Viernes, 17 de abril de 2015 | Hoy
MUSICA › WERTHER, DE JULES MASSENET, ABRIO LA TEMPORADA DE OPERA DEL COLON
Aunque la puesta sea plana y poco interesante en lo teatral, esta versión de la ópera basada en un texto de Goethe es un espectáculo de calidad, con una muy buena escenografía, una orquesta correcta y algunos excelentes cantantes.
Todo está a la vista, podría pensarse. En la moral de la Francia burguesa, que es la que, a través de Massenet, lee a Goethe y a la que el director de escena Hugo de Ana toma como marco del drama, no hay lugar para muchos secretos. Todo se sabe. Y el deslumbrante dispositivo escénico, una gigantesca estructura de metal y material trasparente, sabiamente iluminada, lo pone en juego. Allí descansa la apuesta mayor de esta nueva puesta de Werther con la que el Colón abrió su temporada de ópera de este año.
Más allá de las declaraciones de Hugo de Ana, en relación con el personaje principal, de quien señalaba, sobre todo, su poder destructivo, y de un relato en el que, curiosamente, Charlotte apenas aparecía como víctima (y es que en los dramas epistolares hay, siempre, por lo menos dos personas), el texto, como la naturaleza de Jurassic Park, finalmente se abre camino. Werther es alguien querido y valorado por el grupo que se junta en casa del burgomaestre, no hay nada parecido al acoso obsesivo, en tanto es Charlotte quien con sus cartas lo alimenta y, finalmente, por más que se haya intentando mostrar otra cosa, el conflicto es más de ella que de él. Es ella la que, entre la promesa hecha a su madre ya muerta de casarse con alguien que no ha elegido y el amor que siente por el poeta, decidirá no decidirse. Es ella la que opta públicamente por el Plan A, pero no deja de fogonear con sus cartas el Plan B, aun a costa de la salud mental del joven Werther.
Las tensiones entre deseo y deber social, en todo caso, son parte de una época. Se sabe que cuando el texto de Goethe fue publicado causó conmoción (y una ola de suicidios). Y es presumible que su poder de fuego seguía vigente en la Francia de fines del Siglo XIX, si se piensa en la elección de Massenet de tomarlo como base de una ópera y en el posterior éxito de esta obra. Pero allí es donde los afanes por actualizar el contenido de obras del pasado pueden llegar a tener un efecto paradójico. Si la decisión de Charlotte (Sophie es, en este caso, su hermana) es difícil de entender sin su contexto social y de época, tal vez habría convenido más reforzarlo en lugar de querer desdibujarlo. La puesta acaba siendo plana, poco interesante en lo teatral y teniendo sus puntos más altos en los momentos en que, frente a frente, los personajes están librados a su suerte –y a la de sus voces–.
Carente de un simbólico fuerte como para ser apertura de una temporada, este Werther es, no obstante, un espectáculo de calidad, con una muy buena escenografía y algunos excelentes cantantes, que junto a una orquesta correcta (excelentes los solos de cuerdas y el contracanto de saxofón en una de las arias de Charlotte) y un coro de niños perfecto, sostienen la obra a pesar de sus medianías. Mickael Spadavecchia, con agudos potentes pero fraseo algo tosco, tal vez no sea el mejor Werther posible (originalmente el papel iba a ser cantado por Ramón Vargas que, en rigor, tampoco está en su mejor momento) pero, después de un comienzo algo tambaleante cumplió sobradamente en los dos últimos actos. Algo similar sucedió con Anna Caterina Antonacci, con problemas de afinación y colocación en el comienzo, pero conmovedora en el aria de la carta y con un final extraordinario. Los más sólidos fueron, sin duda, la rosarina Jaquelina Livieri, una Sophie exquisita, y el gran bajo-barítono Hernán Iturralde, con una línea de canto exacta, un fraseo de gran belleza, timbre puro y abierto y, además, enormes capacidades actorales. Ira Levin, con algunos problemas en la definición de planos, logró una versión sin brillo, pero bastante ajustada.
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