MUSICA › AXEL KRYGIER PRESENTA HOMBRE DE PIEDRA, EN NICETO
El cantautor y multiinstrumentista entregó un quinto disco en el que por primera vez se ciñe a un concepto, aunque sea universalista en la música: va desde las bandas sonoras del terror clase B hasta un dubstep blusero. “Comencé a animarme a dialogar con el mundo”, confiesa.
› Por Yumber Vera Rojas
“Necesito distraerme para concentrarme”, advierte Axel Krygier, al tiempo que con una birome negra improvisa una caricatura en una servilleta, que deja a medio hacer porque le traen el cortado en jarrita que había pedido hacía un rato. Después del primer sorbo, el músico contempla a través de uno de los ventanales del bar, redentor del socialismo español de la vieja escuela, según él mismo explica, el ritmo del ocaso de la tarde en el barrio porteño de Colegiales, del que es vecino desde hace varios años. Aunque el segundo de abstracción lo interrumpe el trote de Alberto Muñoz, del otro lado del vidrio, al que el cantautor y multiinstrumentista intenta saludar mediante un repertorio de señas con las manos. “Es un grosso”, afirma Krygier, luego de cavilar si el poeta, guionista y dramaturgo llegó a reconocerlo.
Pero el músico de 46 años también es “un grosso”, a pesar de que nadie en el lugar pareciera registrarlo, salvo el mozo y un buen conocido del ambiente musical que se la acerca a su mesa para avisarle que irá a la presentación de su nuevo álbum. Si bien contribuyó en la confección de algunos de los pasajes más memorables del rock argentino, desde su inserción en la escena local a mediados de los ’80, tras iniciar formalmente su carrera solista, el ex La Portuaria optó por el bajo perfil hasta encontrar el momento adecuado para demostrar su complexión como cantautor, al igual que una banda que lo respaldara en su accionar. Y esa conjugación la logró en su más reciente producción discográfica, Hombre de piedra, que estrenará ante el público hoy a las 21 en Niceto Club (Niceto Vega 5510).
El quinto álbum de estudio del músico que deslumbró –cuando apenas era mayor de edad– a Luca Prodan, que conoció sus primeros demos por intermedio de Tom Lupo, aparece además en una época en la que su obra está siendo reivindicada, al menos institucionalmente, lo que demuestra su obtención del Premio Konex 2015 y que lo hayan elegido para integrar el jurado de la Bienal de Arte Joven Buenos Aires. “Preferiría ser ignorado a nivel institucional y tocar mucho”, asegura Krygier. “Me parece que cada músico es una historia distinta y que hay un talento especial para ser un músico popular, que en mi caso es un camino para entender el mundo de una manera. Así que comencé a animarme a dialogar con el mundo. Un pobre impulso siempre se queda sobre sí mismo. Por eso tomé el riesgo de dar un paso con un poquito de más fuerza.”
–¿Por qué decidió dar ese paso ahora?
–Siempre fui tímido y retraído a la hora de hablar con mi propia voz. A mí, el mundo me parece tan violento y caótico que prefiero mantenerme en silencio y hacer discos. Pero, evidentemente, para que esos trabajos sean conocidos hay que tener una dosis de ganas de comunicarse que sea aún mayor. Lo que no hice fue abrirme como lo estoy haciendo ahora.
–Además franqueó esta necesidad con el que es, seguramente, su disco más contemplativo. ¿A qué se debió que en medio del confort de la era del 3,0 se le ocurriera retomar la sempiterna dicotomía entre civilización y barbarie?
–Se juntan el lado estético y el ético de la cuestión. Es fascinante la evolución del hombre y su imagen, a través de los años, y la manera en que cambió el imaginario del hombre primitivo. La canción que le da título al disco dice: “Hemos trucado la foto donde empuñas tu garrote”, como si fuera imbéciles. Aunque es Occidente el que mira a lo salvaje de forma discriminatoria, cuando el salvaje contiene lo mejor de nosotros. En su libro el pensamiento salvaje, Lévi-Strauss compara el conocimiento sobre la botánica de los pueblos originarios con el de Occidente y encuentra clasificaciones detalladas de especies que se desconocían. Eso demuestra que lo salvaje no es tal, que la ciencia está detrás del pensamiento humano. Y a causa de esos valores ridículos, arrasamos con todo sin mirar qué está pasando. El disco ofrece una visión que pone en evidencia nuestra estupidez.
