Sáb 22.11.2014
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MUSICA › TRAS SU PASO POR EL LOLLAPALOOZA, JAKE BUGG REGRESA A BUENOS AIRES

“No veo a la música como un trabajo”

El cantautor británico tiene 20 años, dos discos muy aclamados y exitosos y comparaciones con Bob Dylan y Johnny Cash. Mientras piensa en su próximo trabajo, reconoce que no sabe qué hubiera hecho de no haber prosperado su carrera, porque “no había un plan B”.

› Por Joaquín Vismara

Un mero repaso cronológico es suficiente para darse cuenta de que Jake Bugg consiguió en poco tiempo lo que a otros les significa una carrera larga y sinuosa. Nacido el 28 de febrero de 1994, el músico británico se crió en Clifton, un suburbio de poco más de veinte mil habitantes, al sur de No-ttingham. Su infancia transcurrió sin demasiados sobresaltos, hasta que a los 12 escuchó una canción del cantautor norteamericano Don McLean en un capítulo de Los Simpson. Al poco tiempo, su tío le enseñó sus primeros acordes en la guitarra y ya no hubo vuelta atrás. Bugg repartió los primeros años de su adolescencia entre los intentos para dominar las seis cuerdas y la típica vida joven de su ciudad, una rutina que incluía beber más de la cuenta, consumir sustancias no del todo lícitas y pasarse las noches en fiestas que duraban hasta que alguna trifulca indicaba que ya era hora de volver a casa. Así, canalizó estas vivencias en canciones y al poco tiempo se consolidó como un trovador que daba cuenta de la vida en los barrios bajos, que espiaba de cerca la obra de Johnny Cash y el primer Bob Dylan con una mirada propia tan aguda como flemática.

Tras presentarse en el festival Glastonbury en 2011, en un escenario dedicado a jóvenes talentos, Bugg consiguió su primer contrato discográfico y publicó su debut homónimo en 2012, que trepó a la cima de los rankings británicos en pocas semanas. Antes de que el año terminase, el ex Oasis Noel Galla-gher lo invitó a abrir los shows de una gira de catorce fechas por Estados Unidos y Canadá, y el joven inglés aprovechó los ratos muertos entre un show y otro para ampliar su repertorio. Con un cancionero ya pulido, Bugg entró a trabajar a los estudios en Malibú del productor Rick Rubin, responsable de rescatar del olvido la carrera del ya mencionado Cash a mediados de los ’90. Además de contar con un sonido más filoso y rockero que su predecesor (potenciado por el aporte de Pete Thomas y Chad Smith, bateristas de Elvis Costello y Red Hot Chili Peppers, respectivamente), Shangri La, publicado a un año exacto de su álbum debut, abandonó las viñetas cotidianas sórdidas, en un giro autorreferencial. “No quería hablar sobre cosas que pasan en las calles, gente que se apuñala en fiestas, salir a tomar cerveza y cosas así. Es gracioso, porque de todos modos vas a ver cosas como ésa, vayas donde vayas”, explica Bugg a Página/12 desde México.

Con un álbum otra vez en el podio de los más vendidos en su país, el músico se dio en febrero el lujo de encarar por su cuenta una fecha en el Royal Albert Hall, con el guitarrista Johnny Marr como invitado. Dos meses más tarde, Bugg formó parte de la primera edición local del festival Lollapalooza y también tocó por su lado en Niceto. Que su show de esta noche (a las 20.30 en La Rural, Av. Sarmiento 2704) sea a sólo siete meses de haber pisado suelo porteño por primera vez encaja con su dinámica de trabajo indetenible, la misma que lo tiene pensando en el próximo paso a dar una vez que regrese a su país.

–Su carrera artística se caracteriza por su celeridad. ¿Cuánto cree que creció artísticamente en todo este tiempo?

