Mié 12.08.2015
espectaculos

MUSICA › CICLO ANDIáSPORA, EN EL CENTRO DE EXPERIMENTACIóN DEL TEATRO COLóN

La distancia como un impulso liberador

› Por Diego Fischerman

A la manera de un nuevo género, entre el ensayo y la ficción, el ciclo Andiáspora, presentado por el Centro de Experimentación del Teatro Colón entre el jueves y el martes pasado, funcionó a la vez como un conjunto de conciertos –de eso se trataba, al fin y al cabo– y como reflexión acerca de un cierto estado de las cosas. En este caso, de las estéticas en juego –y de sus posibles vínculos– entre los músicos argentinos que viven actualmente en Francia. Ya en esa formulación, en ese caso, se cifraba una definición. Y es que esos autores, pertenecientes a tres generaciones distintas y relacionados con tradiciones creativas también disímiles, a pesar de todo se sentían interpelados por la idea de una “música contemporánea argentina”.

Si el musicólogo Omar Corrado habló una vez de un cierto gesto pudoroso en la creación argentina, la distancia, en la mayoría de estos casos, actúa como un impulso liberador. Música virtuosa y escrita para instrumentistas virtuosos, en la mayoría de las obras presentadas a lo largo de los cuatro conciertos que conformaron el ciclo pudo escucharse una relación gozosa con la técnica y, en varias de las piezas, un trabajo consciente y decidido con contrastes extremos y con una expresividad exultante. Antidiásporas problematizó, además, la cuestión de lo biográfico y lo hizo en un sentido doble: por un lado colocando esas biografías en el centro de la escena, a través de videos documentales, entrevistas y mesas redondas y, por otro, poniendo en discusión la posible relación entre ellas y las elecciones estéticas. Lo cierto es que el trabajo de Martín Liut, programador de la muestra y teórico de estas “músicas en la distancia”, es, finalmente, una manera de hacer teoría desde la misma práctica.

En el primero de los conciertos se presentó la deslumbrante Traces X de Martín Matalón, escrita para acordeón solo aunque, como en las otras piezas de la serie, lo que se establece es un diálogo, a través de la electrónica, entre ese instrumento y su propia naturaleza. En un juego de dobles y de espejos, es el propio sonido el que va generando las otras voces. “Furia porteña”, de Daniel D’Adamo, y la ambiciosa Portraits Crachés, de Luis Naón, que incluye textos breves (y brevísimos) de Yves Pagés y proyecciones en escena, también plantean una cierta conversación entre una posible referencialidad (de los materiales o de los textos) y la abstracción. Entre Isochronic junk-box, de Lucas Fagin, Opsis, de Misael Gauchat y Allegro, de Fernando Fiszbein, las tres presentadas en el segundo concierto, podrían trazarse, por otra parte, las coordenadas –y los límites– del virtuosismo entendido como una de las bellas artes.

Fagin y Fiszbein con un lenguaje centrífugo, en que todo se proyecta hacia afuera, y Gauchat en una delicadísima fantasía introspectiva, aprovecharon al máximo, además, las posibilidades interpretativas del excepcional trío K/D/M integrado por los percusionistas Gilles Durot y Víctor Hanna y el acordeonista Anthony Millet. Lo expansivo también estuvo presente en Poética, de Facundo Llompart, con un preciso trabajo tímbrico, y tanto Santiago Diez-Fischer (con Tres ciegos) como Fernando Garnero (en N.T.P.M, donde además juega con objetos encontrados como un acorde de Beethoven o una guitarra eléctrica) bucearon en las posibilidades de las técnicas extendidas y en lenguajes donde la ruptura de las funciones retóricas aparecen en el centro de la escena. El tercer concierto, cuya línea rectora podría ubicarse alrededor de una discreta relación con el tango, tuvo como protagonistas nuevamente a Matalón, con la formidable K/D/M Fragments, en la que el sonido va entablando discursos cada vez más introspectivos, a Gustavo Beytelman, Juan José Mosalini, en una eficaz instrumentación de un tango a la manera clásica (en “Naomí”), Alejandro Schwarz, en “Viento de milonga” y Tomás Gubitsch, que puso su seguridad en la escritura y un talento casi salvaje al servicio de “Tres nada tristes tigres”, que abrió la noche, y “Contra vientos y mareas”, que la cerró. En el cuarto concierto, ya sin el K/D/M, se presentaron obras acusmáticas de Horacio Vaggione y Beatriz Ferreyra. La pregunta (sin respuesta) acerca de la identidad musical continuará el año próximo con un nuevo capítulo dedicado a los compositores argentinos que han desarrollado su carrera en los Estados Unidos.

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