–¿Y qué inspiró la trama de Hombre de piedra?
–Surgió a partir de un documental que vi, llamado Lascaux: El cielo de los primeros hombres. En unos de los plafones de la caverna de Lascaux hay un gran círculo que no se sabía bien para qué era. Pero una arqueóloga astronómica descubrió que hay notables coincidencias con lo que podría ser un zodíaco. Y me pareció fascinante esa idea. No soy alguien que lleva a la luz sus fantasías más recónditas, no tengo esa pretensión. Pensaba en un musical o en una película en el que estuviéramos los amigos músicos, durante un fin de semana paleolítico, cantando o tocando con piedras. Y a la música la suponía con un clima medio Lalo Schifrin, del Cine B, que te remite a un sentimiento angustiante.
–Pasaron seis años entre la publicación de su último trabajo, Pesebre, y éste. ¿Qué sucedió en ese ínterin?
–Toqué muchísimo. Se puso todo en orden cuando fui a Francia en 2010. Allí conocí a Laura Scot (pareja y manager de Krygier), quien me produjo mi primera banda y me puso en orden todo el material. Si bien Hombre de piedra lo grabé en 2013, la posproducción me llevó un año. Peco de perfeccionista en cuanto al material sonoro, pero hay un lugar donde las cosas pasan aunque trates de controlarlas. Si hice un tema que es rarísimo para mi gusto, y lo muestro y encanta, eso me influye por completo. Lo que me gusta de sacar el disco es que son pocos los que te cuestionan por qué hiciste esto o aquello. Fue una idea, la hice, y ahora le pertenece al oyente.
–Usted forma parte de una avanzada de músicos del rock argentino, de la que también destacan Kevin Johansen y Fernando Samalea, que evolucionó del post punk a la música popular. ¿Sabría explicar el fenómeno?
–No estoy convencido de que sea un buen gesto folklorizarse, pero tampoco dejo de ser un fan de los grandes folkloristas. Y si uso elementos folklóricos es porque, aunque suene polémico, los mamé sin ser tucumano. El tango y el folklore son géneros que uno conoce bien. Sin embargo, me parece natural que Daniel Melingo cante tangos, pero si yo lo hiciera sería un ridículo. Lo que hago es una búsqueda. Esta inquietud me ha llevado a preguntarme otras cosas y me doy cuenta de que mi punto de vista está lejos de estar quieto en ese respecto. Impostar algo para que sea un elemento estético es bastante complicado.
–En su caso, ¿cómo encontró la medida justa?
–Me muevo entre dos líneas: una experimental, estética, hecha por gente que no tiene formación académica, que encuentra un sonido buscando cosas, y otra más real de la música. Hice folklore y me gustan el swing, el groove, y tocar. Esas dos partes se juntan a la hora de trabajar y no siempre es fácil. Tiene que ver también con una aproximación ingenua y abierta sobre el material, y una dosis de riesgo. Hice un primer disco, antes de ¡Echale semilla! (1999), que no me animé a sacar porque no era de canciones propiamente dichas, sino de experimentaciones con un punto de canción. Luego me arrepentí de no hacerlo, porque cuando me decidí fui recibido con una sonrisa. Y a partir de ahí todo cambió. Algo se acomodó. Fue Samalea el que me convenció. Me sugirió que lo llevara al sello Los Años Luz y me lo publicaron.
–Si bien hoy ya tiene una banda estable, el camino para llegar a conformarla fue muy largo y complejo. ¿Por qué le costó tanto?
–Cuando tenía casi listo ¡Echale semilla! no sabía cómo llevar eso a la realidad. Formé un grupo y me costó una energía terrible. Hasta ese momento, hice las cosas muy a los tropezones. Editaron mi disco en España, me fui a vivir allá y seguí intentado armar una banda. Como era muy caro estar allá, volví y creé el Sexteto Irreal con músicos amigos. Luego de eso, conocí la fiesta Zizek y se me reveló lo que quería. En la primera sesión que hice con ellos, tenía un micrófono en la mano haciendo bailar la gente, tirando bases y samples. Fue divertido. Si me equivocaba, era más gracioso aún. Eso porque era el club y el ritmo estaba por sobre todo. Intenté hacer lo mismo con un bajo y una batería, hasta que finalmente conformé una agrupación. Y ahí fue cuando arrancó la máquina. Dejé de sentirme en aprietos en el escenario.
