Desde Santa María de Punilla

Cerveza, empanadas, guardabolsos, carga de celular. Ofertan por doquier los letreros de una casa desteñida, en la matriz colonial que impone la arquitectura coscoína. Pero, por un día, falló el tráfico humano: nada se supo de hippies punkies con clavas, ni de los que venden atuendos y pan relleno, ni de las tribus en procesiones tóxicas. Por primera vez en quince años de historia, el Cosquín Rock debió posponer una jornada. Fue debido al peor shock climático en dos décadas, que castigó a una buena parte de la provincia de Córdoba, y que al momento de escribirse estas líneas había provocado siete víctimas fatales, además de desapariciones, miles de evacuados, anegamiento de caminos y destrucciones varias. Por esto, distintos organismos oficiales coincidieron en que el Día 2 del Cosquín Rock, a concretarse el domingo, era inviable, y debió postergarse la grilla casi completa para el día de ayer. Por el cambio, Kapanga, Catupecu Machu y La Mississippi cancelaron sus segmentos.

El lunes por la tarde, un sol picante drenó las ciénagas. “Necesitamos ayuda para Córdoba en este momento difícil”, se impuso Andrés Ciro Martínez, ya bajo las deseadas estrellas, a menos de la mitad de su set final de dos horas y media, en el que hubo un pesto de versiones de Riff (“No obstante lo cual” se sumó al homenaje a Pappo que el sábado había hecho Calamaro), de The Stooges (“TV Eye”), de Sumo (“La rubia tarada”), las traducciones piojosas de “Blue Suede Shoes” y “Around & around”, más un trencito humano, córeos de bailarinas para “Caminando”, y un atrayente aquelarre de espectros en “Fantasma”.

El show hizo pie en la cosecha piojosa, aquello que lo conecta tan fuerte con ese público de más de 40 mil personas –10 mil más que en el Día 1– que zarandea banderas de palo. “Canción de Luna” y los llantos a cococho, “Tan Solo” y “Luz de marfil” con el ex compañero Micky Rodríguez, “El farolito”, “Cruel” y “Como Alí” como señuelos de despedida. Así se forjó el pacto que habilita golpes radiales como el de “Mírenla” o “Astros”. Al frente de Los Persas, Ciro le saca capas al material piojoso, deja la corteza, resta densidad, suma pop, confiado en la luz personal que lo tiene como voz de aquella generación que abastecía al mainstream con arrabales rockeros. Ese mestizaje candombero de saco de cuero, maracas y llantas, parece tenderles a mano a las camadas que depositan su fe en Las Pastillas del Abuelo, o en Salta La Banca y sus chichis guerreras (“Libertad a Diego Argañaraz / Todos somos Callejeros”, ladraba la musculosa de Santiago Aysine). Todo eso desfiló sobre el escenario principal, junto a los tradicionales Las Pelotas.

A 653 pasos de ahí, en el espacio temático consignado esta vez al metal, Ricardo Iorio también lamentaba los efectos de la tormenta eléctrica, principalmente por la pérdida de “una criatura”. Algo de Trillando la fina, lo último de Almafuerte, más clásicos como “Triunfo” o “Ser humano junto a los míos”, completaron una recorrida de contrapuntos en los extremos del aeródromo. Casi como una exageración de la montaña rusa estilística distintiva del festival, que habilitó la descarga furiosa del supergrupo latino De La Tierra –Alex González les dio la razón a los que insisten en que lo mejor de Maná es el baterista–, con un agradecido Andrés Giménez, mientras Piti Fernández, voz de Las Pastillas del Abuelo, labraba la mística terrenal con “La cerveza” y “Qué es Dios”. A mitad de camino, Guauchos y su vía electroacústica, en la carpa del Escenario Pepsi, ante un grupete de convencidos.

Hablando de aniversarios, Las Pelotas, banda que acaba de celebrar sus 25 años con el disco 5X5, labró una nueva incursión coscoína –“asistencia perfecta”, le dicen–, con un formato de vivo que desde hace rato no se altera. Comienzos y cierres fuertes (“Basta” y “Orugas” para abrir, “Sin Hilo”, junto a una redentora Mariana Pellegrino en guitarra, y “Brilla”, para cerrar), y un corazón de baladas (“Cómo se curan las heridas”, “Personalmente”) que algunos alaban y otros detractan. Las nuevas generaciones sí abrazan al formato menos vertiginoso y más melancólico del grupo liderado por Germán Daffuncchio, que mantiene esa mueca antisistema palpable en “Desaparecido” (“¿Dónde está Julio López?”) o “Esperando el milagro”, cantado a dúo con “el compañero de lucha” Raly Barrionuevo.

Molotov fue uno de los más afectados por el microclima festivo. Los mexicanos habían anunciado la grabación de disco en vivo y DVD para festejar sus dos décadas de vida en el cierre del Día 2, pero por otros compromisos debieron adelantarse varias horas en la grilla del lunes –la propia del Día 3–, y plantar su set bajo el rayo del sol. “La única diferencia es que vamos a tocar con lentes oscuros”, bromeó Tito Fuentes en previa conferencia de prensa. Con una oferta no muy distinta de la que pudo verse en la edición de 2013, el cuarteto trabajó sobre sus columnas discográficas, por lo que ¿Adónde jugarán las niñas? (“Chinga tu madre”, “Gimme the power”, “Mátate Teté”) y Dance And Dense Denso (“Hit me”, “Frijolero”, con Pancho Chevez, de Mundo Alas, en armónica) calibraron el agite. Así y todo, el ritual principal del lunes tuvo su esqueleto en el renacer del rock barrial menos barrial. Una segunda generación, con Ciro y Las Pelotas como referentes de traspaso, y con Las Pastillas, Salta La Banca y El Bordo como estandartes más urgentes, las banderas de palo se agitaron más que nunca.