soy yo, y que por arriba de eso aparezca un tema.”
Integrante del directorio del Fondo Nacional de las Artes y particularmente interesado en la formación de músicos, ha encarado, junto a Oscar Edelstein y el pianista Ernesto Jodos, una serie de encuentros y seminarios destinados tanto a dar elementos de composición e improvisación a los alumnos como, sobre todo, a descolocarlos. A ponerlos en situaciones que los hagan reaccionar creativamente por afuera de los automatismos. “Ese es el aprendizaje principal de un músico –dice– y lo es para mí también. Estar ante un estímulo dispuesto a que ese estímulo se apropie de uno. Creo que un músico debe estar seguro de lo que tiene entre manos y de los recursos creativos con los que cuenta. Yo me siento confiado en cuanto a que tengo algo para decir y por eso no me asusto ante la posibilidad de patinar entre distintos instrumentos o entre diferentes géneros. Puedo tocar folklore con Juan (Falú) o klezmer con César (Lerner) y sé que lo que va a salir es mío. Para mí, los géneros no son más que un formato posible y, como siempre me gustó escuchar muchas músicas, puedo moverme por ellas con tranquilidad y con placer.”
En este momento, Moguilevsky está escribiendo –o tal vez sería más preciso decir “diseñando”– situaciones en las cuales la música será compuesta del todo recién al ser interpretada, para él junto a un cuarteto de cuerdas residente en Amsterdam, con el que se reunirá en pocos días. “Vamos probando hasta ensayar por Skype pero, al final, hay cosas que sólo se consiguen juntándose a tocar.” Para alguien que ha hecho un credo personal del tocar con otros y del escucharse para poder crear, estar a solas, como en el espectáculo que presentará esta noche, es una rareza. “No es que no haya interacción. La hay, pero conmigo mismo. Y era un camino que me interesaba poder recorrer.”
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