Dom 19.07.2015
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MUSICA › OPINION

Envuelto para regalo

› Por Eduardo Fabregat

Como todo buen regalo, tuvo el sabor extra de lo inesperado. En la tarde-noche del jueves, la cuenta oficial de Wilco en Twitter dio el campanazo. “Star Wars: un nuevo álbum de Wilco presentando 11 nuevas canciones. Disponible ahora, con descarga libre en wilcoworld.net.” En los últimos tiempos se había hablado algo de Wilco, de su gira y de Sukierae, el disco del frontman Jeff Tweedy junto a su hijo Spencer. Pero la banda de Chicago –esa gran deuda pendiente de las visitas internacionales a la Argentina– tenía un as en la manga. Su propia jugada Bowie: así como el Duque sorprendió al mundo el 8 de marzo de 2013 lanzando un disco grabado en absoluto secreto, Wilco sacudió las redes sociales con Star Wars. Un álbum que nada tiene que ver con la saga de los jedis, ilustrado con un naif gato persa en la tapa y compuesto por once canciones envueltas en archivo zip –aunque sin moño– y listas para bajar con solo introducir una dirección de mail.

El debate sobre ese asunto de colgar la música gratis ya tiene sus añitos, quizá desde que Radiohead lo hizo con In Rainbows en 2007. Algunos miran las manos del que regala a ver qué esconde, en vez de disfrutar el obsequio. Otros sostienen que es un capricho reservado solo a bandas que ya tienen su carrera hecha. Pero lo cierto es que en el mundo y especialmente en la Argentina hay una miríada de agrupaciones que encontraron allí la herramienta que los grandes medios les niegan. Llegar directamente al público. Hacer escuchar su música. Conseguir que esas canciones arrastren a esas personas a sus shows, allí donde hay billetes más reales que en una industria discográfica que nunca se caracterizó por ser especialmente generosa con los porcentajes destinados al músico.

Es cierto, nombres como Radiohead o Wilco o U2 se garantizan la instantánea reproducción de la noticia en todo el mundo; para las bandas independientes no es fácil destacar, asomar la cabeza por encima de la creciente marea. “Toda la música que cuelga”, Spinetta dixit. Pero que algunas músicas se ofrezcan gratis no hace que se vacíen de valor. E incluso el público desarrolla cierto vínculo con ese músico, un agradecimiento que se traduce en viralización y presencia en los shows. Y no es que los “famosos” tengan la vida resuelta. Lo admitió el mismo Trent Reznor, una de las mentes convocadas por la empresa de la manzanita para su flamante sitio Apple Music: “Como artista, hay una difícil transición en el descubrimiento de que solías vender un ítem por el que te daban una X cantidad de dinero, y que esos tiempos se terminaron. La pasta dental no volverá al tubo. La gente no querrá de pronto volver a comprar CD’s y sentirse conforme con pagar un precio excesivo. Es un hecho. Muchos de mis colegas han tragado la amarga píldora que yo ya tuve que digerir, que es que ya nadie hace mucho dinero vendiendo música. No debería ser así, pero así es. Y he tenido que aceptarlo.”

Ya se ha dicho en estas páginas, la tabla de salvación que ha encontrado la industria es el streaming, los servicios de suscripción paga con menú libre de música y –en el terreno físico– las ediciones de lujo y el reverdecido mundo vinílico. Claro que, en algo tan dinámico como la creación musical, siguen surgiendo visiones diferentes y artistas renegados como Taylor Swift, Prince y Neil Young, que retiraron todo su catálogo de plataformas como Spotify, Deezer, Tidal o Apple. “El streaming se terminó para mí”, dijo esta semana el inoxidable canadiense, que desarrolló su propio sistema de audio de alta calidad, llamado Pono. “No es una cuestión de dinero, aunque mis ganancias (como las de todos los demás artistas) se han visto dramáticamente reducidas por los malos acuerdos realizados sin mi consentimiento. Se trata de la calidad de sonido. No necesito que mi música se vea devaluada a la peor calidad en la historia de las transmisiones públicas o cualquier otra forma de distribución. No me parece bien permitir que se les venda esto a los fans, y es malo para mi música. La gente debe poder escuchar y sentir la música. Cuando la calidad retorne le echaré otro vistazo. Nunca digas nunca.”

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El concepto de “regalo” siempre es interesante y llama la atención, por la intrínseca simpatía de la palabra. A todo el mundo le gusta que le regalen algo, salvo que sea un peludo de regalo. Algunos artistas regalan grandes momentos artísticos, pedazos de vida arriba del escenario. Sí, claro, en realidad no lo están regalando, han cobrado un cachet y una entrada por ello. Pero tranquilamente podrían limitarse a cumplir con la burocracia del show (y algunos lamentablemente lo hacen). Es el artista que se ofrenda, que se entrega más allá del rédito económico que obtiene de ello, el que se distingue. El que deja huellas imborrables. Un regalo y un presente, como canta el Andrelo: algo tan inasible y fugaz como un concierto se queda a vivir como un regalo en el alma.

En el idioma inglés la palabra “gift” refiere tanto a un regalo como a un don natural, artístico, deportivo o lo que sea.

Julio Cortázar, tan experto en reflexionar sobre esas cosas que siempre estuvieron ahí pero a veces nos resultan invisibles, hace de las suyas en el “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj”, explica con pura belleza las necesidades, las obligaciones, las obsesiones que dispara un simple regalo, y concluye que “no te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”. Leer a Cortázar es un regalo para nuestra pobre cabeza, tan llena de señales de tránsito y formularios de términos y condiciones donde nadie te regala nada.

Hay tipos que están regalados en la cancha.

En una existencia que nos obliga al puto juego de la compraventa para satisfacer nuestras necesidades y nuestros caprichos, vivimos pendientes de la posibilidad de que nos regalen algo. Objetos pero también un pensamiento, una sonrisa, un beso, una obra de arte dibujada en el aire. Y nos regalamos, nos obsequiamos, a aquellos que más queremos.

Y un largo etcétera, esa palabra tan de regalo, tan de decir muchas cosas sin nombrar ninguna.

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Por último, un detalle que quizá no quedó del todo claro: Star Wars, el nuevo disco de Wilco, es un regalo, en el sentido de aquello que se da sin pedir nada a cambio. Pero al cabo de escucharlo queda claro que es también otra clase de regalo. Un regalo para los oídos.

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