–Es algo difícil de responder, al menos hasta que salga mi próximo álbum. Siento que con el último disco alcancé un punto de madurez importante en comparación con mi debut y espero que lo próximo que haga sea lo mejor de mi obra. Las canciones son las mejores que escribí hasta ahora, pero nunca se sabe. No tengo pensado qué tipo de disco quiero que sea, pero es justamente eso lo que más me empuja a hacerlo. Quizá vuelva a colaborar con Rick Rubin, pero también quiero trabajar con distintos productores y estudios, para disfrutar lo que más me gusta hacer y experimentar un poco, para ver qué pasa.

–Rubin asegura que cuando llevó a Chad Smith para que grabara en su disco, usted no tuvo idea de quién se trataba hasta que pasó bastante tiempo. ¿Fue así?

–Sí, no voy a negarlo. No soy fanático de Red Hot Chili Peppers, así que no les conozco las caras. Al final de cuentas, descubrí que es un tipo muy copado y un músico excepcional. Poder grabar un disco con gente bastante más experimentada que yo fue algo que me sirvió mucho.

–De hecho, compartieron escenario en Niceto.

–Sí, eso estuvo muy bien, aunque fue idea suya, no mía. Los Chili Peppers tocaban en la segunda jornada de Lollapalooza, y él iba a venir a mi show de todos modos. Me lo sugirió esa misma noche y no pude decirle que no a una oferta como ésa.

–Gracias a su carrera, trabó amistad con Noel Gallagher y Johnny Marr. ¿Le dieron algún tipo de consejo sobre cómo manejarse en su carrera?

–Cuando nos fuimos de gira, Noel se preocupaba porque descansase y no bebiese de más, para no arruinarme la voz. Johnny es una persona excepcional, se puede pasar horas hablándote sobre cómo logró ciertos sonidos en algunas canciones o qué hacer en el estudio. El tipo fue el guitarrista de The Smiths, así que ya con el solo hecho de poder pasar tiempo con él aprendés un montón. No deja de ser raro que la gente a quien admirabas y que te llevó a elegir ser músico se acerque para decirte que le gusta lo que hacés y aconsejarte.

–¿Y cuán difícil fue para usted aprender a llevarse con la industria a los 17?

–Fue un poco extraño, porque no sabía nada de cómo manejarme; aprendí mientras avanzaba en mi carrera y conocía a la gente adecuada. Con el paso del tiempo, empezás a acostumbrarte a algunos manejos y a cuán turbias se pueden llegar a poner algunas cosas, pero es algo que funciona de esa manera, guste o no.

–Se pasó los últimos tres años repartidos entre giras y grabaciones. ¿En algún momento la situación lo llevó a replantearse algunas cosas?

–No. Me encanta encerrarme en el estudio, es lo mejor del mundo para mí. No veo esto como un trabajo, porque es algo que me encanta hacer y siempre fue mi sueño. Hay una cuota frustrante, que está relacionada con todo lo que no tiene que ver con hacer música o tocar en vivo. Gajes del oficio, supongo.

–Muchas de las letras de su debut retratan sus días en Clifton. ¿Cuánto cambió su vida en todo este tiempo?

–Cambió completamente, como si todo quedara patas para arriba. No extraño cómo era mi vida antes de grabar mi primer disco, porque en ese entonces lo único que quería hacer es de lo que vivo ahora. Todavía veo a mis amigos y es importante mantener ese contacto porque es lo que me mantiene con los pies sobre la tierra. Tampoco era un descontrolado, pero a veces terminás encontrándote con gente con la que fuiste al colegio o que conocés de por ahí, y recordás lo que era vivir pensando en cómo pagar las deudas y llegar a fin de mes, una preocupación constante. Seguramente todos tienen algún talento que los vuelve únicos en lo suyo, sólo que nadie lo descubrió.

–Antes de decidir dedicarse a la música, tuvo algunas entrevistas laborales en su ciudad. ¿Qué hubiera pasado si no prosperaba su carrera artística?

–No tengo idea, porque no había un plan B. No es el consejo ideal para andar recomendando por ahí, pero a mí me funcionó.

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