MUSICA › FESTIVAL INTERNACIONAL DE LA TRIPLE FRONTERA
Un diálogo de a tres
El encuentro se realizó bajo el lema “Diversidad cultural en paz”. En una zona políticamente sensible, el público disfrutó de shows musicales, cine, espectáculos de murga, teatro y danza.
› Por Karina Micheletto
Desde Puerto Iguazú
La zona conocida como la Triple Frontera (la confluencia de los territorios de Argentina, Paraguay y Brasil, entre los Ríos Iguazú y Paraná) no tiene precisamente buena prensa. Por estos días su mala fama fue reactualizada de la mano de una de las leyendas que la sustentan: la de ser lugar de tránsito y escondite de terroristas de todo tipo. Claro que, mientras a nivel nacional circulaba la noticia de que una célula de Al Qaida había ingresado al país justamente por aquí para reclutar gente y convertirla al terrorismo –y hasta adquiría tono electoral, chicanas de candidatos mediante– por aquí el tema principal era la derrota de Argentina frente a Paraguay, por primera vez en la historia de las Eliminatorias. Es que las historias sobre Hezbolá, Hamas y Al Qaida aparecen cada tanto, y a nadie parece inquietarle por estos pagos. Las secretarías de Cultura de Argentina, Brasil y Paraguay eligieron esta zona de frontera como sede de un Festival Internacional de Cultura, que se realiza por segundo año consecutivo, esta vez con el lema Diversidad cultural en paz. Una serie de conciertos y presentaciones de murga, teatro, danza y proyecciones cinematográficas, a los que se suman distintos foros de reflexión sobre la problemática de fronteras, conforman un espacio que intenta subrayar los vínculos de unión de una región que se caracteriza por su diversidad cultural.
El Festival fue inaugurado en escenarios paralelos de Puerto Iguazú, Ciudad del Este y Foz de Iguazú, las tres capitales de frontera. Por allí pasaron la Escuela de Circo de la Provincia de Buenos Aires, la Murga del Monte de Oberá, el grupo de teatro Veladas Paraguayas y el Dúo Oviedo Acuña y el Arpa de Tito Acuña, un grupo con 21 años de trayectoria que cultiva el folklore paraguayo, con creaciones propias y obras de autores como Emiliano R. Fernández o Félix Pérez Cardoso (el recopilador de Pájaro campana). Del lado brasilero se escucharon propuestas como el espectáculo La formoseñada y Voces de Brasil, entre otros. Separadas por un puente y algunos kilómetros de carretera, las tres ciudades conforman un territorio de intercambio permanente, sobre todo desde el puerto franco de Ciudad del Este hacia los otros dos puntos (aunque en la práctica este territorio común sólo se materializa institucionalmente en el cruce entre Ciudad del Este y Foz, que establecieron una frontera común entre sus respectivos estados limítrofes, mientras que para cada cruce de frontera a la Argentina se exige la presentación de documentos de identidad). Con algunas actuaciones suspendidas el sábado pasado por mal tiempo, el domingo el Festival continuó con un brillante show de Palo Pandolfo.
Si las relaciones entre los vecinos no siempre fueron ni son amables en esa zona de frontera, la idea del Mercosur Cultural, que intenta fortalecer este Festival, es trabajar para revertirlo. Claro que, llevada a la práctica, esta idea demuestra tener más dificultades de concreción que en las declaraciones. A modo de ejemplo, la inauguración del Festival del año pasado mostró ciento treinta sillas vacías sobre un espacioso escenario por un problema... de fronteras. La encargada de abrir oficialmente el Festival era la populosa Orquesta Sinfónica del Paraguay. Ocurrió que cuando los músicos cruzaron el puente que separa Ciudad del Este de Puerto Iguazú y tuvieron que mostrar los documentos y cédulas, muchos de ellos los tenían vencidos o directamente no los traían (“la cultura paraguaya es indocumentada”, explicarían más tarde representantes diplomáticos). Las resoluciones de Aduana no son rápidas ni sencillas, y hay ocho organismos diferentes, cada uno con sus reglas y burocracias internas, que intervienen en los trámites. Los paraguayos pasaron muchas horas allí varados, esperando que llegara el permiso argentino para pasar. Pero para cuando las diligencias diplomáticas se ajustaron los de la orquesta ya se habían cansado de esperar y se habían ido con la música a otra parte. Eso sí: durante la presentación del Festival, la semana pasada, se aclaró que todos los integrantes de la orquesta ya tienen sus papeles en regla. “Al menos ahora hay ciento treinta paraguayos documentados”, bromeó el secretario de Cultura, José Nun.
En la inauguración de este año no hubo problemas de ese estilo, aunque, claro, todos los artistas convocados en Puerto Iguazú eran esta vez locales. La Murga del Monte de Oberá es un grupo de teatro comunitario que rescata la memoria del pueblo a través de relatos orales, y que suma integrantes de todas las edades. En la Escuela de Circo de la Provincia de Buenos Aires, que tiene sede en Berazategui, hay trapecistas, malabaristas y gimnastas desde ocho años de edad. En el espectáculo que inauguró el festival, Pasión animal, rescatan rutinas circenses históricas y las ponen en la piel de perros contorsionistas, conejos acróbatas, ranas de cuerpos elásticos, colibríes y leopardos, una jirafa bailarina o un oso boxeador. En la misma plaza donde está ubicado el escenario principal se montó además la muestra Cien años de humor gráfico argentino, que recorre el país con el programa Argentina de punta a punta.
El sábado, en el segundo día del Festival, alcanzaron a presentarse en el escenario de Puerto Iguazú el Ballet del Festival del Chamamé, un grupo de Corrientes que en sus rutinas fusiona las danzas clásicas con los distintos ritmos folklóricos de la región, fundamentalmente, claro, el chamamé. Las historias que cuentan con sus cuerpos los bailarines tienen que ver con leyendas y personajes de la región, y bailan sobre temas de Antonio Tarragó Ros, Zito Segovia, Mario Bofill o Raúl Barboza. Pero para cuando llegó el turno del Dúo Oviedo Acuña y el Arpa de Tito Acuña, que habían llegado desde Paraguay, se largó el chaparrón que los truenos venían anunciando desde hacía rato. El oficio de los paraguayos los hizo resistir sobre el escenario, frente a un puñado de entusiastas que siguieron bailando paraguas en mano.
El pronóstico de lluvia del domingo obligó a mudar el escenario a una gigantesca carpa, donde en el marco del Festival se proyectan películas. Una parte del público había ido hasta allí para ver Un hijo genial. Pero igual se quedaron para escuchar a la formación de rock local Grupo Neto (cuyo último CD se llama, oh casualidad, Triple frontera), y a Palo Pandolfo. Resultado: un clima casi de circo, con muchos chicos, rodeó al recital en el que Palo mostró que después de Don Cornelio, después de Los Visitantes, después del tango y la pachamama, todavía tiene ruta por recorrer. Mostró temas nuevos y clásicos como Tanta trampa o Tazas de té chino, recreados en versiones “tango panqueque”, casi susurradas o cruzadas con Sumo. Mientras, un pogo infantil coreaba estribillos recién aprendidos, ante un nuevo ídolo que declaraba su felicidad. Más tarde, Juan Bautista Stagnaro presentó su película Un día en el paraíso, que esta vez fue seguida con palmas y gritos en las primeras escenas. Cosas de festivales como este, que a veces guardan lugar para la sorpresa.