–A partir de su inclusión en el colectivo de tropical bass y folk electrónico Zizek, no sólo consiguió reinventarse sino que marcó distancia con respecto a los artistas de su generación que estaban posicionados. ¿Qué le atrae de los nuevos lenguajes de la música?
–Quería hacer electrónica con instrumentos acústicos o ruidos, y me gustó el punto de la música de club que me hacía bailar. Buscaba el pulso bailable, que no quiere decir ir a la disco solamente, sino moverte en la silla, pero con un sonido que te generara una sorpresa. En el hip hop también estaba ese espacio que necesitaba. Cuando conocí a WuTang Clan, me volaron la cabeza en cuanto a cantidad de experimentación sonora y tímbrica con los samplers, que sigue fluyendo en esta época con Flying Lotus. Esa es la fascinación. No es folklore o no folklore, sino productores que lograban en el estudio llevarte a otros lugares. Me interesaba la grabación en sí, por eso no tuve bandas hasta sino muy tarde. Y una vez lo conseguí, me llevó tiempo encontrar mi lugar. Al principio no sabía a qué instrumento ajustarme, porque si bien tocaba el teclado, nunca hice de tecladista en una agrupación. Por lo tanto, no sabía groovear de esa manera. Llegué a practicarlo en mi primer disco y a sentirme feliz recién con el último.
–¿Cuándo se animó a ser solista?
–La primera vez que me animé fue a los 18 años, cuando fui al programa de Tom Lupo. Ese fue un momento en el que dije: “Yo soy esto”. Al principio, era un hermoso trabajo tocar en grupos, aunque pasé a ser parte como un devenir de las cosas. La Portuaria me dejó cantar un tema y me dio lugar. Interpretaba “Portuaria Mix”, que fue un hito en mi carrera porque fue la primera vez que me enfrenté a un público masivo, con un micrófono en la mano. Y la verdad es que lo disfruté muchísimo. A cada muchacho portuario le agradezco que me haya dado ese espacio. Viví mis quince minutos de jolgorio con el grupo en ese instante.
–¿Por qué hace tan pocas referencias a La Portuaria cuando se refiere a su carrera?
–No creo que haya una negación con La Portuaria. Hubo un lindo momento en el que fuimos un grupo que llevaba en sí la semilla de la eclosión.
–¿El eclecticismo que recorre su obra lo reconoce en otro artista local?
–Me siento identificado en diferentes facetas de otros. Alguien me dijo una vez que era como Kevin Johansen, pero sin éxito. Fue tremendo.
–¿Y le gustaría ser tan popular como él?
–No quiero ser mainstream. Quisiera ser popular si me elige el pueblo, nunca por imposición. Kevin es un cantautor fabuloso. Una cosa es el tipo que inventa canciones en el piano, en el que difícilmente encontrés un estribillo, y otra cosa es el artista que compone temas desde los diez años, que siempre fueron cancheros, y que tiene una súper voz.
–De hecho, fue Johansen el que lo introdujo en el rock argentino, al invitarlo a colaborar con su grupo de entonces, Instrucción Cívica. ¿Siguen en contacto?
–A Kevin le perdí el rastro de a poco. Lo invité a grabar un tema en mi disco Zorzal y luego tuvo su carrera que, a partir de la novela ésta, fue meteórica. Pero yo no quiero que me pase lo mismo.
–¿A qué se refiere?
–Si hay algo que no me despierta ganas, es la cosa feliz. Mi música es más difícil y mi mensaje es oscuro. Me gusta lo terrible, lo denso y lo humorístico a partir de lo trágico. Soy un payaso nato. Tengo esa veta. Me ponen un público adelante y me da lo mismo todo. Eso lo fui descubriendo de a poco.
–¿Por eso interviene su voz con efectos?
–A partir de esa voz grave, despierto un personaje que es muy directo y que es un acto inconsciente. La primera vez que escuché ese recurso fue con Frank Zappa... y si no con las Ardillitas de Disney. Es una herramienta que se usa desde que se pudo hacer y lo hice cuando me compré mi grabador de cassette. Me deformé la voz porque no me interesa Axel sino lo que hay detrás. Lo que me impidió llegar a trascender a un pequeño público es mi nombre. Debería tener nombre no de alguien, sino de algo. Cometí el error de dejarme convencer. Iba a ser Axelino Paz y siempre estaré arrepintiéndome de no haber hecho este cambio. No le daría bola a un tipo que se llame así, con un nombre complicado. Es más para un ministro de Economía que para un músico.
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