Martes, 25 de noviembre de 2014 | Hoy
MUSICA › CULMINó EL FESTIVAL NACIONAL DE LA MúSICA DEL LITORAL
El encuentro posadeño ya va por su 45ª edición (7ª del Mercosur) y congregó entre cinco y nueve mil personas por jornada. Mario Bofill fue uno de los consagrados por el público, que también aplaudió a Ramón Ayala y el homenaje a Tránsito Cocomarola.
Por Sergio Sánchez
El domingo finalizó la 45ª edición del Festival Nacional de la Música del Litoral, 7ª del Mercosur, y dejó mucha tela para cortar. Se trata de un encuentro realmente profesional, con una técnica impecable –un sonido de gran nivel–, un genuino acompañamiento del público, una marcada identidad cultural y un respetuoso trato hacia los músicos, algo no muy común en los festivales de renombre. Todo esto convierte al Festival del Litoral en uno de los encuentros musicales más importantes del país, no sólo de la región. Sería bueno, entonces, que la mayoría de los medios nacionales le dieran mayor cobertura, como sucede con los festivales de Cosquín, La Chaya o Jesús María. Si bien no compite con ninguno de ellos, no tiene nada que envidiarle. Es, en todo caso, una propuesta diferente y muy particular, tanto por el lugar geográfico en el que está ubicado como por la grilla artística.
En líneas generales, el festival les da lugar a las expresiones musicales más tradicionalistas de la región, aunque también abre el juego a artistas más innovadores o que se animan a refrescar el repertorio. En ese sentido, es una pena que grupos jóvenes, como Los Mitá –muy aclamados por estas tierras–, desaprovechen el espacio para mostrar composiciones propias o encontrarle nuevos sonidos al repertorio clásico. Otros, más osados, como Fabián Meza, encuentran en el escenario la oportunidad ideal para demostrar que se pueden decir otras cosas sin desconocer la raíz. El festival, también, contó con un buen marco de público: cada jornada reunió a cinco mil personas y la última alcanzó las nueve mil.
En esta edición, también, el encuentro recreó un ritual que es parte de su esencial: las antorchas. Antiguamente, el público consagraba a los artistas prendiendo una antorcha, como signo de aprobación. La organización las repartió entre el público y éste decidió quién se las merecía. Durante el cierre de la última jornada, el elegido fue el correntino Mario Bofill, un cantautor que goza de un enorme popularidad en la región, pero que nunca pudo proyectarse a nivel nacional. Apenas los conductores mencionaron su nombre, el anfiteatro estalló en aplausos. “Olé, Olé, Olé, Mario, Mario”, fue el cantito más repetido. Acompañado por una banda que sonaba impecable, el cantautor paisajista regaló las canciones más celebradas de su repertorio, como “Adonde me voy a ir”, “Estudiante del Interior”, “La Pepa” y “Bañado norte”. Antes de cada canción, contaba anécdotas e historias de desarraigo. Desde el público, también caían lágrimas de emoción. Bofill sabe qué fibra tocar para conmover y el público se lo reconoció durante todo el concierto, que superó la hora y media. “Mis conciertos duran entre diez minutos y cuatro horas”, bromeó apenas subió. Y cerró con un popurrí de piezas de Tránsito Cocomarola, Ernesto Montiel e Isaaco Abitbol, a puro bandoneón. Quien también se robó la euforia y el reconocimiento del público fue Luis Landriscina. A los 78 años, el narrador recibió un homenaje en vida y se llevó el Mensú de Oro. Con poca voz debido a un problema en la garganta, el chaqueño se lució con esas historias rurales que no pasan de moda y que sólo él puede contar.
En tanto, el premio Consagración fue para la misionera Pamela Ayala, una joven cantora muy querida por el público y muy cercana a sus compañeros de generación. Quienes no recibieron premios fueron Los Núñez, pero Juan y Marcos subieron al escenario las cuatro jornadas. El jueves brindaron un concierto propio, el viernes acompañaron al Chango en varios temas, el sábado el bandoneonista Juan Núñez subió como invitado en el concierto de Tonolec y el domingo escoltaron a Ramón Ayala. A veces los gestos musicales dicen más que una plaqueta. “Para nosotros, Ramón es un juglar de la música de Misiones y es uno de los grandes de la música argentina, como Atahualpa Yupanqui. Nosotros nos nutrimos y aprendemos mucho de él”, le dijo Juan Núñez a Página/12. “La idea es innovar, pero no perder la identidad. Si no conocés tu música, tu raíz, no podés aportar cosas nuevas”, dice Marcos Núñez.
Uno de sus referentes, Ramón Ayala, fue otro de los músicos destacados de la última jornada. El poeta y compositor bajó desde la platea, entre el público, y no se guardó ninguno de sus himnos: “Posadeña linda”, “El Mensú” y “El cosechero”. Un rato después, el músico y gestor cultural Joselo Schuap, quien también transmitió todo el festival en radio móvil, repasó sus canciones cargadas de contenido social, mate y chamamé. Sorprendió con una versión de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, de Fito Páez, y con una canción dedicada a la preservación del agua, llamada “Río libre para los libres”.
También hubo un homenaje a Tránsito Cocomarola, de la mano de su hijo Coquimarola y su nieto Gabriel, y el premio Revelación fue para el grupo Sonares, uno de los ganadores del prefestival. Con dirección de Luis Marinoni, el Ballet Oficial hizo un gran papel con cuadros que versaban sobre la selva misionera, los próceres del folklore regional y uno en honor al Comandante Andresito. Entre los puntos altos, también pueden destacarse las actuaciones de Karoso Zuetta y Nerina Bader, quienes luego se cruzaron en el escenario con el dúo Tonolec e hicieron juntos una potente versión “El cosechero”. Aunque el baile es una deuda pendiente del festival (porque no hay un espacio destinado para tal fin), el grupo de Brasil Garotos de Oro consiguió que se abriera la puerta del sector de público que da al escenario y que varias parejas pudieran bailar. Una fiesta popular que promete seguir creciendo.
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